Las Voyager, una pareja rumbo al infinito. Parte I

Ray Bradbury, escritor norteamericano nacido en 1920 y fallecido en 2012, conocido por sus relatos fantásticos y de ciencia ficción, a veces distópicos, trató esencialmente, en mi opinión, sobre la condición humana, con un hermoso estilo poético. Quizás por esto suele recurrirse a una serie de frases suyas que sirven tanto para un roto como para un descosido.

Me apasionan unas cuantas de ellas y las tengo tan memorizadas que incluso me sirven para estabilizar emociones en días anímicamente aciagos. Y mira por donde para el artículo que comienzo a ensamblar hay una que me viene de fábula:

“ La ciencia ficción te balancea en el acantilado, la fantasía te empuja”.

Voy a intentar escribir sobre un proyecto totalmente científico, de planetología en mayúsculas, que desborda trabajo, método, esfuerzos, riesgos e inteligencia pero que al mismo tiempo satisface mi imaginación y lo ha estado haciendo a lo largo de más de 40 años permitiéndome improvisar un cóctel que me embriaga y del que gozo al máximo. 

Me vuelvo a situar en 1977 y en la mezcla de entusiasmo, hormonas incendiadas, fantasía e ilusión que acompañan a los 17 años. Durante la segunda mitad de dicho año, las fuerzas de mi universo fantástico se alían y confluyen varios acontecimientos que me han acompañado hasta hoy mismo. En agosto se lanzó la Voyager 2 desde Cabo Cañaveral, en septiembre le tocó turno a la Voyager 1 y en noviembre se estrenó en las salas de cine la primera entrega de la serie Star Wars (el episodio IV, Una nueva esperanza). Evidentemente la repercusión mediática del último evento fue infinitamente mayor que el de las sondas, debido principalmente a que por aquel entonces la astronomía carecía de interés a nivel popular y sólo quedaba al alcance de un público esencialmente científico y reducido. Ya hacía casi 5 años que las misiones Apolo habían acabado y una sonda no tripulada viajando hacia los gigantes gaseosos del Sistema Solar no tenía el mismo atractivo que un astronauta danzando sobre la luna.

Sonda vagager
Sonda vagager


Estas son imágenes de las Sondas Voyager. Ambas van equipadas con alta tecnología de aquellos años y que hoy día casi resulta entrañable pero que ha dado resultados que sólo se imaginaron y soñaron en un principio y que hoy son una realidad. Son gemelas y tienen la misma estructura. Pesan 815 Kg y miden 3’35 metros. El cuerpo central tiene forma de prisma octogonal (10 caras) y dentro van los componentes electrónicos (unos 65000 elementos cada una). En la parte superior la antena, un reflector y de los laterales, 4 plataformas.

Disco de oro
Disco de oro

También llevan un disco de oro (de gramófono) ideado por un comité de científicos presidido por Carl Sagan, quien aseguró que era nuestra carta de presentación cósmica. Aunque también hay quien asegura que más que un mensaje hemos enviado un sudoku. El disco contiene:

– Una selección de hora y media de música de diferentes culturas y partes del planeta (concierto de Brandenburgo de Bach, percusión senegalesa, Johnny B. Goode, canción de iniciación de niñas pigmeas, canción de la casa de los hombres de Nueva Guinea, Aria de la Reina de la Noche de La Flauta Mágica, 5ª sinfonía de Beethoven, canción de boda de Perú, etc.)

– Saludos en 55 idiomas (sumerio, griego antiguo, vietnamita, rumano, francés, acadio, inglés, ruso, español, hebreo, árabe, latín, arameo, holandés, urdu, nguni, mandar.

– El ensayo Sonidos de la Tierra ( volcanes, terremotos, rayos, viento, lluvia, mar, rana, grillos, pájaros, hienas, pisadas, latidos del corazón, fuego, pastoreo de  ovejas, sobrevuelo de un F-111, despegue del Saturno V, tren, etc.)

– 115 imágenes explicando, en lenguaje científico, características del cuerpo y de la sociedad humana y de la Tierra, unidades de medida y localización del Sistema Solar.

Ambas sondas se diseñaron en un principio para el programa Mariner (11 y 12 respectivamente) pero ante una extraña disposición geométrica de los cuatro planetas exteriores en esos años finales de la década de los 70 (pasa cada 175 años) decidieron que había una alta probabilidad de pasar cerca de ellos, siguiendo una trayectoria particular y aprovechando su empuje gravitacional, con lo que los propulsores propios de las naves sólo se ceñirían a correcciones en la trayectoria.

Se lanzaron con destino a Júpiter y Saturno. La Voyager 1 con una trayectoria más corta y rápida. Pero la Voyager 2 se lanzó con una trayectoria diferente para aprovechar las posiciones de dichos planetas y la entonces muy reciente teoría del impulso gravitacional. Así se mantenía la posibilidad de visitar los otros planetas exteriores con gran ahorro de energía.

