Historia de un ego

En verdad, no tengo idea de dónde vine y poco me importa esta amnesia vital. Me alcanzan las sospechas y mucho me ocupan las obligaciones que uno asume en este traje de humana.
Cuando decidí venir lo tenía más claro que ahora, de lo contrario no habría aceptado este raro trueque de luz por ignorancia.
En bosquejo de bebé y con despedidas luminosas seguramente no me habrán deseado «suerte» sino «merde», como en el escenario. Es que el telón ya estaba corrido y al cabo de nueve lunas María del Huerto y Ricardo no querían esperar más. Me habían fecundado en carnaval al son de las lonjas del candombe y tocaba noviembre asumir la presencialidad.
Elegí una ciudad con nombre indígena, Paysandú, donde el sol se pone —en aprietos —todos los atardeceres, sin saber cuál de tantos colores del río Uruguay llevarse. Y fue entonces que me vistieron con una batita de ego: nombre, género, nacionalidad, que me sumió en la más profunda de las ignorancias.
No tengo recuerdos de cuna…puede que fingiera dormir mientras estudiaba el libreto de esta película, siempre he sido muy responsable.  Pero lo maravilloso de todo esto es que a poco de estar aquí recordé el idioma español y encaré el estudio de las lecciones más difíciles de mi vida: hablar y escribir de corazón, sin que el ego pueda alcanzar ni un punto y coma. Estoy en eso.


© Lucía Borsani
Imagen del atardecer en Paysandú

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