Isabel Pérez Dobarro
Jorge Castro: ¿Cuáles son tus primeros recuerdos musicales y por qué decides dedicarte a la música?
Isabel Pérez Dobarro: Yo no vengo de familia de músicos pero sí de familia de melómanos. Tanto mi padre como mi madre tenían una inmensa colección de CDs y vinilos, muchos de ellos los habían traído de sus viajes por Europa del este. ¡Eran estupendos! Tenías grabaciones de Horowitz, Richter, Rubinstein, Rachmaninoff, Pogorelich… Desde pequeña siempre recuerdo que en casa había música, era algo constante. La música siempre ha estado en mi vida de una manera muy natural. Además, mi hermana hizo hasta octavo de piano, tocaba muy bien y teníamos un piano en casa, entonces, muchas veces, mientras la pobre estaba estudiando iba yo a molestarla, a hacer clusters, obviamente, y demás técnicas contemporáneas sobre sus estudios (risas). Mis padres vieron que me gustaba y ya con tres o cuatro años empecé a ir a una academia en Santiago y mi primer concierto fue con cuatro años.
Con quince años comenzaste la Carrera de Piano en Madrid y con dieciocho, te fuiste a Nueva York a estudiar un Máster, ¿qué destacarías de tu época de formación y qué diferencias encuentras entre el Sistema Educativo español y el norteamericano?
Fue maravillosa tanto la etapa en Madrid como la de Estados Unidos, tuve la suerte de tener profesores extraordinarios. Antes de llegar a Madrid, comencé mi formación con Marina Shamagian y Alexander Gold, ambos magníficos pianistas de la escuela rusa. Posteriormente empecé a trabajar con tres maestros. Uno de ellos era Ramón Castromil, de la Generación del 51, un pianista gallego con una carrera muy importante, dando conciertos por toda Europa y colaborando con los eventos de Nueva Música en el ámbito nacional. Con él di clases en Santiago y me centré en el gran repertorio romántico. Trabajaba música española en Madrid, a donde viajaba cada quince días, con Antonio Iglesias, quien además de sus cargos en la gestión y crítica musical había tenido una carrera destacada, llegando a actuar con Stokowski, por ejemplo. También recibí clases de Manuel Carra, un referente de la Generación del 51 y maestro de numerosos pianistas de nuestro país. Fue una combinación muy interesante, ya que los tres eran grandísimos profesores que venían de la tradición de Cubiles, y con cada uno de ellos, hacía un repertorio distinto. Ya instalada en Madrid, comencé a estudiar con otra pianista y profesora fantástica, Elena Orobio. Ella venía de la escuela vienesa, una tradición con la que yo no había estado en contacto antes y que resultó muy enriquecedora. Después de mi formación en Madrid, me mudé a Estados Unidos donde trabajé en la New York University con José Ramón Méndez Menéndez, un gran pianista que es actualmente profesor de la prestigiosa Northwestern University. José Ramón fue un profesor importantísimo para mí. Los conceptos técnicos que me ha enseñado han evitado que tuviera cualquier lesión y creo que ha sabido sacar lo mejor de mí como pianista. En Manhattan School of Music trabajé con Solomon Mikowsky, sin duda, una figura legendaria en la pedagogía estadounidense. Fue una suerte trabajar con un profesor de su prestigio, tanto por su calidad como por mis compañeros de estudios, con los que tuve la ocasión de colaborar y compartir ideas musicales. Después recibí clases de José Ramos Santana, un pianista puertorriqueño excepcional. Con él trabajé mucho el pedal, el color, etc. Cada uno de estos profesores me han ayudado en diferentes aspectos.

Con respecto a la manera de dar clases, en Estados Unidos hay dos diferencias fundamentales: en cuanto a la Licenciatura, no lo puedo comparar con España ya que yo fui allí a hacer un Máster, pero por lo que pude ver, cuando alguien entra allí a hacer la carrera, también tiene asignaturas de matemáticas, física, etc. Luego se especializan en música, lo que llaman hacer un major. La formación allí es más general. En el caso específicamente del Máster, hay una gran libertad en cuanto al tipo de asignaturas que puedes escoger y cómo planteas cada curso. Tú realmente decides tu programa. Esto ahora está cambiando en España, pero la integración plena de la música en el ámbito universitario es absoluta en los Estados Unidos. Por lo tanto, cuando tenías que escoger asignaturas optativas, podías elegirlas del departamento de filosofía o business, entre otras. Asimismo, yo he dado clases a alumnos de derecho que escogían piano como optativa. Podías estar en contacto con actividades de otras carreras. Yo, como también he estudiado el grado de derecho y estudié relaciones internacionales en Harvard University participaba activamente en estos eventos. Si que es verdad que en los conservatorios como Juilliard o Manhattan School of Music la formación es más especializada, pero tienen convenios con Columbia University o en el caso de New England Conservatory con Harvard University para conectar, en la manera de los posible la universidad con la música. En España esto está cambiando, existen ya doctorados en performance no sólo en musicología. Cada vez hay más integración entre universidad y conservatorio.
