Huellas de Antonio Gala
Los bellos durmientes
No he pretendido reflejar la realidad ni en la anécdota ni en su expresión. El realismo en arte o existe siempre o no existe jamás. El arte tiene su propia realidad, producto de la digestión de quien lo crea: es como la vida, pero no es la vida. Si trata de copiarla, se equivoca. Ella, más caótica y exacta, resulta irrepresentable y no coincide con nuestros minúsculos propósitos.
En esta ocasión, Huellas se aparta de su formato habitual, en el que se inserta un párrafo de una obra determinada, para publicar una reflexión que Antonio Gala incluyó, a manera de prefacio, en su obra de teatro Los bellos durmientes que se estrenó en el Teatro Coliseum de Santander el 18 de agosto de 1994.
La razón de ello es que el maestro fue conocido, no solo por su magnífica obra literaria, sino, también, por las reflexiones con que nos regaló a través de su vida, para goce y deleite de todos los que las escuchábamos con la pasión de la admiración. Pues es de agradecer oír el sonido de la sabiduría, que más que hablar canta, que más que decir, anuncia. Y Antonio Gala, portador de la elegancia del hombre sabio, nos atrapó en muchas ocasiones, como la primavera atrapa a las flores, con su florido verbo, que parecía siempre estar delante de una fuente cristalina y fresca.