La cultura de la queja. Parte 2

Al final del día la queja no es más que el subproducto de nuestros intentos de liberación de las ataduras de la incomprensión. Una lucha por deshacernos de esos viles cepos que nos hacen desmerecedores de la felicidad que todos ansiamos buscar, cada uno la suya, cada uno por su vertiente personal.

Pero seguro que ustedes en alguna ocasión se han preguntado a sí mismos si sus quejas son fundadas, si merece la pena tanto esfuerzo dedicado a ellas y si ese desgaste realmente lidera el camino hacia la liberación del sufrimiento. Yo, desde luego, me lo pregunto a diario. 

Y no hay nada mejor para tratar de entendernos a nosotros mismos que empatizar con nuestros semejantes, que colocarse en el lugar, aunque sea mentalmente, de aquellos que incluso perdiendo todo lo que tienen, caminan hacia adelante con paso firme, sin olvidar, con lágrimas en los ojos, pero siempre hacia adelante. 

Es nuestro instinto de supervivencia, de auto preservación.

Al igual que el mes pasado, estas dos historias son verídicas. Doy fe de haberlas vivido o escuchado.


1

“En el año 2008, cuando trabajaba en el maravilloso mundo de la aviación, volé unas cuantas veces a Phuket, Tailandia, desde el aeropuerto de Helsinki-Vantaa. Con mi gran amigo y compañero Pepe M. nos aventuramos por las calles de Patong Beach, que a pesar de ser un lugar demasiado turístico para mi gusto, ofrecía un buen ambiente para tomar unas cervezas y dar un paseo. 

En una de nuestras caminatas nos topamos con una pareja de mediana edad que regentaba un diminuto local enclaustrado en un pasillo de hormigón que permitía la comunicación entre dos calles paralelas. La pareja, especialmente ella, dominaba perfectamente el idioma anglosajón, por lo que pudimos comunicarnos perfectamente. El caso es que mientras disfrutamos de una cerveza juntos, ellos, por algún motivo, decidieron hacernos partícipes de su historia. Lo que empezó como un relato anecdótico y tremendamente trágico, acabó siendo una confesión en la que los 4 participantes terminamos vertiendo lágrimas. 

La pareja de tailandeses había perdido a sus dos hijas, a sus hermanos y a sus padres en el fatídico tsunami que azotó el océano Índico en el año 2004. 

Con lágrimas en los ojos y una fuerza mental sobrehumana, aquella mujer y aquel hombre nos confesaron que en su día no se creyeron capaces de poder superar aquella tragedia, que el mundo, los dioses, la madre naturaleza… todos habían conspirado contra ellos y cientos de miles de personas más para arrebatarles lo que más querían, su familia. Y es que como he dicho en alguna ocasión, a veces tu felicidad se encuentra depositada en los que te rodean, en los que amas. Y cuando el entramado universal de leyes y eventos te lo arrebata… tienes la sensación de que no vas a poder superarlo jamás. Y ojo, que he cambiado a la segunda persona del singular por un motivo.

Pero no, contra todo pronóstico su vida no desapareció, como sí hizo la de su familia. Con un dolor absolutamente indescriptible, ellos continuaron viviendo. Remaron en contra de la marea de otro tsunami que a ellos sí les golpeó, el de la pérdida. Se quejaron hasta límites inconcebibles, pero superaron la adversidad y no pidieron más que estar vivos, tener algo que llevarse a la boca y disfrutar de vez en cuando de una agradable charla y un par de cervezas con dos turistas curiosos que en aquel momento se dieron cuenta de que tenían mucho más de lo que pensaban.”


2

“…esta misma mañana, mi profesora y gran amiga Алина, con dolor, angustia e incomprensión, me contaba cómo su hijo Эдуард y su familia habían tenido que huir de Kiev hacia el oeste del país para evitar la guerra entre lo que en esencia siempre han sido y serán… hermanos. No he podido evitar llorar, no quería hacerlo, no quería amargarla más con mis lágrimas, pero no he podido evitarlo…

Durante sus últimos días en Kiev, su hijo se vio obligado a dormir en el sótano frío y húmedo de su edificio, por si los precisos objetivos militares dejaban de ser precisos, o algún arma descarriada acababa donde no tenía que hacerlo. Алина me enseñó una foto de su hijo envuelto en ropas de abrigo y de su formidable y precioso perro labrador tumbado entre las mantas, buscando el terreno mullido con su cabecita. Él no entiende qué está sucediendo, pero mientras esté con su familia, poco le importa lo demás. 

Y ahora… a esperar a que todo termine. Han abandonado su casa, sus cosas, su vida y su rutina, sus amigos y familiares…y ¿por qué?

Quéjate, compañero, chilla, grita y clama al mundo que no comprendes lo que está pasando, porque en realidad nadie lo entiende. Tienes derecho a estar enfadado con el mundo, tienes derecho a no tener esperanza en la especie humana, aunque eso sea lo último que se pierde.

Удачи, мой друг. Всего хорошего…

Suerte, amigo mío. Y que todo vaya bien…

Sobran más palabras. Las conclusiones finales se las dejo a ustedes, cada uno las suyas, como los caminos hacia la felicidad. 


© Daniel Borge

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