La conjura de los conformistas

Hace unas semanas recibí una llamada de un colega que se encontraba en el sur de Alemania haciendo turismo. El caso es que dado mi pasado como trabajador de aviación por 10 años, quería hacerme unas consultas relacionadas con este maravilloso mundo lleno de detalles y procedimientos que según a quién se le pueden antojar absurdos y un sinfín de protocolos que con frecuencia hacen las delicias del viajero no experimentado (oh, y del experimentado también).

Mi querido amigo me contó que el aeropuerto de Múnich se encontraba con una huelga convocada para el personal de tierra y este, junto con el de Hamburgo, se habían cerrado. El trastorno ocasionado era evidente y me preguntó que si era posible reclamar a su aerolínea todos los gastos derivados del aplazamiento de su vuelo de salida. Yo le conté que en este caso la aerolínea estaba eximida de toda responsabilidad (salvo la de proporcionar un vuelo a destino a todos sus pasajeros), ya que hablamos de una causa externa ajena a la compañía. Habrá empresas que se comporten “más o menos bien” con sus clientes, les proporcionen, por ejemplo, un bono monetario que les permita adquirir un a veces cuestionable alimento a los millones de pasajeros que usan los aeropuertos, pero en este caso no había opción posible.

Una huelga. Muy pocos nos paramos a pensar las razones detrás de una huelga, especialmente cuando sus consecuencias nos afectan directamente a nosotros. Como trabajador de aviación durante algo más de una década, me he visto afectado por un suculento número de huelgas durante mis viajes. Muchas de ellas pasaron desapercibidas, otras tantas provocaron el alargamiento de horas de trabajo, pernoctas inesperadas y gastos ingentes para la compañía. Recuerdo quejarme sobre esto en exceso, incluso llegar a pensar que las huelgas lo único que hacían era provocar un caos innecesario y no solucionar el problema de raíz. Con estas premisas les hablo de una edad de unos 25 o 26 años. Pero recuerdo que cierto día que los controladores aéreos franceses se levantaron en huelga (como solían hacer muy a menudo, la verdad), se acercó a mí un compañero de trabajo y me dijo:

“Querido… nadie va a la huelga porque le apetece. Si hay una huelga es que algo no está funcionando como debería. Siempre.”

Así era, así es y así será. Se trata de una afirmación bastante simple ¿verdad? Claro que sí. El problema es que nuestra obcecación a veces nos impide ver una realidad subyacente que afecta a miles o millones de personas a diario.

Según las investigaciones de la comunidad de historiadores mundial, la primera huelga (documentada, presumo) de la historia sucedió el 14 de noviembre de 1152 a.C y tuvo lugar durante el reinado de Ramsés III. Unos 60 artesanos se negaron a realizar su trabajo en el Valle de los Reyes hasta que no recibieran los jornales atrasados. Aquel evento quedo estampado en forma de papiro y se pasó a conocer como el papiro de la huelga, que actualmente se conserva en el Museo Egipcio de Turín, Italia. Bien pensado, debería haberse quedado en la tierra que le vio nacer como documento-testigo impertérrito de que la humanidad no se dejaba ningunear tan fácilmente. Pero para eso ya estuvimos los europeos, que en su día nos encargamos (unos más que otros) de expoliar todas las tierras conquistadas de sus bienes, arte, recursos e incluso seres humanos.

Así pues, queda demostrado que la lucha por un trabajo y condiciones dignas es tan antigua como las grandes civilizaciones humanas. ¿Hay que luchar? Claro que hay que luchar, por suerte y por desgracia.

– ¿Tú vas a hacer la huelga? – Le preguntó su compañera.

– Sí… lo que haga falta. Ya está bien, nos deben meses de atrasos y el aumento del IPC lo prometieron para el primer trimestre del año, y ya estamos en julio… Además llevan años haciendo caso omiso al convenio que ellos mismos firmaron…

– Ya tienes razón, pero, ¿sabes? Tengo miedo… tengo miedo de muchas cosas, pero sobre todo tengo miedo de las consecuencias… Y además ya sabes que no llevo demasiado bien las manifestaciones y esas cosas, me pongo muy nerviosa…

– Comprendo… Mira, estoy a favor y estaré siempre a favor de los derechos de los trabajadores, de la revolución del proletariado y de la lucha por nuestros derechos. Pero no puedo obligarte a nada porque entiendo que ni todos somos iguales, ni todos debemos lanzarnos a hacer algo de lo que no estamos seguros… Haz lo que consideres oportuno, ni yo ni nadie debería juzgarte. – Respondió él.

– Vale… gracias por tus palabras. – Sonrió tímidamente ella. – Bueno… hay algo que sí puedo hacer… – Todo es bienvenido.

– El caso es… – Continuó ella de manera dubitativa. –…que bueno, dado mi puesto cerca de dirección me he enterado de una cosa, pero tienes que prometerme que no dirás que ha salido de mí.

– Prometido. – Aseveró él.

– El caso es que desde dirección, como han visto que esta huelga era inevitable y ya llevaba meses convocada, lo que han hecho es aumentar los servicios, es decir, doblarlos… así cuando tengan que cubrir su mínimo ya estarían cubriendo su actividad normal…

¿Merece la pena luchar? Sí, siempre. Absoluta y rotundamente siempre. Pero con ello no podemos imponer ni obligar, porque de esta manera acabaríamos reduciendo nuestras actuaciones a la simpleza opresiva contra la que estamos intentando luchar.

Y para finalizar les dejo con un extracto traducido del papiro de la huelga que mencionábamos anteriormente:

… los trabajadores traspasaron los muros de la necrópolis diciendo: «tenemos hambre, han pasado 18 días de este mes… hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni pescado, ni legumbres. Escriban esto al faraón, nuestro buen señor y al visir nuestro jefe, que nos den nuestro sustento”


© Daniel Borge
Imagen en Pixabay

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