Iquique: un encuentro con mis raíces familiares
Chile es un país diverso y atrayente. Su geografía es única ¡y loca! –como la llamó el famoso escritor chileno Benjamín Subercaseaux (1902-1973). Se extiende a lo largo de la costa del océano Pacífico. Y la locura está en su variedad de paisajes, climas y etnias. El norte es caluroso y árido por la presencia del desierto de Atacama, el más seco del mundo. Al centro destaca la belleza de un verde valle con frutas y flores todo el año, y viñedos fértiles que llegan a ser manantiales del mejor vino de la galaxia, y una zona costera de playas con roqueríos y aguas impresionantes, o dulces y calmas, con arenas de diferentes tonos. En el sur, la naturaleza es un prodigio de exuberantes bosques milenarios, lagos, ríos, fiordos y glaciares eternos. Existen más de 2.000 volcanes, de los que 96 han estado activos desde hace 10.000 años. Y, además, como centinelas resguardan el litoral, mágicas islas oceánicas como: Rapa Nui, Juan Fernández y el archipiélago de Chiloé, con más de 40 islas.
Siempre quise conocer y explorar mi país antes de embarcarme en viajes alrededor del mundo. Mi objetivo era conocer mi propio país en profundidad, sumergirme en su cultura, su cautivadora historia y la diversidad geográfica de cada región.
Conocer mi país fue una experiencia fascinante y curiosa, porque no seguí un orden geográfico sino según las oportunidades que se fueron presentando: invitaciones, cursos o congresos, ofertas turísticas. Sin embargo, lo más sorprendente fue que mi travesía culminó en la nortina región de Iquique, justo el lugar donde mi abuelo paterno llegó desde Inglaterra en 1918. Fue un encuentro significativo con mis raíces familiares y una conexión especial con la historia.
Lo primero que me cautivó de Iquique fue su extensa y hermosísima playa Cavancha, de arenas blancas y aguas cristalinas. Mi abuela paterna -“la granny”- como buena iquiqueña se vanagloriaba “Es la playa más linda de Chile”. ¡Tenía toda la razón! Hoy su costanera está transformada en un moderno paseo para disfrute la toda la familia, con una amplia oferta de entretenimiento y actividades: juegos infantiles, canchas deportivas para patinaje y fútbol, máquinas para ejercicios, cafés, restaurantes, etc.
Conocer la casa donde “mi granny” nació, creció y conoció a mi abuelo fue una experiencia tan emocionante que me motivó a pintar “Casas antiguas de Iquique”, óleo sobre tela, 60 x 60 (2022)

En el segundo piso de un tranvía turístico pude recorrer la calle Baquedano y admirar las grandes casonas pareadas de estilo georgiano, construidas en madera de pino Oregón, con verandas, barandillas y terrazas sombreadas sobre la azotea que dan cuenta de la época más gloriosa de la explotación del salitre ¡Tanto color y esa arquitectura atrayente fueron una gran inspiración para mi mirada ingenua! Apenas volví a casa, tomé mi paleta y pinceles para recrear esa vivencia.
La semana que visité Iquique fue una aventura inolvidable, me sentí como una exploradora realizando la mayor cantidad de paseos y tours por toda la región:
El recorrido por el Museo Corbeta Esmeralda, réplica de la nave original, me permitió comprender mejor el coraje y la valentía de nuestro héroe naval Arturo Prat. Su hazaña fue determinante para el triunfo de Chile en la Guerra del Pacífico que incorporó esa ex ciudad peruana a nuestra soberanía. Complementé ese paseo histórico recorriendo en lancha la bahía, hasta el lugar donde se encuentra la boya que marca el lugar de la Esmeralda naufragada.
Mi abuelo había viajado a Chile para trabajar en la salitrera “Santiago Humberstone”, el mayor yacimiento de salitre del mundo, en pleno desierto de Atacama. Quise conocerlo, y al llegar a ese pueblo fantasma abandonado a mediados del siglo pasado, me embargó la angustia ¡Cómo pudo venirse mi abuelo desde Londres a buscar fortuna a ese recóndito lugar! Pero después de recorrer sus dependencias: las oficinas administrativas donde él trabajó, la pulpería donde se abastecían con las fichas recibidas como salario, el hospital, la escuela, el teatro y la piscina entre otros, que dan testimonio de su período de esplendor, me sentí más aliviada. El lugar tenía todas las comodidades para disfrutar la vida y estaba rodeado de coterráneos ¡Ni siquiera necesitaba hablar español!
