La siesta
Las tardes de julio aquí en el sur, después de que el salitre sea un recuerdo y la piel agradezca el tacto de la propia mano, las calles se quedan mudas, intransitables, atravesadas por una luz intensa, inmensa, y el cuerpo comienza a pesar y a entregarse en un dulce duermevela a viajes soñados, solo de lejos, muy de lejos el sonido de un coche, la voz lejana de alguien y el silencio de nuevo.

Es un silencio antiguo, el mismo sentido por generaciones, el mismo de fotografías color sepia, el que se congela en un instante, el que huele a lo más viejo de un cajón, el que guarda secretos inconfesables, el que mira por la azotea y disfruta, el que piensa, mira y descansa; la alegría.

El cuerpo se hunde, pesa, sueña, pájaros en la cabeza, azules casi siempre, viaja, desprende el calor hermoso del sol del verano, el olor a playa, el sueño.

© Emilio Poussa