La senda de las puertas incendiadas
Las puertas, siempre las puertas. Esperándonos. Cerradas o abiertas, pero siempre a la espera. Cuando están abiertas, se ve a través de ellas un aire dorado de polvo de suspiros y siempre parecen recibirnos con un abrazo.
Muchas son las puertas que debemos atravesar en nuestra vida, cada una distinta de la otra, aunque se parezcan. Tienen algo de samurái a la espera, algo noble y digno, que permite atravesar mundos sin disponer de las alas libres del águila, de las dulces patas de la gacela o la inusitada fuerza del oso.
Algunas puertas, muchas, son puertas incendiadas por la pasión, por el amor, y también por el odio y la venganza. Otras son más silenciosas, como las puertas de la nostalgia, en la que solo quedan las cenizas de antiguos incendios. Y hasta hay puertas amarillas, las del olvido, por donde parece no pasar nadie, pero por la que transitan los recuerdos silenciosos, testigos mudos de nuestro corazón perdido.
Recorrer la senda de las puertas incendiadas es vivir la hoguera de la vida. Traspasarlas, es haberla vivido.
Texto e imagen © Felipe Espílez Murciano