La decisión más importante de mi vida

Diciembre coincide en Chile con el término de las actividades escolares y académicas. Al finalizar la Educación Media los jóvenes deben rendir la prueba general de ingreso a la universidad, y las específicas de acuerdo a la carrera que desean estudiar.

Estudiar Enfermería fue la decisión más importante que tuve que afrontar. Había quedado seleccionada para estudiar dos carreras muy diferentes: Derecho y Enfermería. La familia opinaba a favor y en contra de ambas. Derecho era la mejor opción por mi buena memoria y mi facilidad para debatir, pero no podría ejercerla en el extranjero. Enfermería era adecuada por mi vocación de servicio y me permitiría ejercerla en cualquier país del mundo.

Mi vocación exigiría muchos sacrificios debido Al sistema de turnos que incluirían noches, fines de semana y festivos.

Después de muchos desvelos consultándole a mi almohada me decidí por Enfermería. Nunca me he arrepentido; por el contrario, siento que fue una excelente decisión.

En esa época era bastante más difícil cumplir con todas las exigencias para aprobar las asignaturas.  En primer lugar, para estudiar era necesario tener los textos más importantes de cada asignatura. En segundo lugar, para realizar los trabajos que requerían mucha investigación debía solicitar gran cantidad de libros en la biblioteca. Cargarlos era un gran desafío para mis delgados brazos y sacar toda la información necesaria en los pocos días que duraba el préstamo era una batalla contra el tiempo.  Pero lo más difícil fue lograr el poder de síntesis para no excederme en la cantidad máxima de hojas permitidas para obtener una buena calificación.

Finalmente, para la entrega de los trabajos tenía que lidiar con la famosa máquina de escribir mecánica:  presionar con la fuerza necesaria para que la tecla, al golpear la cinta bicolor, imprimiera la letra en la hoja de papel con elegancia y corrección. Eran otros tiempos y los errores que se cometían: faltas ortográficas, letras poco legibles por falta de tinta en la cinta o problemas de la hoja en el rodillo (entre muchos) requerían volver a empezar todo en una nueva carilla.

Hoy los estudiantes cuentan con Internet donde encuentran toda la información necesaria sin salir de casa. La tecnología con computadores u ordenadores permite acceder a los más sofisticados programas que ofrecen corrección ortográfica, gramatical y sintáctica, y plantillas para realizar maravillas en cuanto orden y estética. ¡Cuántas horas de sufrimiento me habría ahorrado con estas ayudas!

A partir del segundo año comenzaron las asignaturas propias de la carrera que incluían prácticas en servicios de salud: hospitales, consultorios y servicios de urgencia. Mi primera experiencia consistió en observar y ayudar al médico en diferentes boxes de atención y aprender algunos procedimientos como toma de exámenes, control de signos vitales y colocación de yeso.

Cierto día tuve que tomar un electrocardiograma a un paciente hospitalizado. Después de realizado el procedimiento, me pidió que le trajese agua, mostrándome con su dedo índice el interior del velador que tenía al lado de su cama. Ahí, entre otros artículos y útiles de aseo, había un urinal de vidrio. Cómo yo no los conocía, pensé que era un “pistero” (vasija con pico para dar de beber a los enfermos) y caminé graciosa, coqueta y empoderada como una Miss Mundo, con el urinal en ristre a buscar agua. ¡Menos mal que unas compañeras alcanzaron a detenerme en medio de risotadas y así se evitó un error garrafal y el bochorno que habría durado hasta hoy!

Con mi amiga Marisol fuimos compañeras en todas las prácticas y acumulamos anécdotas que nos hacen reír cada vez que nos juntamos. Éramos muy risueñas y siempre nos sucedían chascarros que nos causaban hilaridad:

En la práctica de Urgencia teníamos tan encandilado al médico traumatólogo, que por coquetear con nosotras, le puso el yeso en el brazo sano a la paciente.

En la de Psiquiatría, para nuestro trabajo teórico, tuvimos que fumar marihuana. Fue una experiencia inolvidable para ambas. Nunca más quisimos repetirla por miedo a que una segunda oportunidad la opacara. Nos reímos mucho, tuvimos sensaciones y percepciones gratificantes que fueron incluidas en el libro La Marihuana del médico que nos condujo en esa aventura.

En la práctica de Atención Primaria debíamos realizar 5 visitas domiciliarias cada una, pero optamos por hacer 10 visitas, pero juntas.

Como nuestro uniforme era gris ratón, (un color para viejos), al salir del Centro de Salud nos poníamos un prendedor de fantasía con cerezas (guindas) rojas para andar a la moda y distinguirnos. Éramos muy felices hasta que alguien que no recordaba nuestros nombres nos fue a buscar al consultorio y preguntó por “las señoritas de las guindas”. La docente nos reprendió y nos bajó la nota en “Presentación personal”. Pero nada evitó que siguiéramos riendo y buscando artimañas para vernos más jóvenes y femeninas.

Entre los estudiantes de carreras de la salud se producen romances y nosotras no fuimos la excepción. Ambas nos casamos con médicos; yo, antes de terminar la carrera y Marisol, unos años después.

Al titularnos emprendimos caminos diferentes: ella trabajó en el área hospitalaria de adultos y yo, en la Universidad como docente de Pediatría. Un nuevo desafío que me demandó muchas horas de estudio y de práctica para convertirme en una modelo a imitar por mis estudiantes a cargo.  Los avances científicos y tecnológicos en Medicina me obligaban a estar siempre capacitándome para estar bien preparada en mi labor docente asistencial.

Con los años fui asumiendo la docencia en otros ámbitos del quehacer profesional: Enfermería Comunitaria, Salud Mental y Geriatría.

Hace poco visité la ciudad de Limache y me encontré con un antiguo hospital en muy mal estado. Me enteré de que pronto será demolido. Decidí plasmarlo para las futuras generaciones:

Cecilia Byrne. Hospital Santo Tomás de Limache, Chile. Óleo sobre tela, 80 x 100 (2022)
Cecilia Byrne. Hospital Santo Tomás de Limache, Chile. Óleo sobre tela, 80 x 100 (2022)

Cincuenta años de experiencia acumulan muchas anécdotas tanto personales como de pacientes y de estudiantes.

La mayoría de los hospitales tienen nombres de santos: San José, San Juan de Dios, San Vicente, San Borja, San Francisco y otros llevan nombres que honran a distinguidos médicos, entre los que destaco al Instituto de Neurocirugía Doctor Alfonso Asenjo, por nuestro parentesco.

Me apena que siendo las enfermeras las encargadas del cuidado de los enfermos ningún hospital lleva el nombre de alguna abnegada profesional de Enfermería.

Todos los hospitales tienen adosada una capilla o iglesia. Allí las personas pueden ir a rezar por la recuperación de la salud de algún familiar o para encontrar consuelo en momentos difíciles. Algunas personas hacen una “manda” o promesa a Dios, a la Virgen o un santo de cumplir una penitencia o un sacrificio si le es concedido el favor de sanarse o sanar a un familiar.

En la capilla de un hospital infantil, un padre desesperado por la muerte de su hija, quebró la imagen de la Virgen porque no escuchó su ruego. Como esa imagen era muy visitada, yo pinté una figura para reemplazarla mientras traían la oficial.

Dedico este artículo a todos los profesionales de Enfermería del mundo que, siguiendo el modelo de nuestra pionera Florence Nightingale, con su vocación de servicio enaltecen el cuidado de la salud en todos los niveles de atención, a través del ciclo vital, con conocimiento científico, humanista y ética profesional.


Texto e imágenes © Cecilia Byrne

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