La delgada senda de madera
En la misma ribera del río, frontera del agua clara, en la misma línea de su destino, planté una tarde cien lirios. Cien lirios y dos suspiros. Dos querencias en flor en las orillas del río.
Después hice una delgada senda de madera recorriendo la orilla, sin clavos que la humillasen, para respetar al árbol que fue su cuna. No puse barandilla para que los juncos pudieran ver los reflejos del río, como sonrisas de fulgor para los días sin abrigo.
Yo me quedo mirando a esas flores de frío, sobre mi cabeza llueve tenue y dulce clorofila de los árboles custodios y los peces vienen a verme desde el centro del río, con sus aletas hechas de sueños de pájaros.
En esa delgada senda, madera de poesía, se me astilla el corazón si no la recorro contigo, si no cantan los recuerdos de árbol a cada uno de nuestros pasos.
Algo de musgo distraído está poblando las orillas del camino. Son llamadas verdes, silenciosamente elocuentes, que esperan tu presencia luminosa en esta senda que miran los peces.
En ella pasearemos nuestros ojos hasta que se nos enreden las pestañas, en ese dulce momento en que la tarde se va hacia la nada y el corazón se llena de todo.
En esa delgada senda, madera de poesía, han brotado sin que las siembre, dos peonías, de aquellos dos suspiros que se confundieron con tu figura y la mía.