La Puerta del sol (I)
Hacía tres días que habíamos vuelto de nuestra aventura en la calle de la Cabeza y seguía sin tener noticias de User. Yo, como siempre, había enviado mi artículo a la revista Encima de la niebla que fue admitido con la alegría de siempre. Me encontraba bien en aquel equipo y todo marchaba bien, incluso mejor que lo que podría haber supuesto al principio. Sin embargo, estos días de asueto me inclinaron a un pensamiento que hacía días que me rondaba la cabeza. Un cierto sentimiento de culpabilidad hacía temblar mi estabilidad emocional dejándome al pairo de un aire sutil e ingrávido que me envolvía en los momentos más íntimos. No podía dejar de pensar, en esos momentos azules, que últimamente, tanto Thot como yo, nos habíamos dado a disfrutar de las aventuras que se nos brindaban sin pensar, siquiera, en el cometido de las mismas que no era otro que encontrar lo que User nos había encargado. Pero no nos había dicho de qué se trataba. Era normal, pensé yo, que, con el tiempo nos olvidáramos del objetivo pues, en realidad, al no saber cuál era, resultaba muy difícil que prestáramos la debida atención al mismo. Pero luego, meditando un poco más la situación, recapacitando sobre esos hechos, llegaba a determinar que eso no era una escusa cabal. Nuestra profesionalidad nos exigía estar siempre atentos al objetivo, aunque no supiéramos exactamente cuál era. Así que me propuse, y no era la primera vez, estar muy atento al fin de estos viajes. Luego, un poco más tarde, dudando de mí mismo, sentí el temor de volver a caer en la pasión de los viajes y su disfrute inmediato sin pensar en nada más. Sin reflexionar mediadamente en las instrucciones que nos había dado User al principio y que, dado el contexto en que nos movíamos, más que instrucciones bien podríamos determinar que para mí eran verdaderas órdenes, pues no estaba en mi fragilidad humana disentir de personajes mágicos e intemporales.
En esas meditaciones de ida y vuelta me hallaba cuando apareció User, de repente, como siempre, como un rayo sin relámpago previo.
Me miró fijamente, también como hacía siempre, y me dijo con voz cálida:
– ¿Está Vd. preparado?
– Sí, claro -le contesté rápidamente, intentando dar una seguridad a mis palabras que, en realidad, no estoy muy seguro de si la tenía o no.
– Bien ¡pues, adelante!
E inmediatamente pasó lo de siempre. El remolino intemporal que me hizo retroceder en el tiempo. Aquel remolino que ya empezaba a sentir familiarmente agradable, sin la zozobra que me causaba al principio. Verdaderamente, uno se acostumbra a todo.
Y, así, tras unos segundos, si es que en ese caos multicolor puede hablarse razonablemente de tiempo, me encontré de nuevo en Madrid. No supe identificar el sitio de inmediato, pero era evidente que esta vez era más espacioso que en otras ocasiones. Algo, sin saber qué era, me hacía pensar que este viaje iba a ser distinto a los demás. Enseguida se me acercó Thot, que lo vi más reluciente, más cercano que nunca. Más faraónico, si esta expresión es suficiente para que se me comprenda. Definitivamente, nada era igual a las otras ocasiones. Eso me hizo pensar inmediatamente en el objetivo que perseguíamos. Aunque pensar en algo inconcreto, nebuloso, intocable, inaprensible, es decididamente turbador, pues no se acomoda bien a los requisitos de la razón. Al fin, Thot habló:
– ¿Reconoce el lugar, Martín?
– Me es familiar pero no logro identificarlo. Seguramente habrá cambiado mucho a través de los años. Tiene, sin embargo, algo que conserva en la actualidad porque, a pesar de no saber de que lugar se trata, estoy seguro que he estado aquí en mi tiempo. Así es como lo siento.
– Efectivamente, ha estado Vd. muchas veces en su tiempo. Este lugar, muy remodelado, será lo que Vd. conoce actualmente como la Puerta del Sol de Madrid. El centro de la villa y protagonista de muchas historias.
– ¡Ah, claro! Ahora la reconozco, aunque he de confesar que me he de esforzar bastante. A pesar de todo, la siento como tal, como la Puerta del Sol, pero creo que es más debido a mi imaginación que a la evidencia física.
De pronto, apareció un personaje formidable, más allá de la imaginación humana más desbordante, lleno de luz y de vida, con cuerpo de hombre, cabeza de halcón y coronado por un disco solar.
Thot se percató de mi evidente sorpresa.
Cuando mi emoción me permitió hablar, me giré hacia mi amigo y, mirándole fijamente a los ojos, le interrogué:
-¿Es quien creo que es? -le pregunté, lacónicamente.