La Voyager 2 fue lanzada el 20 de agosto de 1977 mientras que la 1 fue lanzada el 5 de septiembre de ese mismo año. Despegaron desde Cabo Cañaveral a bordo de cohetes prescindibles Titán-Centaur.

Llegaron a Júpiter en 1979. Sus principales descubrimientos en sus encuentros han sido:

– el  tenue sistema de anillos que rodea al planeta, más finos, difusos y oscuros que los de Saturno, compuestos por polvo proveniente de los satélites interiores; los anillos tienen tres segmentos: el más interno denominado halo (con forma de toro, una forma de toroide), el intermedio que se considera el principal por ser el más brillante y el exterior, más tenue pero de mayor tamaño. Probablemente el principal se forma con los materiales de Adrastea y Metis, mientras que el exterior con los de Amaltea y Tebas; por cierto, dependiendo de las fuentes consultadas se puede encontrar pequeñas diferencias en los nombres de estos cuatro satélites

– las primeras lunas de ese planeta en ser descubiertas por una nave espacial, Adriastea y Metis que orbitan cerca de los anillos y entre las órbitas de estos descubrieron a Tebas y Amaltea.

– las primeras imágenes de su atmósfera, compuesta de hidrógeno y helio y cuyas nubes presentan una dinámica mucho más compleja de lo que esperaba

– la Gran Mancha Roja, un complejo anticiclón de dimensiones gigantescas, con tormentas más pequeñas en su cercanía

– el campo magnético del planeta, que rodea a la mayoría de sus satélites (excepto a los cuatro exteriores)

– volcanes activos en Io, registrando nueve erupciones

– evidencias de que Europa tiene un océano subterráneo congelado

– Ganímedes presenta dos tipos de superficies (uno con cráteres y otro estriado),  apuntando a posibles fenómenos tectónicos

– Calisto tiene una corteza muy antigua y helada con cráteres, de los cuales los más antiguos han sido borrados por el flujo del hielo

La Voyager 1 llegó a Saturno en noviembre de 1980 y la 2, en agosto de 1981. También esta misión ha cosechado importantes nuevos hallazgos en este planeta:

– alrededor de doce nuevas lunas y entre ellas, las llamadas lunas pastoras, cuyas órbitas están cerca del sistema de anillos del planeta y que contribuyen a modelar la estructura de estos; por ejemplo Prometeo y Pandoran ayudan a modelar el anillo F

– la inesperada complejidad del sistema de anillos, el mayor de todos los planetas del Sistema Solar, y que están formados por bolas de nieve o por rocas recubiertas de hielo

– el descubrimiento de grandes espacios entre los anillos como la División Cassini y la División Encke

– datos de la atmósfera del planeta, compuesta de hidrógeno, helio, amoniaco y metano y cuyos movimientos originan su enorme magnetosfera (que produce también espectaculares auroras)

– el posible núcleo rocoso y candente, rodeado por hidrógeno en estado sólido

– verdadera naturaleza de la atmósfera de Titán, el mayor de sus satélites, compuesta por nitrógeno y metano y posiblemente la más similar a la terráquea

– la probable existencia de océanos en Titán

Voy a dejar la narración en este punto, en ese en que ambas sondas comenzaron un camino divergente, con trayectorias muy diferentes pero con un destino afín. Hay mucho que contar y merece que le dé la envergadura y el espacio que se merece.

Como conclusión de esta primera mitad quiero comentar que decidí escribir sobre las Voyager cuando se publicaron los primeros estudios después de su paso por la helioesfera. Como siempre hago, comencé a leer y a recopilar información sobre ese tema. Y me dí cuenta que más de 40 años de viaje habían establecido un sistema solar que era muy diferente al que percibíamos hasta que ellas pasaron, que  la mayoría de conocimientos que yo tenía sobre los planetas y sus satélites se debían a sus hallazgos. No podía entonces obviar ni eludir los detalles de ese recorrido desde el inicio porque sería como despojar a una novela de todo el desarrollo de su trama. Sentí que era improbable poder apreciar el valor de ese punto del viaje -la salida del sistema solar- sin contar antes todo lo que habían sobrevolado, fotografiado y descubierto. También, esencialmente, porque esas espías que se adentraban en el frío me habían robado el corazón y necesitaba -yo- contar toda su historia.

He iniciado el artículo con una frase de Ray Bradbury y no puedo resistirme a acabarlo con otra:

“Somos una imposibilidad en un universo imposible”

Fuentes: Enrique Forján (20 Minutos Ciencia), Agencia SINC, George Dvorsky (Gizmodo), Edward C. Stone (Investigador principal Instituciones de origen Subsistema de rayos cósmicos (CRS), NASA), Neel V. Patel, traducido por Ana Milutinovic (MIT Technology Rewiev ), Michael Greshko(National Geographic), Nature Astronomy, Wikipedia, Anna Martí (Xataka), Malen Ruiz de Elvira (Diario El País), Miguel Gilarte Fernández (Diario ABC), A hombros de gigantes, El Baúl de Astronomía y es posible que alguna más que por imperdonable distracción no he anotado

© Carmela Pérez

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