Insomnio poético (IV)

En anteriores capítulos vimos cómo los literatos del Romanticismo comenzaron a reflexionar sobre el insomnio, comentando sus experiencias y expresando sus sentimientos, los delirios y sufrimientos por la incapacidad para conciliar el sueño. 

Gertrudis Gómez de Avellaneda nos hablaba de espíritus traviesos que habitan la noche de la razón y que trastornan el espíritu. Su coetáneo, Gabriel García y Tassara presentaba la noche en vela como una senda tortuosa que puede hacer desear la muerte. Gustavo Adolfo Bécquer, con un tono subjetivo y lleno de fuerza vital nos contaba, como destinatarios de sus cartas, el proceso físico y mental del insomnio y algunas de las consecuencias en la consiguiente creación literaria.

Luego asistimos al intenso pesimismo que destilaban los textos de J.L. Borges, incapaz de superar el desamparo que produce en él ese estado parecido a la fiebre.

Llegamos después, por fin, a uno de los insomnios más populares en la literatura castellana, el de Dámaso Alonso. El poema se convertía en una evidencia de la vida anónima de las ciudades y en el reproche a un Dios alejado de la realidad.

Finalmente, se mencionaba a Rubén Darío, con sus tres poemas titulados «Nocturno», donde dejaba ver las dudas y los miedos de la noche y sus terrores.

Voy a dejar la angustia y los recelos de la agripnia para otra ocasión –tiempo habrá de examinar los poemas de Carlos Sahagún, Jaime Sabines, Ariadna G. García… y de otros atormentados autores incapacitados para el sueño regularizado–. Y me centraré en un tipo de insomnio muy característico: el producido por aquellos sentimientos que unen a dos personas con incontrolable pasión (el amor) o que las separa con una fuerza inversamente proporcional (el desamor).

Comienzo citando a María Guivernau, una poeta que, en su obra más de cien pasos de baile, desvela muchos de los secretos que acompañan a una pareja de enamorados y, sobre todo, de los problemas que sobrevienen cuando el amor ha huido. Pero no es este el caso; en el siguiente texto, la pasión supera con creces los problemas físicos que puedan acarrear las horas de vigilia y el amor aflora por doquier:

Te cruzaste en uno de mis viajes de vuelta,
en el más difícil todavía,
con ojeras de insomnio
y los tacones en la mano.

Me dijiste bella
y te regalé la primera
de una colección de sonrisas
que te has empeñado en hacer
de mi boca
. 1De “mi invento”, en más de cien pasos de baile. María Guivernau, Editorial Saudade poesía. Toledo, 2015.


Esta misma euforia apasionada embarga los versos de Gloria Fuertes en este poema:

Algo Sucede

Algo me pasa que en mi pecho existe.
Vuelan hormigas y discurren peces.
Suena la sangre y el tambor convoca.
Hay un incendio cerca de mi pulso.
De nuevo el tigre lanza su mensaje.
Tiene mi cama sed de otra figura.
Vuelven las venas a cantar presagios.
Torna el insomnio con sus mil disfraces.

Lavo mis manos para hacerlas suyas,
peino el cabello, río a las vecinas.
Y cuanto miro se convierte en agua.
¡Esto es amor y lo demás miseria!
2En Historia de Gloria. Amor, humor y desamor. Ed. Cátedra. Madrid, 2006.


Todos los fenómenos incendiarios que padece el yo poético de Gloria Fuertes alrededor del amor, tanto físicos como espirituales, provocan la inevitable vigilia nocturna: Torna el insomnio con sus mil disfraces. Pero no parece afectarle lo más mínimo: ¡Esto es amor y lo demás miseria! Salvando las distancias espacio-temporales, podríamos decir que se trata de una versión laica de las palabras de Pablo de Tarso en su Carta a los Corintios: El amor […] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 31 Corintios. 13:7.

La poeta del madrileño barrio de Lavapiés tiene otros versos dedicados exclusivamente al «duro» trasnochar. Son estos:

Insomnio

Con hambre de pan
se puede dormir,
lo digo por ti.

Con hambre de la otra
no se puede dormir,
lo digo por mí.


El doble sentido de la palabra hambre es un magnífico recurso semántico para introducir la anfibología que puede generar hambre de la otra. Pero no hay ambigüedad posible, y menos en Gloria Fuertes.

Con una retórica más directa, sin insinuaciones, sin contemplaciones, Jaime Sabines nos confiesa sus cuitas de amor y de ausencia, los recuerdos de la mujer amada. Con hambre de la otra, como le sucedía a Gloria Fuertes, el poeta nos transmite la imagen del insomnio a través de un elemento recurrente en algunos de sus poemas: tabaco del insomnio:

Aquí, no hay mujer. Me falta.

Mi corazón desde hace días quiere hincarse
bajo alguna caricia, una palabra.

Es áspera la noche. Contra muros, la sombra
lenta como los muertos, se arrastra.


Esa mujer y yo estuvimos pegados con agua.
Su piel sobre mis huesos
y mis ojos dentro de su mirada.


Nos hemos muerto muchas veces
al pie del alba.


[…]

Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos,
hasta el último vuelo de la última ala,
cuando la carne toda no sea carne, ni el alma
sea alma.


Es precioso querer. Yo ya lo sé. La quiero.
¡Es tan dura, tan tibia, tan clara!
Esta noche me falta.
[…]Desamparada sangre, noche blanda,
tabaco del insomnio, triste cama.

Yo me voy a otra parte.
Y me llevo mi mano, que tanto escribe y habla
. 4De “Entresuelo”, en Recuento de poemas. Jaime Sabines. Ed. Visor libros. Madrid, 2014.


Volveré a citar a Sabines, uno de los vates del insomnio, en siguientes capítulos.


Si desea consultar los anteriores capítulos de Amor y poesía, puede leerlos en los siguientes enlaces:

 Insomnio poético

Insomnio poético (II)

Insomnio poético (III)


© Texto de José Luís Pérez Fuente
© Imagen de  qimono en pixabay

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