En el camino de regreso pude conocer los famosos geoglifos de Cerros Pintados: enormes figuras rupestres que representan animales, personas y símbolos geométricos en sus laderas ¡Maravilloso arte precolombino conservado por más de mil años!
Un largo día de excursión a los Géisers de Puchuldiza. Debido a la lejanía, 220 kms, salimos a las 4 de la madrugada porque era necesario llegar a las 7 a.m., cuando empieza la erupción de los enormes chorros de vapor ¡Parecen fumarolas elevándose hacia el cielo! También vi las enormes columnas de agua caliente que se congelan con el frío ambiental ¡Es un espectáculo impresionante e imposible de olvidar! Por suerte pudimos estar un par de horas disfrutándolos antes de continuar a Cariquima, un poblado aymará. Allí tuvieron que darme un brebaje reanimador para aminorar los síntomas de “apunamiento” que los 4200 metros sobre el nivel del mar me habían provocado. Caminando lento recorrimos el lugar, sus casas de adobe, pintadas de blanco, contrastaban con los techos de paja. Pudimos degustar un asado de llama, el camélido más apetecido de la región ¡Me pareció algo dura y seca su carne, pero me energizó para continuar! Finalizamos el paseo visitando el enorme Salar de Coipasa: un infinito mar blanco, rodeado de cactus gigantes que se elevan al cielo azul intenso ¡Era el broche de oro! Su belleza inigualable me dejó sin aliento y estimuló todos mis sentidos: contemplé la majestuosidad de la naturaleza que nos rodeaba, olí el aroma de la sal, sentí el frío en mi piel, inhalé el aire gélido y escuché el sonido del viento. Durante el regreso a Iquique repasé todas mis nuevas experiencias hasta que mis ojos se cerraron y caí en los brazos de Morfeo.
Paseo de día completo a la Pampa del Tamarugal. Después de viajar por el desierto me impresionó el encuentro con dos oasis; los pueblos de Pica y de La Tirana. Pica es un pequeño poblado donde cultivan mangos y los famosos limones, pequeños pero muy jugosos y de un sabor inigualable. Recorrimos sus calles y visitamos la iglesia de San Andrés, declarado monumento nacional el año 1977. Después de un delicioso almuerzo llegamos al balneario Cocha Resbaladero, una piscina de agua natural, termal, rodeada de rocas volcánicas donde pude gozar como una niña durante dos horas, deslizándome por sus laderas para sumergirme en esas cálidas aguas curativas ¡No me habría salido nunca, pero había que seguir viaje!
La Tirana es una localidad tranquila que se transforma, una vez al año y durante diez días, con la llegada de miles de devotos y turistas por la principal fiesta religiosa de Chile. Dada su importancia quise plasmarla en óleo sobre una tela:

En la obra “Fiesta de la Tirana” plasmé el hermoso templo de «Nuestra Señora del Carmen” donde cada 16 de julio se conmemora a la Virgen del Carmen, patrona del Ejército de Chile. Es una festividad que combina elementos de la religión católica con rituales y danzas ancestrales, “las diabladas”, donde los bailarines disfrazados de diablos realizan movimientos acrobáticos y coreografías llenas de vitalidad y colorido. Se acompaña de música vibrante realizada con instrumentos de viento tradicionales, como zampoñas, quenas, y también tambores y bronces que durante varios días anima a los participantes, devotos y espectadores. Los miles de turistas que acuden tienen la oportunidad para sumergirse en la riqueza cultural del norte de Chile y disfrutar de una experiencia festiva llena de tradición y vitalidad que recordaran siempre.
Quizás haber dejado Iquique para el final de mi recorrido por Chile fue lo mejor que me pudo pasar.
Texto e imagen © Cecilia Byrne