Huellas de Francisco de Quevedo

Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños

Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi padre:

  • Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal.

Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía, de manos:

  • Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan. (No lo puedo decir sin lágrimas, lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las que le habían batanado las costillas). Porque no querrían que, donde están, hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. 

Conocida, abreviadamente como el Buscón, constituye uno de los ejemplos más notables de la novela picaresca castellana del Siglo de Oro español.

Aunque el libro fue publicado en 1626, ya habían corrido numerosas copias manuscritas con anterioridad, como solía pasar en la época. Quevedo no admitió nunca haber escrito El buscón, seguramente por temor a la Inquisición. Hoy, no cabe duda su autoría ni tampoco que constituye una obra cumbre de la literatura.

Esta novela, la única escrita por Francisco de Quevedo, aun yendo tras la estela del Lazarillo de Tormes, respecto a la amargura de la novela picaresca, ofrece otro enfoque existencial. Su protagonista se aleja del determinismo, pues llega a la conclusión de que las consecuencias de sus hechos son debidas a sus propias acciones, emanadas de su voluntad.

© Encima de la niebla

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Revista cultural

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