La Puerta del Sol II
– ¿En qué época estamos?
– En el año 1520 -me contestó rápidamente Thot. Y esté atento porque la paz que está disfrutando en estos instantes está a punto de desaparecer por los motivos que Vd. podrá comprender enseguida.
En aquel momento, tal y como había vaticinado mi amigo, comenzaron a llegar muchos hombres al lugar, algunos de ellos armados, otros no, pero todos presos de una evidente agitación que no presagiaba que nada tranquilo fuera a acontecer en aquel lugar. Recordé la historia de aquel sitio e identifiqué a todos aquellos hombres que llenaban el aire de pasión. Se trataba, sin duda alguna, de los comuneros. Aquellos hombres exigían, agitadamente al rey Carlos I, a través de unos gritos que violentaban el aire, una serie de mejoras sociales, pues la hambruna existente y el descontento social se hacían ya insostenibles de aguantar por un pueblo cansado de padecer.
Esta rebelión había comenzado en Toledo cuando, sin tener en cuenta las necesidades del pueblo, el rey solicitó a las Cortes, que se encontraban reunidas en esa ciudad, trescientos millones de maravedíes para un viaje a Flandes y que se preveía que iba a durar tres años. Y ahora, aquel malestar finalista se resolvía en una algarada espectacular que llenaba por completo el aire, no solo de la Puerta del Sol, sino de todo Madrid, que se erigía, una vez más, en la punta de lanza de las Españas.
La rebelión era preocupante porque el pueblo se había organizado ya a través de milicias, lo que le proporcionaba una gran potencia resistente e, incluso, ofensiva.
En ese momento, una bella mujer, más que por sus rasgos físicos, por su actitud valiente y hermosa, tomó la palabra.
-¡Comuneros! Como muchos de vosotros sabéis, soy María Lago. Y no estoy aquí por ser la mujer del alcalde, sino porque, siendo uno más de vosotros, quiero alzar la voz del pueblo para que la oiga este monarca que no está a la altura de sus súbditos. Exigimos al rey que se cree en cada ciudad un banco que se encargue de administrar sus propios fondos. Exigimos, también que el rey se pague personalmente los gastos que genera el mantenimiento de su corte real y que el pueblo deje de costearlos como ha hecho hasta ahora. Y exigimos, asimismo, que todos los cargos políticos que sean de cierta relevancia sean nombrados democráticamente por los habitantes de la ciudad a la que pertenezcan.
Después la situación se desbordó y tuvimos que huir apresuradamente y refugiarnos en una calle cercana a aquel lugar que había sido testigo de la historia.
Más tarde pudimos observar cómo las autoridades se mostraban incapaces de solucionar el problema generado por los comuneros. Un problema que se escapaba de sus manos, incluso por otros derroteros, porque aquella situación de descontento del pueblo había generado otro tipo de problemas: el bandolerismo. Ante esa situación, decidieron cavar un foso y construir un castillo para protegerse de la violencia que reinaba en las calles de Madrid. Su puerta principal era el acceso a la ciudad. De esta forma pretendían cerrar el paso a los comuneros.
En la puerta principal pintaron la figura de un sol.
Empezábamos a comprenderlo todo. Pero necesitábamos que Ra nos lo confirmara. Y así lo hizo:
-Ese sol que ven pintado en la puerta…
Tras decir esas palabras, Ra se calló. El silencio era denso, casi palpable, pegándose a las agujas del tiempo, retrasándolo. Por fin, volvió a hablar:
-Ese sol es el que yo he venido a buscar. Pero no el que está pintado en la puerta, que ése es solo un dibujo. Sino el que late en el interior de su tinta, de sus trazos, de su figura, pues fue allí donde yo lo guardé. Ese sol que será la luz del pueblo. Ese pueblo que yo un día perdí y que luego recuperé. Un sol que significa el nacimiento del día, como lo veo todas las jornadas en mi viaje por barca. Ese sol no es un recuerdo de lo que fui sino la esperanza de lo que seré. Ese sol de rayos de oro significa, para todos, el buen devenir de la vida bella. Yo lo escondí para que no me fuera arrebatado y, hoy, por fin, he vuelto a encontrarlo. Quiero decirles amigos, que el sol, éste y todos los demás, son algo más que luz, son esperanza y alegría. Son generosidad. Algo por lo que merece la pena vivir. Con estas tres potencias el mundo es algo hermoso. Teniéndolas solo hace falta unos amigos para compartirlo, porque la belleza si no se comparte se agosta en ella misma y se le quiebra el alma en mil astillas de nada.
