La inmensidad de la llanura

La inmensidad de la llanura, iluminada por un sol abrasador de verano, les obligaba a entrecerrar los ojos buscando algún lugar donde refugiarse.

Llevaban horas caminando, no sabían cómo había pasado; para empezar el coche se les había parado, el motor comenzó a echar humo y se acabó, no continuó avanzando. Ninguno de los tres pasajeros sabía algo de motores, se limitaron una vez abierto el capó, a mirar por todos lados, solo el humo les avisaba que algo no marchaba bien sin saber el porqué.

No veían ninguna zona poblada, no veíamos terrenos cosechados ni nada que se le asemejase. Los móviles no tenían cobertura y no había manera de llamar a la compañía de seguros para que les enviasen una grúa. Tomaron nota del punto kilométrico donde habían dejado el coche, de tal manera que cuando pudieran comunicar la avería o llegar a algún pueblo donde hubiese un taller y poder encontrar la solución del problema con el coche y para ello tenían que saber en qué punto lo habían dejado.

Como no pensaban ni mucho menos en tener que pasar por una situación como esta, no llevaban agua, ni sombreros ni tan siquiera un GPS, ya que los móviles estaban “muertos”, que les ayudasen a encontrar ese ansiado taller.

El sol era abrasador, eran las 12 del mediodía. Aunque eran jóvenes, las fuerzas se les acababan. Sobre todo, la inseguridad que tenían al no saber dónde se encontraban.

El camino y el entorno era seco, no había ni una brizna de algo verde, ni siquiera campos de trigales, dada la época que era sería lo más apropiado, además de que no tardarían en encontrar esa población. Pero no había ningún signo de vida, ni tan siquiera se veían pájaros volando sobre sus cabezas.

Habían organizado una semana para estar juntos los cuatro amigos. Se conocían desde la Universidad, siempre habían congeniado perfectamente, pero la vida, por razones obvias los había distanciado.

Por fin habían acordado una fecha para poder tener esas conversaciones distendidas que tanto les gustaba mantener. A Juan le encantaba la filosofía, por lo que sus charlas siempre tenían sustancia, les hacía pensar con más profundidad en temas muy serios. A Miguel lo que le gustaba más era la Historia, por lo que a veces se complementaban perfectamente. Sin embargo, tanto a Andrés como a Javier en esos momentos les agradaba más hablar sobre Literatura; ambos eran escritores.

Así que en ese largo camino que estaban recorriendo, de momento lo que más había era buen humor, confiaban en que todo se resolvería pronto y retomarían su proyecto.

Al bajar por una loma, vieron a lo lejos primero un árbol que destacaba y un poco más distanciados otros tres. Se entusiasmaron al momento, eso por lo menos les indicaba que tendrían un sitio para descansar de ese sol que les estaba achicharrando y de paso igual tenían suerte y podían vislumbrar alguna edificación.

Cuando llegaron lo primero que hicieron fue tirarse al suelo y buscar esa sombra que tanto necesitaban. Fue un poco difícil, que ese árbol y sus hojas pudiesen proteger todo el cuerpo. Según la altura del sol, sus rayos caían verticalmente, así que esa sombra que proyectaba el árbol no era muy larga, más bien era redondita y tuvieron que adaptarse para que por lo menos sus cabezas quedasen resguardadas.

Juan, sintió que algo le zarandeaba, abrió los ojos incorporándose. Estaba delante de él un campesino que se preocupaba por su estado, llegó a pensar que estaban muertos.

– ¡Qué susto me ha dado buen señor!

    Y a la vez que alegría vernos con alguien, estamos perdidos y hemos tenido que dejar el coche abandonado, por una avería.

    Buscamos una población desde la que podamos llamar a nuestra compañía de seguros y que vengan a buscarnos.

    – Lo siento por ustedes, pero en mi pueblo no tenemos teléfono. No sé qué habrá ocurrido, pero de repente todos los electrodomésticos han dejado de funcionar, no hay luz en ninguna parte y los pocos que tenemos móviles, hemos visto que están muertos, no podemos llamar a nadie, por tanto, no podemos averiguar qué es lo que ha podido pasar.

