La niña boba
La niña bobita es tan dulce como el algodón de azúcar de la feria, más tierna que una nube esponjosa y tan bonita como los colibríes.
Mientras la luz alumbra, se la ve sentada bajo el árbol más grande y más cerca de casa, de cara al mar. Y allí se está, quietita, con su vestido blanco extendido en el suelo, igual que una gaviota que aletea al son de la brisa que viene del agua.
Desde la ventana, su madre la mira embobada y, a ratos, se acerca y la estrecha en los brazos. Y la niña tonta entera se vuelve de risa y cascabel de plata.
¡Es que es tan hermosa, ay, tan delicada!, que todo el que pasa a su lado se queda extasiado
mirándola.
Ganas dan de comérsela a besos al oír, cuando canta, su voz de cristal y de flauta
Ba – bara – ba – bun
tun – turum – tun
¡Qué música, madre, tan pura, tan dulce, de cristal y flauta, de violín y agua! ¡y qué delicado baile el de sus manos, dibujando en el aire las notas que crea su hermosa garganta!
¡Ay, cuanto me gusta escucharla! Tan alegre y suave es su canto que te parte el alma
Ba – bara – ba – bun
tun – turum – tun
Siempre repite lo mismo, la pequeña bobita, la chiquitita guapa, pero siempre parece otra cosa.
Terciopelo de un color distinto, se vuelve el sonido cada vez que canta
Ba – bara – ba – bun
tun – turun – tun
La niña tontita, carita de luna redonda de plata, no sabe decir las palabras que todos sabemos, pero, cuando habla, su voz es de trino, de río de cumbres, de fuente lejana. Tan alegre y pura sale de su alma, que te invade suave, igual que una ola larga, larga, larga.
Tampoco comprende el significado de nuestras palabras, pero es tan lista, la chiquilla linda, tan
despabilada, que te lee por dentro y sabe al instante qué quieres decirle. Así es, la niña preciosa. Sus inmensos ojos, pulido azabache sobre nieve blanca, te miran y saben. Le basta tan sólo con una mirada.
¡Y qué zalamera es la condenada! Cómo te sonríe, cuando ve que llegas para acariciarla, tan frágil, la bobita hermosa, ¡Si por ella fuera, siempre la tendrías colgada del cuello como una guirnalda, la muy mimosona, chiquitilla guapa!
Sábanas de Holanda aguardan los sueños de la niña boba, cuando va a la cama.
La madre la lleva en los brazos, la tiende en el lecho, la tapa, y en sus ojos viejos, brillan temblorosas dos enormes lágrimas.
¡Dios santo, qué hermosa es mi niña!, piensa, mientras besa su frente de nácar. Luego, se acurruca con ella, en la cama, y le canta, dulce de amor, una nana:
Duerme, niña hermosa,
duérmete, mi cielo.
Duerme, vida mía,
mientras yo te velo.
Duérmete, lucero.
La niña bonita, bobita cansada, no quita sus ojos de los de su cara, y, a la vez que escucha, susurra imitándola:
Ba – bara – ba – bun
tun – turun – tun
¡Ay, la niña tonta, tan chica, tan linda!
Barquilla inocente es la pequeñita, niña de alma blanca, barquilla bonita que navega sola por el aire oscuro, aire con el brillo de miles de estrellas que guardan sus sueños, arriba, en lo alto, tan lejos del agua.
¡Qué lástima, madre, que el mar no quisiera abrirle sus puertas, a pesar del tiempo tan largo que pasa con los ojos fijos mirando su cristal de plata!
¡Qué pena que nunca las olas la lleven y traigan, la cambien, la envuelvan en su espuma blanca, con tanta ternura que habita en su cara, con tanta dulzura que su voz desata!, tan chiquirritina que es, la bobita niña, la niñita blanca.