Insomnio poético (III)
Continuando con el itinerario iniciado en el número treinta y nueve de la Revista, allá por el mes de febrero, llegamos a la tercera parte de los artículos dedicados a los desajustes del sueño en la lírica. En los capítulos anteriores pudimos acercarnos a los textos de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Gabriel García y Tassara, Gustavo Adolfo Bécquer y Jorge Luis Borges. En la misma sintonía rompedora de Borges –que veíamos en el capítulo anterior–, tanto en la estructura métrica (largos versículos sin rima ni medida fija) como en el propio lenguaje, alejado de la poética tradicional –por su tono coloquial y a veces prosaico–, nos encontramos a Dámaso Alonso, que publica en 1944 Hijos de la ira, 1“Uno de los poemarios de mayor influjo en la poesía de la segunda mitad del siglo XX […] este libro inaugura la que el autor definió como «corriente poética desarraigada», que expresa la angustia existencial del hombre en un mundo inundado de odio e injustica”. En Antología comentada de la Poesía lírica española. M. Díez y P. Díez Taboada. Ed. Cátedra. donde incluye su famoso «Insomnio». La voz poética, en este caso, se halla inmersa en un mundo confuso y putrefacto (que siempre me recuerda al poema «Aviso» de Gabriel Celaya: La ciudad es de goma lisa y negra, / pero con boquetes de olor a vaquería, publicado en la misma época). El poeta no hace hincapié en describir el problema para conciliar el sueño, sino en las causas que lo producen: el anonimato al que es condenado el hombre en las ciudades y el vacío que produce en la voz lírica la duda sobre el papel asumido por un Dios injusto y lejano en la vida de los hombres:
Insomnio
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas
[estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años
[que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente
[la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido,
[fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente
[mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
A pesar de las evidentes diferencias formales que pueda haber entre Dámaso Alonso y Rubén Darío, hay tres poemas del nicaragüense, titulados “Nocturno” que conectan con la incertidumbre vital de Dámaso Alonso. La noche se convierte en el contexto donde afloran los temores y los sufrimientos existenciales ante la muerte.
Retrocedemos a 1905, cuando Rubén Darío publica Cantos de vida y esperanza. El primer “Nocturno” es una reflexión con tintes angustiosos sobre la existencia:
–V–
Nocturno
Quiero expresar mi angustia en versos que abolida
dirán mi juventud de rosas y de ensueños,
y la desfloración amarga de mi vida
por un vasto dolor y cuidados pequeños.
[…]
El ánfora funesta del divino veneno
que ha de hacer por la vida la tortura interior,
la conciencia espantable de nuestro humano cieno
y el horror de sentirse pasajero, el horror
de ir a tientas, en intermitentes espantos,
hacia lo inevitable, desconocido, y la
pesadilla brutal de este dormir de llantos
¡de la cual no hay más que Ella que nos despertará! 2Cantos de vida y esperanza. Rubén Darío. Ed. Espasa Calpe. Madrid, 1964.
Según Rigoberto Guevara 3Homogeneidad dentro de la heterogeneidad. Un estudio temático del Modernismo poético latinoamericano. Rigoberto Guevara. Ed. Peter Lang. Nueva York. «la angustia vital viene de una vida que no satisface y junto con los cuidados pequeños se convierte en un dolor incesante del cual el poeta trata de escapar con todo lo posible en la vida. Ya los primeros dos versos advierten que la narración angustiosa de su vida pintará una juventud sin placer, alegría o esperanza. Así pues, indica que sus viajes, los versos, la vida bohemia, el sexo y el arte, «el divino veneno», son intentos de escapar de la angustia de la vida, pero que evidentemente no logran calmar el dolor existencial y el pesar de vivir del poeta». ¡Cuánto dolor existencial en tan poco espacio!
El segundo texto continúa evocando recuerdos angustiosos y reflexionando sobre los miedos que una vida de tristeza e infortunio producen en el alma del poeta:
–XXXII–
Nocturno
A Mariano de Cavia
Los que auscultasteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero ruïdo…
En los instantes del silencio misterioso,
cuando surgen de su prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis leer estos versos de amargor impregnados…
Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.
Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!
Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón. 4Cantos de vida y esperanza. Rubén Darío. Ed. Espasa Calpe. Madrid, 1964.
M. Díez y P. Díez Taboada 5Antología comentada de la Poesía lírica española. M. Díez y P. Díez Taboada. Ed. Cátedra. afirman que «el poeta se dirige a todos los que alguna vez hayan vivido una noche de insomnio y nos introduce en su propia alcoba en la que el yo poético, desvelado, confiesa los recónditos pensamientos y los inconfesados temores que les asaltan a los que, como a él, han comprobado, insomnes, la pesante lentitud de –en palabras de Bécquer– “las altas horas nocturnas”». La última estrofa parece apuntar hacia un sentimiento abierto a la esperanza, similar al que Machado, en simbiosis con el olmo, nos declara: Mi corazón espera / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera.
Esta llama de ilusión atisbada en el anterior poema se apaga definitivamente con el tercer “Nocturno” que se publica en El canto errante. Vuelven las dudas, los temores y el miedo a la muerte (ella) en el último verso:
Nocturno
Silencio de la noche, doloroso silencio
nocturno… ¿Por qué el alma tiembla de tal manera?
Oigo el zumbido de mi sangre,
dentro de mi cráneo pasa una suave tormenta.
¡Insomnio! No poder dormir y, sin embargo,
soñar. Ser la auto-pieza
de disección espiritual, ¡el auto-Hamlet!
Diluir mi tristeza
en un vino de noche
en el maravilloso cristal de las tinieblas…
Y me digo: ¿a qué hora vendrá el alba?
Se ha cerrado una puerta…
Ha pasado un transeúnte…
Ha dado el reloj tres horas… ¡Si será ella!… 6El canto errante. Rubén Darío. Ed. Espasa Calpe. Madrid, 1960.
En el quinto y sexto verso de este texto aparece una paradójica definición del insomnio que puede servir como colofón del artículo:
¡Insomnio! No poder dormir y, sin embargo, soñar.
Fernando Pessoa lo expresó años más tarde así:
Nunca duermo: vivo y sueño o, mejor dicho, sueño en vida y al dormir, que también es vida.
Si desea consultar los anteriores capítulos de Amor y poesía, puede leerlos en los siguientes enlaces:
© José Luís Pérez Fuente
Imagen de Josep Pla-Narbona