    -Y el pueblo más próximo, ¿a qué distancia está?

    -Lo siento, los otros pueblos se abandonaron hace algunos años, quedaban cada vez menos personas y las que seguían allí tuvieron que irse también, son mayores y con una salud muy delicada, por lo que los hijos han venido a recogerles y se los han llevado a sus respectivas casas.

    En el mío, quedamos veinte personas y cada vez tenemos más difícil la subsistencia.

    No tenemos médico, viene uno a visitarnos una vez al mes.

    Tampoco disponemos de bancos para sacar nuestro dinero y así poder comprar los alimentos necesarios y que no producimos nosotros. Una vez al mes, viene una persona del banco y nos trae en efectivo nuestras pensiones, de esa manera podemos atender los pagos de las compras que hacemos en el camión que llega cada quince días a traer suministros. De los productos lácteos, huevos y algo de carne, nos vamos arreglando entre todos. Hemos formado una comunidad en la que unos a otros nos ayudamos con esos productos básicos.

    Los cuatro amigos, puestos en pie, prestaban atención a lo que les decía el campesino a la vez que alucinaban con lo que les contaba. Claro que habían oído y leído sobre la despoblación del país, pero como quedaba lejos de ellos, no prestaban suficiente atención a las consecuencias.

    El hombre les llevó a su casa, donde pudieron descansar, beber agua y comer una porción de queso cada uno. Comprobaron en un mapa que tenía el labriego del año de Maricastaña, el lugar donde estaban. En ese mapa, figuraban en ese entorno muchas poblaciones, que hoy no existían.

    El campesino que dijo llamarse Eulogio, por su abuelo; se ofreció a llevarles en un carro hasta el lugar que ellos tenían reservado para pasar esa semana, estaba como a unos cincuenta kilómetros, a ver si con suerte, tenían luz y todos los servicios, pero tal y como estaban las cosas, lo dudaba. Si funcionaban los teléfonos, aprovecharía para avisar al servicio técnico del servicio eléctrico para que les solucionase a ellos su problema.

    Según se acercaban vieron el complejo rural donde tenían la reserva. En principio parecía que estaba todo normal, hasta que, al llegar, se dieron cuenta de que todo estaba sin luz. Estaba claro que esa pesadilla aún no había terminado.

    Suponían que por lo menos tendrían la despensa llena, los alojamientos preparados y de esa manera podrían pasar esa semana que habían planeado.

    Juan, sintió unos lametazos en la cara, además de los zarandeos en su cuerpo. Abrió los ojos de par en par, y entonces se vio rodeado de ovejas y un enorme perro pastor que le lamia el rostro. Miró a su alrededor y sus amigos seguían dormidos. Se levantó de un salto, miró su móvil, tenía cobertura y algunos mensajes de wasap. No comprendía nada. Despertó al resto quienes se levantaron muy descansados. Al contarles lo que había pasado, se rieron de él.

    -Menos mal que no estás bebido, pero cualquiera diría que te has tomado algún alucinógeno.

    -Ahora que nos funcionan los móviles vamos a ver si podemos solucionar lo del coche y llegar a la casa rural.

    Al buscar en el Google la situación de la casa, comprobaron que estaba a una distancia de unos quinientos metros, así que irían primero allí y luego llamarían al seguro para solucionar el tema del coche.

    Juan, se quedó abrumado por ese sueño que había tenido. No creía que lo que había experimentado no fuese real.

    Decidió que a partir de ese momento investigaría con más profundidad la situación de los pueblos abandonados y como tenía un cargo en el Ministerio al que correspondía atender este asunto, procuraría ver qué hilos habría que tocar para buscar una solución a este drama. Lo convertiría en una misión para salvar el campo.


    © Texto Maruchi Marcos Pinto
    Imagen © Esther Aricha Reviriego

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