Huellas de Francisco Umbral
Mortal y rosa
“La prosa es prosa porque tiene sombra, la sombra del tío que está encima. Si no tiene sombras es poesía.”
Mortal y rosa, aun pareciendo prosa, es, en realidad, poesía. Porque está escrito desde la transparencia donde las sombras se pierden en un camino de luz que no entienden, que no conocen, que no distinguen. Como cuando dice “Estoy oyendo crecer a mi hijo”.
Nos encontramos aquí, según muchos críticos, con la obra maestra de la segunda mitad del siglo XX. Mortal y rosa es una novela que no sigue los parámetros de la novela, un ensayo que se aleja de las directrices del ensayo, un diario que no se adapta a la estructura clásica de los diarios. Ese no ser nada, original y radiante hasta la más pura belleza; ese no ser nada, la hace ser todo. Y Umbral se encumbra así, aquí, hasta las más altas cotas de la literatura, donde se hace emoción pura, belleza intemporal en un diario íntimo que hace temblar las manos del que lo lee cuando pasa las hojas. Esa emoción que hace que, cuando uno termina de leer el libro, pase su mano suavemente por la tapa, en una caricia al escritor, que es agradecimiento anónimo, y por ello, quizás, más precioso por ser más sincero. Ese libro es un acto de amor prolongado en más de doscientas páginas, que más que páginas parecen ventanas inversas, abiertas hacia el interior del ser humano, que Umbral sabe describir como nadie en un monólogo que abarca la vida entera, que se abre como un abanico esperando la primavera.
© Redacción de Encima de la niebla