La última musa que encienda la luz
Hoy abrí todos los cajones de esta incómoda. Los dedos buscaron en el teclado la trama invisible, los versos jeroglíficos grabados en la cueva. Los cuentos no se apersonaron, ni los micros, ni los avaros nanorrelatos con las manos en los bolsillos de las palabras.
Los cajones se fueron abriendo de a poquito, temerosos del acecho de mi propia cara y todo se pobló del vapor del espejo por la mañana.
Hoy las musas se olvidaron de mi nombre.
Como cuando me dejaron a mitad de un poemario náufraga de palabras…
Como cuando se retiraron ofendidas, por la noche, después del desmayo del té de menta sobre el teclado, que quedó inundado de sustancias digestivas de la informática…
Y los cajones aparecieron más vacíos que los espacios en blanco.
Pero quedaban las cartas: de amor, las de los concursos, las que me hacían sonsacarle los sentimientos al poema dejándolo como un mudo esqueleto de intenciones. Las convoqué:
Queridas cartas:
Pero enviaron saludos cordiales.
En el Parnaso preguntaron mi nombre solo para conocer estadísticas.
Aproximándome al punto final me doy vuelta cabeza abajo para sacar de mí todas las herramientas del escritor y van cayendo monedas de letras en su doble cara. Me siento millonaria. Se acomodan…
la última musa que encienda la luz