Además, como decíamos, has estudiado Derecho. ¿Cómo compaginas esas dos carreras?
Creo que el derecho y las relaciones internacionales me ayudaron a dar otra dimensión a mi manera de tocar, o por lo menos, a una parte de lo que hago cuando toco. Me han permitido tener una mayor vocación social y un interés por tratar de contribuir a la sociedad de alguna manera a través de mi arte. Además, ambas formaciones me han dado unos conocimientos que creo que son muy válidos para entender la sociedad hoy en día. Si piensas en cualquier transacción que haces, es derecho. Para nosotros los artistas, tener una formación en derecho es fundamental; cuando negocias con un agente, cuando miras las condiciones de un contrato… el tener la carrera de derecho te hace menos vulnerable. Las relaciones internacionales te dan una perspectiva más amplia de la situación global y de ver cómo la cultura encaja en todo ello, porque al final, no podemos vivir al margen de la sociedad, si no, todo lo contrario, somos una parte esencial de la misma. Creo que debería haber algún curso o jornadas de derecho y música en el Conservatorio, y alguna formación, aunque fuera muy básica de relaciones internacionales. Volviendo a las dos carreras, se combinan teniendo muy claro que hay dos ámbitos. Por un lado, el de la calidad artística, donde hay un trabajo muy minucioso de análisis, de interpretación, un estudio autónomo para asegurarme que tanto a nivel técnico como musical presento las obras al más alto nivel. Por otro, entiendo la inmensa responsabilidad y privilegio que es poder salir a un escenario, por lo que, si puedo contribuir de alguna manera a mejorar la sociedad, lo intento. El marco de actuación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es idóneo, puesto que son unos objetivos aprobados por 193 países, bajo gobiernos de muy distinto signo, por tanto, trascienden cualquier ideología nacional. En este ámbito, la música de compositoras se encuadra en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 de Igualdad de Género o iniciativas a favor de la inclusión social ayudan al Objetivo de Desarrollo Sostenible 1, acabar con la pobreza o el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4, promocionando una educación de calidad. En muchas conferencias a las que iba, cuando decía que era músico no entendían un papel de los músicos en estos procesos. Esto me enfadaba enormemente, pues pienso que los artistas tenemos mucho que decir y contribuir desde una perspectiva diferente a un ingeniero, sin duda. Pero eso no nos hace menos importantes, proponemos distintas soluciones, tratamos de contribuir a problemas diferentes u ofrecemos una perspectiva singular a cuestiones comunes.

En 2017 diste una conferencia llamada “El papel de las artes y los artistas en la consecución de la paz” en el Foro de Premios Nobel de la Paz. ¿Qué crees que puede aportar a la paz el arte?
Hay estudios que demuestran cómo las artes pueden ayudar en procesos de paz. Para mí, entre ellos destaca “Strategic arts-based peacebuilding” del Dr. Michael Shank y Lisa Schirch, quienes hablan precisamente de las distintas fases en los procesos de paz y cómo las artes pueden intervenir en todas ellas. Existe la escalada del conflicto, cuando llega a su punto álgido; el momento en el que se empieza a reducir la violencia y finalmente la consecución de un cierto clima de paz. Entonces, en cada fase de este proceso se sugieren distintas expresiones artísticas. Por ejemplo, es muy bueno al final, o en la fase de la desescalada la arteterapia para superar todos estos traumas que ha dado el conflicto. El conocer a miembros de organizaciones que están trabajando en este tipo de problemas me ha ayudado a ver de qué manera se puede tratar estos casos. Para mí las artes tienen cuatro funciones: una es de concienciación, el arte puede reflejar realidades o denunciar algo que está sucediendo, son un vehículo muy poderoso. La segunda, es como cauce para la innovación. Yo estoy colaborando ahora con la Factoría de Industrias Creativas y lo que estamos viendo precisamente es esa interacción entre artes e innovación, que realmente no es una interacción, porque las artes son creatividad y la creatividad es innovación, por lo tanto, dentro del concepto de arte está la innovación, aunque hoy en día se vea la innovación orientada a la ciencia. La idea es ver de qué manera ambas pueden confluir, de qué forma las artes pueden ayudar a imaginar y ver soluciones que se salen un poco de lo habitual y pueden contribuir al avance tecnológico. También pueden crear un espacio de diálogo entre facciones o bandos enfrentados y a través de las artes es posible que se llegue a un punto de unión. Y por último, es relevante el uso de las artes como un medio de inclusión social.
