Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí

De cómo la genialidad y el afecto vencieron a la enfermedad y la muerte

A casi setenta años de la muerte de Zenobia Camprubí, me topé este mes de octubre de 2023, cuando se cumplieron sesenta y siete, con uno de los más egregios Creadores del siglo XX: Juan Ramón Jiménez, que junto a la escritora barcelonesa conformó uno de los binomios más inolvidables de toda nuestra literatura. La cursiva es el título del documental de Televísión Española que se centró en su vida, desde el momento en que Juan Ramón vino al mundo en Moguer, municipio de la provincia de Huelva, hasta su fallecimiento en el exilio, pasando por sus periodos en Madrid, donde entabló amistad con el mismo Rubén Darío y experimentó los turbulentos años de la República y la Guerra Civil. Posteriormente, había residido en Cuba para vivir en Estados Unidos y, más tarde, emprender un viaje a Argentina, donde fue recibido de forma apoteósica. Durante ese mismo tiempo, en 1956, recibió el premio Nobel de Literatura; mientras, no obstante, su querida Zenobia luchaba por su vida en una clínica en Puerto Rico.

Es esta la síntesis de la peripecia vital de uno de nuestros grandes, recorrido que bien puede constituir una pieza literaria per se. Todo ello es tratado en ese documento videográfico que, aun cuando se emitió originalmente en 2006, continúa presentando una indudable vigencia pese al tiempo y contra el tiempo. También pese a que se sitúe recurrentemente el foco sobre el Recinto de Río Piedras de Puerto Rico, existiendo otro desconocido —por menor que resulte— plano del mundo literario y exílico: el del Recinto de Mayagüez. Ciertamente, debe atenderse a la primera de ambas sedes de la isla por su indiscutible relevancia histórico-cultural, pues junto a Juan Ramón o Zenobia por allí pasaron Pedro Salinas, María Zambrano o Jorge Guillén; pero la postergación del de Mayagüez no deja de llamar la atención.

Así, todavía recientemente, en exposiciones como El exilio intelectual español en Puerto Rico, comisariada por Ernesto Estrella Cózar en la Biblioteca Nacional de España de Madrid y que finalizó en septiembre de 2023, únicamente se cuenta con el espacio riopedrense, si bien se anunciaba una atención al exilio en toda la isla. Es esta otra de las muchas reflexiones que suscita el contexto del recomendable documental.

Visualizándolo, también vino a mi mente aquel verso del cual Paul Éluard fue su —igualmente egregio— creador, y que reza: «Hay otros mundos, pero están en este». Y el hecho es que esas palabras cobran otro sentido bien distinto mientras se visiona el documental: el de traernos a este, nuestro mundo de los vivos, el de los muertos.

Juan Ramón, en sus últimos años en Puerto Rico
Juan Ramón, en sus últimos años en Puerto Rico

Desde el internado jesuita de la adolescencia de Juan Ramón, «una preparación para su obsesión de la muerte», hasta su vuelta al pueblo por la enfermedad del padre, fue brotando en el poeta de modo casi inevitable una fijación por tal tema, que se salda con los versos al fallecimiento de su padre donde se relata incluso el roce con el cadáver del progenitor, ya frío. Llamativo, asimismo, cómo esta preocupación acarreará nuevas influencias en su obra por trasladarle hasta Burdeos, donde leerá a los simbolistas franceses, mientras la genialidad de su lírica afloraba a través de la dolencia.

La obsesión se convierte en un temor que le lleva a contemplarse como un «muerto en vida», y alrededor de la cama de ese «muerto» se reúne lo más vivo y naciente de nuestras letras, como los hermanos Machado o Valle-Inclán, haciendo que la enfermedad —y la misma desaparición— sean el marco de la producción poética juanramoniana.

Una producción en la que además decide refugiarse «como defensa contra la ansiedad y la muerte», y para alcanzar el término de su obra ante el final que «presiente cercano» y una salud que empeora con la edad. Casi al mismo tiempo que inmortaliza negro sobre blanco «envuélveme con tu luz, para que la muerte no me vea», la muerte sí alcanza a ver a Zenobia Camprubí en aquella clínica puertorriqueña, llevándosela de su lado el 25 de octubre de 1956. A partir de entonces, el poeta viviría apenas dos años, feneciendo el 29 de mayo de 1958.

Juan Ramón Jiménez quiso reunirse lo antes posible con ella no en este mundo, sino en el otro, el que había aproximado a sus lectores, para poder volver a ser libre, sano, vivo. Desde aquel veintinueve de mayo, lo es.


© Texto: Luis Gracia Gaspar
Imagen de portada: Ejemplar de Platero y yo (1914) dedicado por Juan Ramón Jiménez ese mes de diciembre a quien se convertiría en su esposa, Zenobia Camprubí.

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