Insomnio poético (II)
En el capítulo anterior iniciamos un viaje por el intrincado y confuso mundo del insomnio. Y tomamos como referentes los versos de Gómez de Avellaneda, constatando que el insomnio parece rondar el espíritu romántico de los literatos españoles coetáneos de doña Gertrudis. Como ella, algunos escritores dedican momentos de su obra a referir sus experiencias, a reflexionar sobre un hecho que conlleva, en muchos casos, el sufrimiento, el delirio e incluso el deseo de la muerte –el sueño que nunca termina, que apuntaba más arriba nuestra autora–. Gabriel García y Tassara publica en 1872 este soneto henchido de rupturas y cambios sintácticos (de hipérbatos y encabalgamientos) que recuerdan la tortuosa senda de la noche en vela:
El insomnio
El rayo azul de la naciente aurora
penetra ya la espesa celosía,
y huye al sonar el cántico del día
de las tinieblas la glacial señora.
Y en vano el sueño y la quietud implora
del cielo sordo la plegaria mía;
sufra también del mundo en la alegría
el que del mundo la tristeza llora.
Fiebre, insomnio y delirio y mi despecho
los genios son que sus fatales teas
en torno vibran de mi ardiente lecho.
Ven con la eternidad si esto deseas,
hiere mi sien, sepúltate en mi pecho,
y, ¡oh sueño!, ven aunque la muerte seas. 1www.cervantesvirtual.com
Ocho años antes de la publicación del soneto de Tassara –en 1864–, Gustavo Adolfo Bécquer, desde su estancia convaleciente en el Monasterio de Veruela, ya había descrito el proceso de creación durante las altas horas de la noche, horas peligrosas, horas lentas y cargadas de extraños pensamientos y de una voluptuosa pesadez, contra la que es imposible defenderse. Así nos detalla en la primera de las cartas escritas Desde mi celda esta sucesión de fenómenos físicos y mentales alrededor del insomnio y de la inventiva:
No obstante, la aproximación de aquella mujer hermosa que yo sentía aun sin mirarla, el roce de su falda de seda que tocaba a mis pies y crujía a cada uno de sus movimientos, el sopor vertiginoso del incesante ruido, la languidez del cansancio, la misteriosa embriaguez de las altas horas de la noche, que pesan de una manera tan particular sobre el espíritu, comenzaron a influir en mi imaginación, ya sobreexcitada extrañamente. Estaba despierto, pero mis ideas iban poco a poco tomando esa forma extravagante de los ensueños de la mañana, historias sin principio ni fin, cuyos eslabones de oro se quiebran con un rayo de enojosa claridad y vuelven a soldarse apenas se corren las cortinas del lecho. La vista se me fatigaba de ver pasar, eterna, monótona y oscura como un mar de asfalto, la línea del horizonte, que ya se alzaba, ya se deprimía, imitando el movimiento de las olas. De cuando en cuando dejaba caer la cabeza sobre el pecho, rompía el hilo de las historias extraordinarias que iba fingiendo en la mente y entornaba los ojos; pero apenas los volvía a abrir encontraba siempre delante de ellos a aquella mujer, y tornaba a mirar por los cristales; y tornaba a soñar imposibles. Yo he oído decir a muchos, y aun la experiencia me ha enseñado un poco, que hay horas peligrosas, horas lentas y cargadas de extraños pensamientos y de una voluptuosa pesadez, contra la que es imposible defenderse: en esas horas, como cuando nos turban la cabeza los vapores del vino, los sonidos se debilitan y parece que se oyen muy distantes, los objetos se ven como velados por una gasa azul, y el deseo presta audacia al espíritu, que recobra para sí todas las fuerzas que pierde la materia. Las horas de la madrugada, esas horas que deben [de] tener más minutos que las demás, esas horas en que entre el caos de la noche comienza a forjarse el día siguiente, en que el sueño se despide con su última visión y la luz se anuncia con ráfagas de claridad incierta, son sin duda alguna, las que en más alto grado reúnen semejantes condiciones. 2Desde mi celda. Gustavo Adolfo Bécquer. Ed. Cátedra. Madrid, 2002.
