Las escaleras

Llevaba años sintiendo una presión en la mente y en el corazón que me impedían ser feliz.

¿A qué se debía? No podía precisar qué se lo hacía.

Aparentemente formábamos una familia feliz, mas, lamentablemente no era así.

Estaba convencido de que no era feliz, pensaba que desde un principio ni siquiera había estado enamorado de ella, o quizás sí, pero esos sentimientos hacía tiempo que no estaban en mi corazón.

Claro que siempre me gustó y mucho, era una casi una niña con quince años cuando un día, cogí su mano y decidí que sería su novio. Era una preciosidad, siempre vestía, según las necesidades económicas de la familia, muy bien. Era alegre y siempre asomaba en su cara esa sonrisa constante.

Por las mañanas esperaba a la puerta de su casa con la barrita de pan que ella necesitaba para su almuerzo. La acompañaba un tramo, hacia su trabajo, no podía ser mucho, me esperaban mis compañeros para ir todos juntos en la furgoneta que nos recogía, para llevarnos al taller. Casi siempre tenía que ir corriendo para no llegar tarde, que pocas veces conseguía.

Por las tardes volaba para ir a buscar a su amor a la puerta de su oficina.

Ella no todas las tardes podía salir con él, tenía que asistir a clases de taquimecanografía, además sus padres eran muy estrictos con el horario, por lo que, entre semana, no podía llegar a su casa más tarde de las nueve de la noche, si pasara eso, tenía bronca segura.

Le daba rabia, porque el resto de las chicas de la pandilla tenían menos control de llegada, por lo que se subía por las paredes.

Ahora me doy cuenta de que tuve un defecto y es que era muy posesivo con ella y por lo tanto celoso.

No podía ver que hablase con algún amigo o riese con él, que besase a sus padrinos o amigos de la familia, me enrabietaba y me enfadaba con ella.

Los años fueron pasando y mis celos aumentaban, por esa razón, ella cambió su forma de ser y en lugar de ser abierta y con una sonrisa, su rictus cambió, modificó su forma de ser por mí.

No voy a contar las escenas que monté por celos, ahora me avergüenzo de ello.

Llegamos a un momento en que vimos que la relación no caminaba como podríamos querer y habíamos decidido dejarlo.

Pero…, siempre hay algo en la vida, en el que tienes que cambiar la decisión.  En esos momentos en que nuestra juventud nos llevaba a situaciones de gran tensión sexual, se produjo lo que nadie esperaba; estaba embarazada.

Cuando subía las escaleras para hablar con sus padres, tenía un nudo en la garganta, por no saber cuál sería su recibimiento.

Al entrar en la casa, aún no había llegado su padre, en el salón, mi novia y su madre, mantenían un mutismo absoluto, mientras esperábamos.

Todo ocurrió de la manera más diferente a la que yo esperaba; no hubo presión. Solo hubo una frase que me impactó:

-Hijo, he criado a cuatro hijas, así que puedo ocuparme de una más en esta familia. No te sientas obligado, actúa como creas conveniente. Y actué, me comprometí a casarme con ella.

    Ahora bajo otras escaleras, dejando el que fue mi hogar, en busca de otro amor, que ya me espera. Estoy ilusionado.


    © Texto e imagen Maruchi Marcos Pinto

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