La anorexia

Llevaba  años metida en esa burbuja de cristal, era una habitación fría con pocos objetos: Una cama, un armario, una mesilla y sobre ella un reloj despertador, que parecía martillear su mente constantemente. Las noches eran insoportables, su cabeza no hacía nada más que abordar los recuerdos, uno y otro los problemas le iban sucediendo sin ella poderlos resolver.

Hoy la trajeron una televisión, dijeron que sería un bálsamo para salir de esa actitud en la que se encontraba sumergida sin poder ver ella la salida.

Acababa de entrar la chica de la bata blanca y parecía venir cargada con una legión de pastillas, y con las pastillas venía  un zumo, bien sabía esa enfermera que los alimentos hacía tiempo dejaron de tener un lugar en ese cuerpo endeble. Sólo el aire y el agua parecía servirle de sustento, aunque la mayoría del día estaba enganchada a la sonda que la alimentaba.

Se asfixia y se ahoga, con un sólo sorbo de agua, pero al final consigue tragar las pastillas de diferentes colores.

Era hora de levantarla y ayudarla asearse, en ese momento su cuerpo obedece las órdenes, ella está presa de esos ansiolíticos y antidepresivos.

Llega la hora de salir al patio y ver la luz del sol, y poder disfrutar de los compañeros que están en la misma situación que ella. Su cuerpo empieza de nuevo a sentir terror, incomodidad  y tirantez muscular.

Su corazón se acelera aún más y comienza la sudoración y las molestias estomacales, todo gira muy deprisa a su alrededor, por fin logran calmarla. Ella pide un  cigarro desesperadamente, le dicen que se lo darán cuando salga al patio, por fin lograron calmarla, y sale de ese aislamiento llevándola por aquel pasillo acristalado que conduce al patio. Es en ese momento cuando Inés se mira de reojo en esos espejos y no se reconoce, sus ojos están apagados, oscuros, y sin ilusión, sin esperanza.

Un enfermero la acompaña, la va dando ánimos, el aire fresco le vendrá bien. Al salir al exterior una bocanada de aire  la hace encogerse de frío, su acompañante le pone una rebeca y la coloca al sol, el día no está frío, es solo su destemplanza. Inés vuelve a pedir un cigarrillo, el enfermero se lo da, y lo acaba en dos caladas , es tal la ansiedad que tiene.

Nadie se acerca a ella, cada uno de los que se encuentran allí están metidos en su propio mundo, un mundo difícil de entender, ya que sabes cuando entras, pero nunca sabes si saldrás de ese lugar.

Nuevamente es hora de la pastilla azul y de la roja, a ella eso ya le da lo mismo, la engulle con la poca agua que puede tragar, su cerebro parece estar paralizado, sin pensamiento y adormecido.

En un descuido se acerca a ella otra interna, saca de su boca tres pastillas que ella no se ha tragado, y se las mete precipitadamente a Inés en su boca, está convulsionando, comienza un temblor con un sudor frío.

Su mano se la lleva al  pecho y es entonces cuando cae al suelo y suena una sirena de alarma, ella escucha voces muy lejanas a su alrededor

 ¡Vuelve, vuelve! . Ahora sus ojos se han cerrado para siempre, vuelve la paz a ese cuerpo roto.


© Mpiliescritora
Imagen de FranckinJapan en Pixabay

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