Y, ¿tú crees que a pesar de todo lo que estamos diciendo, el artista está lo suficientemente valorado a nivel social?
Depende del país, lo primero. Yo creo que en general no y diría que tenemos mucho que avanzar en ese sentido. Me han preguntado tantas veces si mis padres me apoyaron en la decisión de dedicarme a la música o cómo me sentiría si mi hijo o hija me dijera que quiere ser pianista. Pues qué voy a decir, que mis padres felices y yo estaría encantada de que mi hijo o hija fuera artista, ¿qué hay mejor que compartir los valores más altos que ha dado la humanidad y comunicarlos a un público? ¿qué hay más maravilloso que eso? Para mí sería ideal que se dedicara a la música. Creo que falta mucho para que realmente se entienda el trabajo de un artista y su dificultad. Considero que cuando tienes una formación musical, aunque sea básica, sabes la dificultad del oficio de músico y lo respetas por el inmenso trabajo y dedicación que conlleva su actividad. Pero si no has tenido esa exposición, considero que es muy difícil para mucha gente imaginarse el trabajo intelectual que hay detrás. Además, creo que la consideración del artista varía a lo largo del tiempo e insisto, para mí lo esencial es la educación o por lo menos, el estar en contacto con alguien que se dedique al arte. En New York University impartí clase a non-majors también. Es decir, estudiantes de medicina, matemáticas o biología que elegían la música como optativa. Muchos de ellos no serán grandes músicos, pero, por lo menos irán a los conciertos, apreciarán el trabajo del músico y apoyarán las artes. Y sin duda, ellos disfrutarán doblemente de la música durante toda su vida.
Has tocado en alguna de las salas más prestigiosas del mundo, ¿con cuál te quedas?
Es muy difícil elegir, pero de las más recientes me quedaría con el Palau, el Teatro Colón y el Carnegie Hall. En esos tres, la acústica es francamente extraordinaria. Si además se piensa en todas las grandes orquestas e intérpretes que han pasado por ahí, es muy emocionante. Son salas que desde el punto de vista acústico te dan una gran tranquilidad. Siempre lo digo, el piano es perfecto, la acústica es perfecta, es sólo no estropearlo (risas). Las condiciones son ideales. Aún así, aunque suena muy típico decirlo, cada teatro, cada público… tiene algo diferente y en todos hay algo mágico y especial. Incluso las peores acústicas en las que he tocado, simplemente por el hecho de intentar compensarlo de una u otra manera, hace que la experiencia sea especial y que te sientas más orgullosa de tu trabajo.

Háblanos de tus próximos proyectos, ¿qué nos podrías adelantar?
En marzo, el Women Now Conference se canceló por el COVID. Tuve la inmensa fortuna de ser invitada para representar a la música clásica tocando el Concierto de Clara Schumann en un acto en el que iban a participar Hillary Clinton o Kathleen Kennedy. Por la crisis se ha pospuesto a diciembre. También iba a ir a ser jurado del Cles D’or Competition en París, el cual se ha aplazado también. Era muy ilusionante porque era la primera vez que iba a Francia como jurado, pero volverá, ¡seguro! Después, en Málaga, en la Sala de Unicaja y en Madrid en la Fundación Juan March, dos conciertos que espero que se mantengan. Tenía también una gira en Argentina en septiembre, pospuesta por las circunstancias. Igualmente estoy trabajando en un intercambio Portugal-España, con compositoras e intérpretes portuguesas y españolas. Realizo este trabajo con la mezzo-soprano Anna Tonna y colaboramos con la compositora Melissa Fontoura y la soprano Nadia Fidalgo por la parte portuguesa. Voy a participar de manera online en el “World Piano Conference”, que se hace en Novi Sad, posponiéndose los conciertos que tenía en Serbia en esas fechas. Seguiré también la gira con Carlos Nuñez, “Celtic Beethoven”, que la verdad ha sido un proyecto fascinante. Interactuar con el mundo celta y tocar con un genio como Carlos ha sido una experiencia muy interesante que va a continuar. Otro concierto que tenía también era mi debut como solista en el Lincoln Center de Nueva York por el Día de la Hispanidad, pospuesto también. Después estoy en proceso de recuperación de la obra de varias compositoras en particular en el ámbito sinfónico. Esto incluye el concierto de Clara Schumann y el de Amy Beach que si todo irá bien estrenaré en España a principios del año que viene. Dentro del repertorio tradicional tengo el proyecto de un tercer concierto de Beethoven y un segundo de Rachmaninoff pero ahora está todo paralizado.
Texto © Jorge Castro