Jardín victoriano

Tras la ventana de cristales emplomados.

Tras la atalaya de anhelos 
y de sombras.

La doncella contempla 
el predio verde.

Del jardín, que es el 
oculto tesoro de su alma.

¡Ah! Qué dulce el suave paraje
que se extiende, tras su pupila
gris y melancólica.

¡Que fragantes los setos!
¡Que variadas tonalidades
de esperanza!

¡Que fresco el rumor del arroyuelo!
Y que límpida  la luz de la mañana.

Que suave el musgo entre la
húmeda roca.

Y las rosas silvestres perfumadas.

Que acogedora la muralla de ladrillo,
revestida de hiedra y madreselva.

Las púrpuras grosellas, se asemejan
a gotas de sangre entre la umbría.

La humilde violeta en la vereda,
el cedro y el sauce en lontananza.

Quisiera la doncella hacerse hierba
y pétalo de flor y acaso espina.

Penetrar y formar parte
del ámbito sagrado de su bosque.

Porque así, cuando el cruel tiempo 
transcurra y la pátina inmisericorde
del olvido, convierta en selva
inaccesible su recinto,
su espíritu se funda y haga uno:
entre la dulce foresta victoriana
y el salvaje abandono de los siglos.


© Rosario de la Cueva
Imagen de Keith Johnston en Pixabay

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