Importancia
El comisario dio un sorbo a la taza de café y apenas pudo reprimir un gesto de disgusto. La bebida estaba desagradablemente fría. En realidad, era su culpa. Se había servido el café hacía media hora, pero la lectura de aquella novela gráfica le había hecho perder la noción del tiempo. Estaba a punto de levantarse del sillón para servirse otra taza cuando el pequeño Tim, el hijo de la dueña de la tienda de conveniencia, entró como una tromba a la comisaría. Comisario, le gritó, algo horrible ha pasado en el puente. El comisario le pidió que se calmara con un gesto de las manos. Tranquilo muchacho, le dijo, mientras dejaba la novela abierta sobre el escritorio. Cuéntame con calma lo que ha sucedido. El pequeño Tim respiró profundamente. Hay dos cuerpos bajo el puente. Están bocabajo en el arroyo. Los dos visten unos uniformes extraños. El comisario volvió a pedir silencio con sus manos y cerró los ojos. Algo en la historia del niño le resultaba extrañamente familiar. Dos cuerpos bajo un puente y con uniformes similares. Abrió los ojos de inmediato y tomó la novela. Así comenzaba la historia. Los dos hombres habían escapado de un complejo militar ultrasecreto. El comisario tomó la novela y se la acercó al niño. ¿Esto fue lo que viste?, le preguntó. El pequeño Tim abrió la boca desconcertado mientras asentía con la cabeza. El comisario se frotó el mentón y chasqueó la lengua. Así que querías tomarme el pelo, le recriminó al niño. ¿Sabes que puedo encerrarte por mentirle a una autoridad? El pequeño Tim se estremeció al escuchar la amenaza. No estoy mintiendo, balbuceó. El comisario resopló fastidiado. Así que me crees lo suficientemente estúpido para creerte. Lo más seguro es que tú también hayas leído la misma novela. Si mal no recuerdo la compré en la tienda de tu madre. El niño estaba a punto de llorar. No he leído nada. Estoy diciéndole la verdad, insistió. El comisario tomó la revista y su sombrero. Como quieras, le dijo al niño, vamos al puente y comprobemos quién dice la verdad. Espero que no tengas problemas en pasar la noche en una celda. La verdad era que no tenía ninguna intención de salir de la comisaría y, por supuesto, no podía arrestar a un niño por gastarle una broma. Solo esperaba que el niño aceptara que todo se trataba de eso, de una broma.
El comisario se humedeció los labios con la punta de la lengua. El chico no había mentido. ¿Qué hacías por aquí, Tim?, le preguntó, mientras se acercaba a uno de los cuerpos. Si no me equivoco a esta hora deberías estar en la escuela. Mamá necesitaba ayuda en la tienda, respondió el niño, así que llamó a mi maestra para excusarme. El comisario rio por la nariz. No me lo creo, indicó. Pero tienes talento para las mentiras. Respondiste al instante, sin tartamudear y diste una explicación creíble. Para cualquiera menos para mí. Conozco bien a tu madre y sé que preferiría que la tienda se quemara a que tú perdieras un día de clases. Tú vas a ser alguien. Cada paquete de cigarrillos que le he comprado ha venido siempre acompañado por la misma frase. Así que será mejor que me digas la verdad. Tim suspiró. Está bien, aceptó finalmente, me ha pillado. El comisario se acuclilló junto al primer cuerpo. Le dio la vuelta. Tenía un agujero de bala justo en el medio de la frente. Hizo girar el segundo cuerpo. Lo mismo. Un círculo perfecto entre las cejas. A juzgar por los agujeros, las balas eran de un calibre pequeño. Una .22 o quizás una .25 y disparada a una distancia corta. No había orificio de salida, así que los cráneos debían estar rellenos de puré de cerebro. Estoy esperando, le recordó el comisario al chico. Bien, bien, dijo Tim aclarándose la garganta. Hace un par de meses encontré el escondite de mamá. Ese donde guarda la pistola y la caja de municiones. Así que de vez en cuando vengo a practicar tiro al blanco. Se me da muy bien. Soy un talento natural, se podría decir. El comisario se incorporó de un salto. ¿Qué arma tiene tu madre?, alcanzó preguntar, antes de verse encañonado por una pequeña y brillante pistola del calibre.22.
El comisario levantó las manos a la altura de los hombros. Será mejor que me des el arma, le pidió al chico. No creo que pueda hacer eso, comisario, respondió Tim. Sabe, agregó, esta mañana lo único que quería era probarme a mí mismo si se podía pescar una trucha con una pistola. Nada más. Pero estos tipos salieron de la nada, chapoteando en el arroyo. Se detuvieron frente a mí. Me pidieron dinero. Les dije que no cargaba un centavo. Nos ha visto, Charlie, le dijo uno al otro. Nos ha visto. No voy a decir nada, les aclaré. Esperé a que se acercaran más. Como le dije, soy un talento natural. ¡Pam, pam!, directo en el medio de los ojos. Cayeron como bultos en el agua. Esperé unos minutos para ver si se movían y luego me marché a la tienda. Le dije a mamá que nos habían despachado temprano. Un simulacro de incendio, inventé. Pasé por el estante de las revistas y vi la misma novela gráfica que usted estaba leyendo. Por supuesto que la leí completa. Sabe, es una suerte que no haya terminado de leerla. Los dos aparecemos en ella. Los tipos estos no tienen importancia. Eran unos simples conejillos de indias. El ejército no quería involucrarse y a ellos nadie iba a extrañarlos. Pero usted necesitaba resolverlo. Con la reelección a la vuelta de la esquina necesitaba un buen golpe publicitario para asegurar un par de años más en el cargo. Así que con un poco de suerte y mucha necedad termina por descubrirlo todo. El dibujante de la novela es un tipo realmente bueno. Cuando vi el cuadro donde mi madre me abraza y me dice que todo estará bien, casi se me escapa una lágrima. Ah, mi pobre madre. Jamás podría romperle el corazón. El comisario dio un paso al frente. Vamos, Tim, dijo, es solo una novela. No tiene por qué suceder nada de lo que hayas leído. Los dos disparos resonaron en el bosque. El comisario cayó de rodillas. Dos disparos más, ahora en el rostro, y se desplomó por completo.
Tim recogió los casquillos y se alejó de la escena. Tenía muchas cosas en qué pensar. Primero debía deshacerse del arma. Tal vez podría enterrarla. Un agujero profundo. O lanzarla al río desde el puente. Ya decidiría algo. Después buscaría el siguiente número de la novela gráfica. Estaba seguro de que se trataba de una serie. Tal vez él seguía apareciendo como protagonista. Quizás, después de todo, su santa madre no estaba tan equivocada y él, muy pronto, sería alguien importante.
© Kalton Bruhl
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