Libre
Caminaba como flotando por esas calles llenas de gente que ni la veía. No importaba, ella tampoco las miraba.
Se dirigía sin rumbo fijo, únicamente pensando en que era una mujer libre. Había estado 28 años en una cárcel de un amor, como dicen hoy, tóxico.
Era una mujer de una edad, ya pasados los 50 cuyo cometido siempre había sido el de estudiar, trabajar, casarse, tener hijos y como no, seguir trabajando.
El hombre con el que se casó, cada vez era más distante de la vida familiar, de sus obligaciones como padre y también como responsable de la marcha de su hogar.
Ella sabía que en cierta medida era la responsable, su forma de ser como esposa venía marcada por los consejos de una madre cuya opinión era que al marido había que tenerle en palmitas. Lo cumplió a rajatabla, hasta que llegó el momento en que cansada de llevar sobre sus hombros esa pesada losa que se colocó, además de no soportar más las infidelidades continuas, decidió que tenía que poner tierra por medio.
Pero la experiencia le dio un aviso: Ten cautela, piensa bien lo que vas a hacer, no se vaya a volver contra ti.
En ese tiempo, su todavía marido había dejado de trabajar y andaba haciendo cosas para una compañía de seguros. Lo que cobraba era mínimo, se estaba comiendo la indemnización que le habían dado.
Ella veía que si planteaba la situación en esos momentos, probablemente la justicia le diese a él la residencia, apoyándose en los menores que vivían en su casa y en ese caso pasar pensión alimenticia a todos y eso la llenaba de furia, si no hubiera sido por su trabajo, no tendrían un techo donde vivir, además de que como la mayoría de las mujeres pensaba que poco haría por atender bien a la prole.
Por todo ello, cuando ya llegaron al momento de la decisión judicial, ella respiró, por fin era autónoma para dirigir su vida y la de sus hijos. Era libre.