El tono íntimo y vitalista de Bécquer contrasta con la perspectiva fisiológica y negativa que en 1981 plantea Jorge Luis Borges, donde la concepción artística carece de sentido:
¿Qué es el insomnio?
La pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta.
Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales, es ensayar con magia inútil una respiración regular, es la carga de un cuerpo que bruscamente cambia de lado, es apretar los párpados, es un estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es la vigilia, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años, es saberse culpable de velar cuando los otros duermen, es querer hundirse en el sueño y no poder hundirse en el sueño, es el horror de ser y de seguir siendo, es el alba dudosa. 3Poesía completa. Jorge Luis Borges Destino, Barcelona, 2009.
El mismo Borges había publicado en 1936 su poema “Insomnio”, con parecida inclinación pesimista, mostrando un estado de angustia e inseguridad ante una realidad desoladora y opresiva:
Insomnio
De fierro,
de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche,
para que no la revienten y la desfonden
las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,
las duras cosas que insoportablemente la pueblan.
Mi cuerpo ha fatigado los niveles, las temperaturas, las luces:
en vagones de largo ferrocarril,
en un banquete de hombres que se aborrecen,
en el filo mellado de los suburbios
en una quinta calurosa de estatuas húmedas,
en la noche repleta donde abundan el caballo y el hombre.
El universo de esta noche tiene la vastedad
del olvido y la precisión de la fiebre.
En vano quiero distraerme de mi cuerpo
y del desvelo de un espejo incesante
que lo prodiga y que lo acecha
y de la casa que repite sus patios
y del mundo que sigue hasta un despedazado arrabal
de callejones donde el viento se cansa y de barro torpe.
En vano espero
las desintegraciones y los símbolos que preceden el sueño.
Sigue la historia universal:
los rumbos minuciosos de la muerte en las caries dentales,
la circulación de mi sangre y de los planetas.
(He odiado el agua crapulosa de un charco,
he aborrecido en el atardecer el canto de un pájaro.)
Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur,
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración.
no se quieren ir del recuerdo.
Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros charcos de plata fétida:
soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles.
Alambre, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires.
Creo esta noche en la terrible inmortalidad:
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer, ningún muerto
porque esta inevitable realidad de fierro y de barro
tiene que atravesar la indiferencia de cuantos estén dormidos o muertos
aunque se oculten en la corrupción o en los siglos
y condenarlos a vigilia espantosa.
Toscas nubes color borra de vino infamarán el cielo;
amanecerá en mis párpados apretados. 4Poesía completa. Jorge Luis Borges Destino, Barcelona, 2009.
Según Ángel Flores, en “Insomnio” el poeta no logra trascender la realidad existencial que lo circunda. 5Expliquémonos a Borges como poeta. Ángel Flores. Ed. Siglo XXI Además, para Jorge Luis Borges no parecen ser las noches de desvelo un motivo para la creación: En vano espero las desintegraciones y los símbolos que preceden el sueño. En cuanto a lo formal, hay que destacar la inversión sintáctica inicial (hipérbaton) de los primeros versos, con la que Borges quiere hacer patente la ruptura que produce en su voz poética el insomnio. (Recuerda a Bécquer en su Rima III: Del salón en el ángulo oscuro… y al Poema de Mio Cid, en el Cantar del destierro: De los sos ojos tan fuerte miente lorando…).
Dejamos aquí a Borges con su insomnio vital y en el próximo capítulo continuaremos analizando las obras de otros dos grandes poetas: Dámaso Alonso y Rubén Darío.
Si desea consultar los anteriores capítulos de Amor y poesía, puede leerlos en los siguientes enlaces: