La fiesta de la rosa del azafrán

Corrían los años setenta era mediados de octubre. Habíamos tenido durante todo el año abundancia de lluvias y la cosecha prometía que sería abundante. Ese día en casa de la abuela Rogelia se había madrugado para ir a recolectar esa rosa tan preciada para la alimentación. La mañana había amanecido nublada, pero no prometía lluvias. En la casa los canastos de mimbre estaban listos para emprender el caminar hacia el campo de cultivo de la abuela, tenía que recogerse antes de que el sol comenzará a calentarse, serían unas tres horas de intenso trabajo. Era hermoso comprobar esas laderas llenas de fragantes flores abiertas, ese sería el indicativo de que teníamos que recogerlo ya. Nuestro oro rojo estaba listo, hay que ver la cantidad de flores que se necesitaban coger para obtener un gramo de esa especie tan preciada. Después de un copioso desayuno de huevos fritos con puntilla y un café que levantaba el ánimo, las mujeres cogimos cada una nuestras cestas de esparto y emprendimos el camino hacia el huerto. La abuela por el camino fue dándonos explicaciones tanto a sus hijas (mi madre y mi tía) como a sus nietas (mi prima, hermana y yo) seis mujeres orgullosas del oficio que iban a emprender ese día, la flor la teníamos que ir cogiendo de una en una con precisión y rapidez. Cuando terminamos la jornada ese día, mi abuela había colocado una mesa alargada en la parte trasera de la casa, en el cobertizo donde guardaba la leña para la chimenea. En la mesa colocó una lona de color verde, en ese instante solo dejó que sus hijas realizarán ese trabajo (mi madre y su hermana) que ellas fueron extendiendo en capas esa flor recogida sobre la lona. Yo disfrutaba viendo con que tesón y delicadeza utilizaban cada uno de sus actos. Era un proceso artesanal y ancestral que había sido enseñado de madres a hijas y ahora ellas, esas mujeres tan valientes y trabajadoras nos querían inculcar a nosotras sus hijas, esa sabía virgen que estaba por llegar. Ese mismo día mi abuela después de habernos preparado unas fabes con almejas nos hizo volver de nuevo a la faena. Mi abuela, mi tía, mi madre, prima, hermana y yo nos sentamos alrededor de la mesa, sentadas en las sillas de enea comenzamos la monda de la flor. Teníamos que ir sacando con mucha delicadeza la hebra (el estigma) de la flor, íbamos depositándolo en platos de porcelana, que la abuela nos había ido colocando a lo largo de la mesa. La abuela nos iba contando la joya tan preciada que teníamos en ese momento entre nuestras manos, ya que poseía propiedades: expectorantes, sedantes y afrodisíacas. Tiene un elevado contenido de carotenos, que estos se transforman en vitamina A y actúan como antioxidantes y anticancerígenos. Una vez que se habían sacado los estigmas tendríamos que secarlo para que más aroma. Mi abuela lo secaba el azafrán poniéndolo en papel de horno y cuando lo sentía crujir, entonces ya estaba listo.


© Mpiliescritora
Imagen de Ulrike Leone en Pixabay

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