-Efectivamente. Es Ra, el dios del Sol y, también, del origen de la vida. Representa el sol del mediodía, en su máximo esplendor.
-Veo que hay una barca a su lado.
-Si, la utiliza para viajar por el cielo, de Oriente a Occidente, en un viaje de veinticuatro horas.
-¿Podemos hablar con él?
-Si, claro. Pregúntele lo que desee. Él va a ser nuestro compañero en esta experiencia.
Pero no me dio tiempo de hacerlo porque Ra se acercó a mí y me dijo:
-Veo que ya sabe quién soy. Antes de proseguir con nuestra aventura, es necesario que le explique la razón de mi presencia. Para ello me remitiré a los primeros tiempos, aunque procuraré ser breve, omitiendo lo que no sea absolutamente necesario ahora.
-Al principio de los tiempos no había luz. En ese mundo, lleno de oscuridad, existía una gran extensión de agua que se llamaba Nun. Y en medio había una isla que me sirvió de apoyo. Y viendo que tenía grandes poderes, decidí crear el sol. Y entonces, el sol apareció por primera vez iluminando la oscuridad. Después creé el resto de las cosas, hasta que di forma a los hombres y a las mujeres, y desde entonces la humanidad pobló la tierra.
-Como tenía el poder de asumir la forma que quisiera, tomé la forma de hombre y me convertí en el primer faraón de Egipto. Y goberné durante miles de años siendo muy querido por mi pueblo por las bondades de mi gobierno. Pero por haber tomado la forma humana fui presa de sus naturales servidumbres y, poco a poco, fui envejeciendo. Viéndome mis subiditos tan senil comenzaron a despreciarme y a desobedecer mis órdenes. Así de ingrato es el género humano. Ése era el pago que me daban a todos los beneficios que les había otorgado durante tantos y tantos años. Eso me produjo un enojo tal que decidí convocar a todos los dioses que había creado, con la finalidad de pedirles consejo ante ese estado de cosas, tan desfavorable para mí. Y todos ellos, unánimemente, me aconsejaron que debía vengarme de esos hombres tan desagradecidos. Acepté el consejo y les ordené que así lo hicieran en nombre mío.
-Pasado un tiempo, cuando me detuve a ver los resultados, observé con horror que todo Egipto estaba bañado en sangre y un sentimiento de piedad invadió mi corazón. Así que determiné detener esa matanza y convertí, a la principal responsable, la diosa Sekhmet, en la diosa Bastet, diosa de la dulzura, el amor y la pasión.
-Después pasaron otras muchas cosas que excuso contar ahora. Solo le diré que entonces me encontraba muy anciano, caminando con penalidad, incluso tenía muchas dificultades, para hablar con la claridad que exige una normal comprensión. De esta condición se valió Isis para inocularme el veneno de una terrible serpiente, que quemaba mis entrañas. Viendo que iba a morir, Isis me dijo que sabía la forma en que el veneno desapareciera de mi cuerpo, pero para curarme debía acceder a sus oscuras pretensiones. Así lo hice salvando mi vida, pero tuve que dejar de reinar en Egipto. Entonces, encontré un lugar en el cielo donde pasear siguiendo la trayectoria del sol y así lo estoy haciendo desde esos tiempos.
-Esta es la historia que todos saben. Lo que no conocen es que, yo, temiendo quedarme sin nada, escondí uno de mis soles en un lugar que, ahora no recuerdo, pues era tal el grado de mi ancianidad que ya casi no podía distinguir nada de lo que me rodeaba. Y esa es la razón de mi presencia ahora aquí. Y, también, le adelanto, la razón por la que Vd. ha realizado tantos viajes al Madrid antiguo, porque se de forma certera que ese sol se encuentra en esta villa. Y me es de vital importancia para recuperar mi ser.
Yo estaba atónito escuchando al dios Ra. Comprendía perfectamente su angustia por tan importante pérdida y estaba dispuesto a ayudarle en todo lo que pudiera. Sin embargo, una especial emoción invadió mi corazón de inmediato, porque intuí que la plaza en la que nos encontrábamos y lo que buscaba Ra estaban íntimamente relacionados y eso… eso podía ser el fin de nuestras aventuras, porque si encontrábamos aquel sol, habríamos cumplido con el fin de las mismas. Así que una mezcla de alegría y de melancolía invadió todo mi ser.
Después de unos instantes, en los que ni Ra ni Thot perturbaron mi reflexión, recuperándome de mi estupefacción, reaccioné, al fin, diciendo:
– ¿En qué época estamos?
Continuará…