La guerra tiene rostro de hombre
Finalizamos ya el año 2022. Un año truculento, ¿acaso hay alguno realmente bueno? Un año de guerras, y no, no solo me refiero a la que está sucediendo en Ucrania, sino a las entre 50 y 60 guerras que conviven actualmente con la civilización humana en este pequeño planeta “azul”. Un año de recesión e inestabilidad financiera, ¿acaso hay algún año realmente bueno para el capitalismo? No, nunca hay un año realmente bueno, porque este sistema busca siempre, siempre, un crecimiento perpetuo. No existe la estabilidad, porque la estabilidad indica “estancamiento” y una inminente recesión. Lo importante aquí es crecer o morir en el intento. Crecer aunque nos tengamos que llevar por delante todo lo que los humildes ciudadanos tratan de construir a diario con su trabajo y su esfuerzo. Y no politicemos, por favor. Estas son verdades que deberían ir inherentes a este modo de vida tan agresivo que hemos ido imponiendo alrededor del globo.
Muchos economistas ya hablan de una era post-capitalista no muy lejana, en la que el capitalismo no desaparezca, claro que no, pero que los objetivos y sus medios se moderen para adaptarse a los mercados y a los tiempos que corren… Los funestos tiempos que siempre parecen rondarnos como un molesto mosquito esperando a que su víctima baje la guarda para atacar. Hablan de un capitalismo que valore el crecimiento desde otros puntos de vista y que trate de mantener lo que ya tiene, que valore la estabilidad.
Si una sola cosa buena tiene este sistema en el que vivimos, es que para prosperar y crecer de manera salvaje como los especuladores, entidades financieras y empresarios millonarios quieren, es que necesita paz y estabilidad política para desarrollarse y progresar. Salvo para la evidente economía de guerra o sectores económicos específicos, los conflictos armados no le vienen bien a los mercados, las pandemias tampoco, los desequilibrios políticos tampoco… Pero si algo sabemos los seres humanos, es que vivimos en un mundo impredecible, gobernado por fuerzas que pueden estallar en cualquier momento. Esto, sumado al hecho del factor humano, desencadena un componente de inestabilidad casi perpetua. La naturaleza no está bajo nuestro control, así como tampoco lo están las mentes más retorcidas que buscan las respuestas a la violencia con mucha más violencia. Y es que salvo en muy contadas ocasiones, esa violencia tiene rostro de hombre. Hombre como ser humano de género masculino. Es así, es una verdad observable que por mucho que politicemos nunca va a cambiar. Desde los albores de la sociedad humana tal y como la conocemos, de pueblos antiguos y modernos, la guerra ha tenido y tiene rostro de hombre.
Y así, bajo un conocimiento tristemente auténtico, la periodista Svetlana Alexiévich escribió en 1985 una de sus obras magnas “La guerra no tiene rostro de mujer” una obra atemporal, profunda, melancólica y dulcemente amarga que le sirvió, entre otros materiales, para obtener el Premio Nobel de Literatura en el año 2015.
1985… mi año de nacimiento… parece ahora una fecha tan lejana… un año olvidado, como todo lo pasado, de una década fría como la guerra homónima. Cuando uno se sumerge en los pasajes de este manuscrito siente como si las guerras del pasado fueran ahora un oscuro y lejano estigma en la historia de la civilización. Alexiévich da nombre y testimonio a todas las mujeres que lucharon en la Gran Guerra Patriótica (como llamaban los soviéticos a la Segunda Guerra Mundial) y a varios conflictos más. Las que lucharon en el frente, y las que permanecieron en casa con los hijos bajo ingentes cantidades de sufrimiento y dolor. Las que perdieron a sus hijos y maridos, las que trabajaron sin descanso en la maquinaria industrial bélica, las que llegaron al Reichstag junto a sus camaradas… Historias absolutamente desgarradoras que pusieron a prueba a las más fuertes, que contaron relatos de una guerra de hombres sufrida por mujeres. Una historia que nunca llegaba a contarse porque “no merecía la pena…”, “porque las mujeres siempre han sido demasiado débiles para soportar la guerra” o “porque la feminidad inherente a todas las mujeres aporta una visión distorsionada de la realidad…”
Nuestra querida periodista bielorrusa aporta aquí una visión humana de aquel desprestigio ejecutado sobre el papel de la mujer, una visión que en ocasiones me ha hecho llorar y preguntarme ¿qué estamos haciendo? Relatos que me han hecho cuestionarme la propia biología humana y los constructos sociales actuales.
De nuevo, por favor, no politicemos, no polaricemos como siempre hacemos. Esas historias son en esencia nuestra historia, la de la especie humana, la de rebeliones de ensueño con objetivos nobles que siempre terminan por ser violadas por la mente de algún trastornado megalómano con evidentes problemas de confianza en sí mismo.
Y así, queridos/as lectores/as, finalizo el año recomendando “La guerra no tiene rostro de mujer”, de Svetlana Alexiévich. Una obra de 1985 que 37 años después, se adapta triste y perfectamente a la realidad de nuestros tiempos actuales.
“No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el único cercano, y la gente de la guerra era la única gente que conocíamos. Hasta ahora no conozco otro mundo, ni a otra gente. ¿Acaso existieron alguna vez?”
S. Alexiévich, “La guerra no tiene rostro de mujer”