La llamada de Carmen Nöel
Te miro bajo el quejido azul de quien inventa un reino.
Cielo colmado de estrellas gigantes como sueños.
Te sueño entrelazado en el arte y el pensamiento,
asido tras el abismo verde de tu mirada, como un caballito de mar.
Te pienso como se piensa un bramido de ola
o una caricia lenta bajo la luna sangrante.
Te convoco a mi tiempo y a mi jardín expectante,
bajo las tibias estancias del palacio que inventamos
o entre las calles desiertas de la ciudad dormida
donde nadie sino nosotros habita.
Te invito a la veta triste que lame el viento,
a la imprecisa letanía solemne del mar,
al mismo rincón de la magia donde los duendes
convocan su ritual del mediodía,
o al latido virginal de las hayas en otoño
con su diabólica trampa de hojas para un hechizo.
Te incluyo en mi piel y en mis brazos.
Te enlazo a mi sangre y mi sombra.
Te incito a la danza salvaje del mar
y al bramido de mi beso por tu planeta.
Te invito a encontrar, sin quemarnos, la piel de una estrella.
Te invito a volar.
Y a reinar.
Te llamo en la estrecha cercanía
de una gota sobre mis labios,
sabiendo, que en su doliente trayecto de lágrima,
eres tú quien la ha besado.