Y entonces, apareció User. Y los cuatro, por primera vez juntos, supimos lo que es la amistad. Nos miramos, nos sonreímos, nos quisimos sin tocarnos y, después nos abrazamos. El tiempo se deshizo en el aire y el presente se nos tragó con la fuerza de un suspiro hecho ciclón. Cuando todo se disolvía en un aire malva oí la voz de User que decía:
-¡Misión cumplida, buen trabajo!
Y me sentí tan bien que no me sentí.

aquella plaza brillaba como un sol.
Epílogo emocionado
Hoy día sigo escribiendo sobre historia. Ya no puedo vivirlas personalmente como antes, pues el efecto de la magia del fantasma del templo de Debod desapareció en la niebla del tiempo.
¿Vds. se preguntarán, claro, si sigo teniendo contacto con User y con Thot? Si a pesar de que la misión ya se extinguió por cumplimiento, seguimos viéndonos como lo hacíamos en aquellas maravillosas aventuras
Se lo preguntan, seguro que se lo preguntan. Yo solo les puedo decir que esta mañana cuando me he despertado, he comprendido que todo había sido un sueño, un maravilloso sueño que me permitió trasladarme de época y vivir un Madrid escondido entre las estrellas del tiempo pretérito. Las extraordinarias aventuras que pude vivir con mis dos acompañantes, mis dos compañeros, mis dos amigos, permanecerán en mi memoria tan claras y limpias como los rayos de sol que ahora se cuelan, como filos de espadas de oro, por las ventanas de mi casa. Y hasta diría yo que formarán parte de la historia de aquellas calles, aunque ningún historiador las reconozca, porque forman parte de un tiempo indefinido e inconcreto, parte de un presente mirando hacia atrás. Algo extraño, como extraño fue todo. Digno de un sueño, donde las cosas y los acontecimientos quedan al pairo de la fantasía más azul. Casi violeta, diría yo. Detrás del velo de la realidad que se avergüenza de su vulgar consistencia.
Un sueño, todo había sido un sueño conformado por luces y sombras donde se recobraba la realidad perdida. Aunque no se si es exactamente así, porque ¿qué es el pasado si no una realidad que ya no es tangible? ¿Es real lo que existe solo en la memoria?
Un sueño, solo un sueño que se desgastaba por momentos en la sutileza de mi almohada, cargada de pasados y de pasados transida. Me sobrevino, entonces, una cierta melancolía por lo que fue. Sabía que añoraría la presencia de mis dos amigos que, al final, fueron tres, pues Ra vino a enriquecernos en los últimos momentos con su magna y luminosa presencia.
Fue entonces cuando pasó, otra vez pasó. No sabía a ciencia cierta si lo que veía se correspondía a la realidad o seguía bajo los efectos del sueño que todavía no me había abandonado definitivamente. Allí estaban, mis tres amigos, radiantes hasta el alma. Quise hablarles, pero no pude. La emoción cubría mi garganta con un velo de silencio. Thot se dirigió a mí y me dijo:
-¿Está Vd. preparado para nuevas aventuras?
No acerté a contestar, tal era mi estupefacción. Pero moví la cabeza afirmativamente. Thot, que se dio cuenta de mi turbación, prosiguió hablando:
-Ahora iremos a transitar por los tres siglos que los visigodos reinaron en las Españas. Será un viaje fabuloso que haremos de la mano del mago Godofredo. Ahora descanse, lo va a necesitar pues los lances que le aguardan necesitan, tanto de la dulce quimera de su fantasía, como de la firme fortaleza de su cuerpo y la atemperada templanza de su ánimo.
Y en ese momento me puse a reír y a llorar al mismo tiempo, totalmente vencido por la ternura que me inspiraba la presencia de mis tres amigos, recobrados en un suspiro del alma. Y me arrolló un sueño incontenible que se hizo carga en mis párpados hasta que los cerré suavemente, como el crepúsculo clausura al día bajo su gasa carmesí, repleta de arreboles.
Y entré en un sueño placentero, mientras mis tres amigos, derechos como el más bello de los cipreses, montaban guardia celeste a mi lado. Y yo dormía y lloraba al mismo tiempo. Lloraba de alegría. Porque, más allá de las aventuras, había recobrado a mis tres amigos, el tesoro más grande que un ser humano puede poseer.
Y así me quedé dormido mientras, dulcemente, lloraba de felicidad.
Tranquilo, sereno. Tenía mi casa sosegada.
