La resistencia es fútil
Con estas palabras se dirigía la Reina Borg a Jean-Luc Picard con objetivo de que dejara de luchar por lo que en esencia era inevitable.
Pero, queridos lectores/as, la resistencia no solo no es fútil, sino que es algo muy necesario para no sucumbir a nuestros instintos primarios, nuestra agresividad que parece innata y nuestras maneras más primitivas.
Durante la vida diaria, familiar, social, urbana… los desacuerdos surgen, las complicaciones toman forma en distintas vertientes que en muchas ocasiones nos fastidian bien el día o pueden llegar a entorpecer seriamente el curso de nuestra vida. Normalmente intentas simplificar, darle sentido a lo que ha ocurrido, intentar aceptar que todo el mundo es medianamente bueno y que quizá a ese malnacido le hayas cogido en un mal día, o esté pasando por una racha nefasta. Intentas darle sentido al imbécil que casi te atropella, o a la señora sinvergüenza que se ha hecho la loca y se ha embutido en la cola del edificio burocrático como por arte de magia, a lo Harry Potter. Intentas comprender al que acaban de detener robando o a los dos individuos que, acompañados de voces estridentes, se están moliendo a palos en la otra acera. Intentas darle sentido a este mundo, a su sistema y a sus vicisitudes, un mundo que te endosaron sin preguntarte, un sistema que solo son capaces de defender los que tienen mucho o los estúpidos.
Entonces, es a partir de aquí cuando, obviando la clara y frecuente naturaleza tormentosa del ser humano, se da uno cuenta de que el tópico es cierto: “la culpa es de la sociedad, la culpa es del sistema”. Oh sí, en muchos, muchísimos casos, sí. Y ves que el sistema se desmorona poco a poco, ves que los trabajadores que están 8 horas al día en condiciones nefastas, cobrando el mínimo y en muchas ocasiones a 38 grados centígrados, entre otras tantas barbaridades, tienden a explotar en cada situación de su vida. Ves que el oficinista está atascado en un bucle apático y desafortunado, que tiende a pagar con indiferencia o agresividad cada situación de su vida… y así sucesivamente. Y ves cómo este sistema auto impuesto solo beneficia a 1 de cada 1000 y entonces te preguntas… ¿por qué?
¿Cómo demonios no va a estar agresiva la gente? Lo raro es que fueran felices.
Y ahora, en pleno 2022, después de una pandemia de proporciones audiovisuales, los hosteleros se preguntan por qué la gente no quiere trabajar en sus maravillosos negocios, los oligarcas mundiales ven con más frecuencia que falta mano de obra cualificada y profesional en sus fábricas… Pero lo primero que se les ocurre pensar es que la gente es vaga, que no quieren trabajar y que son todos unos haraganes comunistas que quieren todo gratis. Claro, ese es precisamente el problema…
Hemos sido, y somos, esclavos del tradicionalismo. Lo arcaico que funcionaba sigue imponiéndose por dos únicas razones. La primera es que así ha sido siempre y punto. Y la segunda es el beneficio.
Si bien es cierto que hemos tenido que sacrificar ciertas libertades sociales y personales para poder convivir en la sociedad, nuestra vida y sus bondades se han ido viendo mermadas a lo largo de la historia para satisfacer a una clara minoría. Y además hemos sido nosotros los que lo hemos permitido. ¿Las cosas han mejorado? Sí, pero no lo suficiente. El conservacionismo y el tradicionalismo son dos cánceres arraigados en el sistema cuyas raíces han de ser sesgadas sin contemplaciones porque en sí mismos, son un lastre para la sociedad de bienestar y para los millones de trabajadores que quieren trabajar para vivir, y no viceversa.
– Pues en Alemania viven para trabajar. – Suelta el tonto que hoy está de turno de mañana.
Muy bien, iguáleme usted las condiciones que tienen allí, iguáleme usted la idiosincrasia alemana a la nuestra, iguáleme usted el global que permita trabajar la misma cantidad y calidad, con la recompensa equivalente.
Si es que lo estamos viendo, a diario… nuestras democracias van sucumbiendo poco a poco. Las “potencias” mundiales se tambalean, y es que cuando en una sociedad prima la búsqueda del beneficio en vez del bienestar del individuo, a largo plazo el colapso es inexorable.
Todos esos que llamamos “ofendiditos”, cualesquiera que sean sus ideas políticas, son el producto de años y años de imposición, de una u otra manera, de sucumbir sin remedio a la tradición y las costumbres más rancias y arcaicas.
A un cristiano consagrado puede no gustarle ver los pechos de una mujer en una playa pública, eso le incomoda sobremanera, a pesar de ser una de las cosas más simples y comunes de la naturaleza. Pero no puede hacer otra cosa, porque no conoce otra cosa. Le han enseñado eso y su adicción al tradicionalismo es tal, que no le permite ver más allá.
Una persona homosexual está absolutamente hastiada de escuchar términos en tono despectivo como “maricón”, “tortillera”, “manflorito”…(entre otras muchas cosas como agresiones físicas o abuso escolar, por citar un par de ellas). Y claro, ahora también es un “ofendidito”. En realidad está harto y saturado de siglos y siglos de conservadurismo barato que juzgaba la vida de una persona por hechos tan insignificantes. En el siglo XXI la soga se rompe y esa persona no acepta más tonterías. Se acabó.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué molesta tanto que haya ecologistas, que haya homosexuales o transexuales, que haya veganos o ateos? ¿Por qué?
Hoy en día, en 2022, todavía reina el miedo a lo nuevo, al cambio… el conservadurismo está tan arraigado que incluso duele y duele literalmente hablando. Porque es mejor usar lo que funciona “medianamente bien”, a buscar algo nuevo que endulce un poquito, solo un poquito, la vida de las personas.
Nuestra civilización padece un severo caso de NEOFOBIA.
© Daniel Borge
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