La llama de un destello
Héctor Villarroel es pintor de la lentitud. Sus óleos son la forma de la duración, sosegado, sin prisa, propio de quien busca la perfección sin afán. Los detalles toman días, a veces meses, sus masas de colores se mueven en espectros y magmas que deben controlarse, asociar los límites de las masas a la periferia, a la hipotenusa, el margen conteniendo la presión interior, cosa que no desborde, no buscarle forma a lo presentido en los colores sino delimitarlo, a veces, deformarlo, desnudar la interioridad de la materia para buscar qué guarda el color, cómo mide cada palmo su luminosidad. Villarroel controla el detalle y lo va forjando, buscando altura y profundidad.
Una pintura en Héctor Villarroel, nos indica, hasta el hoy de su recorrido, una elaboración de la tela que incluye lo dejado a un lado, las sobras, lo no mostrado y que sirve para otros cuadros como un material de reserva. En la creación de un cuadro, esas tonalidades y rasgos, pasan a nuevos cuadros. El pintor mantiene en su haber, trazos y formas que van adquiriendo su lugar en las múltiples variaciones del color propias a la mente de cualquier artista, y esas variaciones en cierto momento se juntan en el punto de vista que es la nueva obra.

Un óleo sirve de modelo a otro, una tonalidad y su equilibrio cromático necesita de un tratamiento diferente, como si el deseo cambiara de campo para plasmarse en otra tela, de esa manera, los óleos son complementarios. La obra es una, cada representación una variación tonal y todo ello debido a la gramática del color que puede diversificarse en miles de sensaciones visuales, tanto para el creador como para su público.
Los colores tienen su luz propia, de uno a otro óleo, descubrimos préstamos de destello, un amarillo es solo un punto de esplendor de algún verde que deambula sin reposo. Dicho de alguna manera brutal, lo que se nos presenta a los ojos es la ilusión propia a un acto de prestidigitación entre el fulgor y las sombras. La obra de arte es producto del azar y de la magia, lo ígneo es un fogonazo en donde se quema el amarillo y luego el rojo, el verde, el morado, el azul y todas las tonalidades.

La abstracción por lo general organiza el mundo visual, en la naturaleza misma esto se da como un hecho más de la realidad, los visos nacarados de algunas conchas marinas, el vapor de agua contra la luz que produce la ilusión del «arco iris», las tonalidades del ocaso en rojo magenta púrpura y violeta, todo ello como un movimiento natural de la capacidad perceptiva del ojo. Esto se produce en la realidad y la pintura logra crearlo buscando a su vez tonalidades que correspondan al espíritu creativo. En Villarroel, el movimiento es analógico al de una llama creando sus destellos.

La obra de Villaroel viene de muy lejos, de una alquimia de la noche de la tribu en torno al fuego, allí se danza, los túmulos tienen tatuajes y ornamentos, la noche de la tribu se llena de estrellas en su firmamento, de la misma manera que el pintor produce con gesto sosegado y gradual, así mismo pide al espectador mirar sin prisa, si ideas segundas, pide que su mirada sea como quien va a la fuente de luz y bebe el espejismo de su propia realidad. Obra de gran exigencia, que en la marea puede levantarse con furia y agitar el iris en sus puntas de espumas y pompas de color.
Texto © Heriberto López, crítico de arte. Bruselas, 2020
Obras pictóricas © Héctor Villarroel