Huellas de Rafael Alberti
La arboleda perdida
En la ciudad gaditana del Puerto de Santa María, a la derecha de un camino, bordeado de chumberas, que caminaba hasta salir al mar, llevando a cuestas el nombre de un viejo matador de toros – Mazzantini -, había un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas llamado la Arboleda Perdida.
Todo era allí como un recuerdo: los
pájaros rondando alrededor de árboles ya idos, furiosos por cantar sobre ramas
pretéritas; el viento, trajinando de una retama a otra, pidiendo largamente
copas verdes y altas que agitar para sentirse sonoro; las bocas, las manos y
las frentes, buscando donde sombrearse de frescura, de amoroso descanso. Todo
sonaba allí a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria
de la luz, y nuestros juegos infantiles, durante las rabonas escolares, también
sonaban a perdidos en aquella arboleda.
Ahora, según me voy adentrando, haciéndome cada vez más chico, más alejado
punto por esa vía que va a dar al final, a ese «golfo de sombra» que me espera
tan sólo para cerrarse, oigo detrás de mí los pasos, el avance callado, la
inflexible invasión de aquella como recordada arboleda perdida de mis años.
Entonces es cuando escucho con los ojos, miro con los oídos, dándome vuelta al corazón con la cabeza, sin romper la obediente marcha. Pero ella viene ahí, sigue avanzando noche y día, conquistando mis huellas, mi goteado sueño, incorporándose desvanecida luz, finadas sombras de gritos y palabras.
Cuando por fin, allá, concluido el instante de la última tierra, cumplida su conquista, seamos uno en el hundirnos para siempre, preparado ese golfo de oscuridad abierta, irremediable, quién sabe si a la derecha de otro nuevo camino, que como aquél también caminará hacia el mar, me tumbaré bajo retamas blancas y amarillas a recordar, a ser ya todo yo la total arboleda perdida de mi sangre.
Y una larga memoria, de la que nunca nadie podrá tener noticia, errará escrita por los aires, definitivamente extraviada, definitivamente perdida.
Estas 329 palabras, con las que Rafael Alberti da inicio a su obra La Arboleda perdida, son un monumento de la literatura, una expresión pura de la sensibilidad hecha prosa desde un corazón de poeta.
Tanto, que uno no tiene bastante con leerlas una vez y tiene la imperiosa necesidad de releerlas, para dar satisfacción a la emoción y belleza de las palabras que piden más sangre al corazón desbocado.
La Arboleda perdida de Rafael Alberti, recoge sus memorias en tres volúmenes. El primero, que narra sus primeras vivencias, abarcando el período de 1902 a 1931. En el segundo, de 1931 a 1987, el autor significa su melancolía por su tierra y sus deseos por volver que, de momento, no puede satisfacer. Y, finalmente, el tercero, que alcanza a 1996, lo dedica Alberti a dejar sus últimas huellas, en una mezcla de recuerdo y esperanza.