La noche de San Juan
El 24 de junio la Iglesia Católica conmemora la natividad de San Juan Bautista. Una de las tradiciones más arraigadas para festejarlo, en la mayoría de los países, consiste en encender fogatas. Su origen se remonta a la hoguera que mandó a encender Zacarías, su padre, para anunciar su milagroso nacimiento.
Estas fogatas se realizan con varios propósitos: quemar muñecos que representen a Judas, a personajes populares o sentimientos negativos; ahuyentar a los malos espíritus, purificar a los asistentes, entre otros.
Con el transcurrir de los años se incorporaron diversos rituales relativos a este tipo de supersticiones, predicciones y creencias populares que deben realizarse en la medianoche del 23/24 de junio.
Durante mi adolescencia, en la víspera de San Juan, solíamos practicar un ritual muy sencillo e inocente: antes de acostarnos a dormir, y a oscuras, debíamos poner tres papas bajo nuestra cama: una con su cáscara; otra, pelada, y la tercera, a medio pelar. A la medianoche en punto y sin mirar debíamos escoger una. De la papa escogida dependía nuestro futuro:
Papa pelada: seríamos pobretonas, sufrientes o solteronas. Papa con toda su cáscara: ¡seríamos ricas, felices y casadas con un guapo adinerado! La papa mitad pelada y mitad peluda…era como un signo de interrogación, todo sería mediocre, sin gracia ni emoción. Generalmente sacaba la papa a medio pelar y tenía que conformarme con pasar un año (o una vida) medianamente estable. ¡Cuánto anhelaba sacar la papa sin pelar que me aseguraría prosperidad! Al menos nunca salió la sin pelar que podría haberme sumido en una profunda depresión “a lo Greta Garbo”-como decían nuestras abuelas-I want to be alone.
Nunca me atreví a realizar rituales más complejos, pero me entretuve escuchando las experiencias de mis amigas más osadas:
Patricia quería conocer si se casaría y con quién. Para tal efecto, a medianoche de San Juan debía salir a la calle y preguntarle el nombre al primer hombre que pasara. Si el hombre pasaba sin contestar, soltería eterna. Pero si respondía y daba su nombre… ¡Sí, se casaría! ¡Y con un varón cuyo nombre empezaría con la misma letra del nombre del desconocido!Patricia nunca se imaginó que pasaría solamente un borracho que, molesto por la pregunta, le respondió una grosería: “¡Mierda, me llamo!”. Desilusionada no volvió a intentarlo, pero cuál no sería su sorpresa cuando años después se desposó con un hombre llamado Mario. ¡Se había cumplido la predicción!
Alicia intentó visualizar su futuro en un espejo iluminado por dos velas laterales. A medianoche, mientras toda su familia dormía, invocó a los espíritus: “Quiero saber que me depara el destino”. En el espejo se reflejaban, ondulantes, las llamitas de las velas y su corazón comenzó a latir más acelerado. Estaba muy concentrada tratando de descubrir algunas imágenes reflejadas cuando un estruendo provocado por la caída de unos libros del estante hizo caer las velas y casi la bota del asiento. Asustada, enciende la luz y encuentra… al gato con un ratón en sus fauces. Lamentablemente, no hubo cómo interpretar lo sucedido. Pues bien: cinco años después, Alicia cayó en las redes de Alfred Kat, su abnegado marido por más de cincuenta años. ¿Coincidencia o premonición?
Desde hace años, Silvia y muchos amigos visitan todas las Noche de San Juan, la tumba de un inolvidable Maestro de Filosofía y excéntrico erudito en el cementerio de San Fernando. El epitafio irónico grabado en el mármol dice:
Aquí yace el Viejo Juan
Nosotros descansamos en paz
Se llevan instrumentos musicales, “vino navegado” (vino tinto, caliente, con naranja y especias), se canta y se baila. (¡A mí no me habrían llevado ni amarrada a un cementerio a medianoche!)
Otras amigas intentaron conocer su futuro utilizando tiestos con agua en los que dejaban caer esperma de vela o la yema de un huevo. Las figuras que se formaron no fueron lo suficientemente claras como para predecir el futuro, lo único claro fue que a la mañana siguiente tuvieron dificultades para levantarse temprano y concentrarse en clases.
En mi adultez conocí a un agricultor que esperaba con ansias la Noche de San Juan para azotar a los árboles flojos que no le daban frutos. Por suerte eran pocos los frutales castigados ya que terminaba exhausto después del inusual tratamiento proporcionado.
La magia que se respira en el ambiente en los días previos a esta festividad me inspiró para plasmar en una obra pictórica la leyenda chilena “Las tres Pascualas” con supersticiones que aluden a la higuera.

La leyenda narra la triste historia de Elvira, Úrsula y Catalina, tres hermanas y lavanderas, que se enamoraron del mismo hombre. Fueron citadas en el lago la medianoche del 23 de junio por el enamoradizo galán, pues esa noche se decidiría por una de ellas. Furtivamente las tres acudieron a la cita. Él, desde un bote comenzó a llamarlas: “Pascuala, Pascuala, Pascuala”. Cada niña, creyéndose única, pensó que se refería a ella y se abalanzó hacia el lago. Las tres fueron tragadas por el agua. Desde entonces los lugareños relatan que en la víspera de San Juan aparece el bote y se escucha una voz llamándolas. Algunos aseguran haber visto a las hermanas saliendo de las profundidades del lago.
La higuera es un generoso árbol frutal que nos regala dos tipos de frutos: en la primera cosecha nos brinda la breva; y en la segunda, los higos. Sin embargo, su floración no es visible lo que origina la superstición que plasmé en mi obra:
La flor de la higuera se deja ver solamente la noche de San Juan durante un breve instante a la medianoche. Quien logre cortar una flor de la parte superior y conservarla, tendrá buena suerte, salud, protección y prosperidad eternas. Sin embargo, poco antes de medianoche se sienten todo tipo de ruidos (gritos escabrosos, maullidos escalofriantes y gruñidos espantosos) que amedrentan a todo aquel que se envalentone. ¡Quizás por esta razón no se conoce a nadie que lo haya conseguido!
Otra tradición dice que, si una persona se coloca bajo la higuera con una guitarra en sus manos, justo a las doce de la noche aprenderá a tocar perfectamente ese instrumento. ¡Qué maravilloso sería lograr dominar la guitarra sin tener que pasar por la odiosa práctica que deja lesionadas las yemas de los dedos y hasta las uñas!
Texto e imagen © Cecilia Byrne