Los lectores de octubre
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En el risco
Hijos del mar, hermanos del viento. Daniela y Francisco sentados al borde del peñasco a orillas del gran espejo de agua. El viento acaricia suavemente el pasto mientras las aves hacen un último vuelo. Hora de un salto final antes de que los rayos de sol se oculten. En las costas descansan las barcas de los pescadores. Desde la playa se ven dos sombras volando hermosas a su encuentro con el mar.
Pasan los años y los buenos amigos saltan aún más hábiles, más virtuosos. Francisco descubrió hace poco un nuevo lugar. Lleva a Daniela y parece ser un gran y nuevo reto, sin embargo no siente la misma confianza desde las nuevas alturas. Él la mira con ternura y confianza a los ojos. No te preocupes, fluye con el viento, mézclate con el agua. Meditan un momento y se disponen a hacer un salto juntos. Extienden los brazos, vuelan. Una fuerte corriente de viento los arrastra en pleno aire. Daniela cae fuertemente en el agua. Francisco se golpea contra una de las piedras. Queda inconsciente.
Semanas enteras en cama. En ocasiones regresaba en si para ver si su eterna amiga se encontraba a su lado. Volvía a su sueño. Recordaba cómo se conocieron en el festival Deserino hace siete años. Al principio no se agradaban. Ella parecía ser una niña arrogante, pero hermosa. El, un niño muy tímido pero aventurero. No fue sino hasta un encuentro ocasional en las orillas que se quitaron los prejuicios y reconocieron en el inmerso mar y el viento sus ancestros. Desde niños, veían a las alturas amigables, respetables. Tiempo después empezaron a probar suerte con pequeños saltos hasta que gradualmente su habilidad los llevó a mayores retos.
Francisco abre los ojos nuevamente y parece sentirse más recuperado. A su lado está su madre, dormida. Alrededor suyo, flores y regalos de amigos y familiares. En breve estará de vuelta en su casa. De camino pregunta por su amiga Daniela. Mamá responde que tuvieron que cambiarse de ciudad hace un tiempo. El padre de ella consiguió un nuevo trabajo en el centro, sin embargo dejó varias cosas para que la recordaras.
Entristecido, llega a su cuarto. Ve las fotos que tomaron juntos, los días de playa, los asados familiares nocturnos y desde luego el gran risco.
Una noche escuchó que tocaban la puerta de su habitación. ¡Era ella! Espléndida y alegre. Se disculpó por la ausencia. Hablaron toda la noche sobre lo sucedido. Ninguno de los dos pudo recordar bien lo que pasó. Lo importante sin embargo era el poder estar juntos. Sin embargo, Francisco aún no podía sentir sus piernas. Por otro lado, Daniela se movía ágil como siempre y noche tras noche llegaba a la puerta de su cuarto y le contaba historias fantásticas del mar y la arena.
Pasadas unas semanas, Francisco pudo reincorporarse y valerse por sus propios medios. Las visitas de Daniela se volvieron cada vez menos frecuentes. Una noche ella le explicó que tenía que partir a un país diferente. No sabía mucho de él, pero según sabía la gente era muy feliz y papá veía con gran esperanza la llegada. Eso le entristeció mucho, pero viendo la emoción en los ojos de su amiga sabía que lo mejor era su partida.
Con el paso del tiempo, Francisco recobró su salud y volvió a saltar desde el gran risco. Iba en compañía de amigos, aunque cada vez que veía el vuelo de los pájaros al finalizar la tarde, sentía la presencia de su amiga al lado más solo era un espejismo. Por su talento, pudo participar incluso en varios mundiales de natación.
Los días pasan y el tiempo causa estragos entre los mortales. Su piel ya no es tan firme como solía serlo antes. Su fuerza lo había abandonado y empezaba a sentir fuertes dolores. Recordaba el pasado y sus primeros saltos. La vida se va en un suspiro. Hace tiempo no iba a su sitio favorito. Esperó a la tarde y se acercó al borde del risco. Era un día espléndido. Las aves aún sobrevolaban el lugar y el viento se sentía un poco más tibio. Escuchó los pasos de alguien acercándose…. ¡Daniela! Hermosa como siempre. Apenas había envejecido pese al paso de los años… Quiero que vayas conmigo a mi país. Seremos eternos entre las olas. Francisco se reincorpora. Demos un último salto. Extiende sus brazos… vuela. A medida que se acerca las olas se tornan más violentas. Hace contacto con ellas. La obscuridad absoluta lo envuelve.
Al día siguiente su cuerpo es encontrado recostado a la orilla del risco. Sin vida, sus vecinos lo reconocen. De cara como siempre al mar con una sonrisa en los labios.
© Lizette García y Carlos Ramírez Ligobet
Imagen de David Mark en Pixabay
Corazón baldío

Con total impunidad te apareces, rompes mis defensas. Me siento inquieta pues quiebras la comodidad de mi realidad cotidiana. No me gusta el desasosiego; mi naturaleza necesita una estructura contenedora, lo permanente me da seguridad…Pero ahí estás provocándome un desorden desconocido. Has invadido mi privacidad…qué digo!, mis sentimientos!. Me los usurpas llevándome a un estado emocional raro: el cuerpo me estalla como un globo muy inflado, mi humor se revela con sonrisas y alegrías casi constantes. El escenario habitual en el que vivo es más amble; el contexto cambiado no me reconoce…
Hoy , con tu intrusión en mi vida hay una cascada desbordada y prepotente de pulsión de vida que ha tomado mi corazón baldío. Definitivamente cambio de rubro: me he enamorado a tu medIda.