Joséchu García Palazón y el vuelo
José Antonio García Palazón es todo un artista; usamos dicho vocablo por su más abarcadora significación, no en vano Josechu García Palazón toca muy diversos palos del arte sin ninguna sistematicidad pero con una sapiencia y veracidad que rocían todo aquello sobre lo que él instaura su encandilador (por lo antisistemático) orbe creativo, pues este sujeto posee lirismo personal. No todo el mundo tiene la capacidad de desprender lirismo con cada ademán esgrimido de la manera más casual e indeliberada. Asimismo conforma lirismo en rededor de sí. Todo lo que lo rodea resulta poético, y no es necesario portar premisas conducentes a tal elucidación ni querencia por entresacar maravilladores rasgos en Josechu y sus circunstancias, estas le afloran impremeditadamente envolviendo a quien siquiera intercambie unos parlamentos con él.
Su habitación es como el despacho de Gómez de la Serna. De hecho sus esencias solo podrían ser aprehendidas a través de greguerías, no en vano, como el agua, se le escapa de las manos a los parámetros más convencionales de la existencia.
Su vivir cotidiano es una perpetua performance de la que acaban participando cuantos interaccionan con él. Josechu es un universo.
La poesía es un flanco más del vital trayecto josechuniano. Mas no podemos dejar de atender a esta, pues es magnífica y nos ofrece la faz más desengañada y desangelada del interfecto. Ya dejé dicho en otro lugar que toma García Palazón lo mejor de la tradición petrarquista y lo entremezcla con el poder sugeridor, por lo visionario, de las vanguardias históricas, siendo, al cabo, el fondo que despliega de una existencial discursividad, con recados sociales profundos entreverados. Veamos un ejemplo:
PROCESIONARIA
Aferrados con las uñas a los quicios
de las murallas móviles,
o a los cestos que caen a la deriva,
con la vigilia abierta,
con el nombre extirpado
en su pecho vacío,
se dirigen los hombres,
los unos a los otros,
hacia el fin del reloj,
hacia la última vuelta de la luna.
Maneja Josechu la catacresis como Joselito la muleta en tardes de puerta grande matritense, tornando los encogimientos del alma en áspera beldad, aupándose la paradoja de que quien sobrevuela cornisas de fascinación a diario, en el género que más vuelo podría reportarle, emplea lastres de gran peso específico, quizá para evitar volátiles redundancias. Ergo, cabe, así las cosas, apuntar que quien tanto se eleva tiene, al fin, los pies bien asentados en el suelo, donde lo circundan y habitan infinidad de lecturas y canciones.
Uno imagina a Josechu García Palazón sobre la azotea de un edificio danzando libremente cual un Kiedis castizo y libresco al son de melodías ya hiperescrutadas por él en largas sesiones nocturnales de ultramelomanía.
Y para terminar, otra pieza dechado de cogitada sublimidad:
25-12-98
Cuando nacen los dioses,
tan sagrada y benigna es esa fecha
que los hombres aportan joyería,
para adornar la fiesta del escombro.
Por dentro del invierno se celebra
una bondad impropia y alejada
porque al hombre lo humano le es ajeno.