María Silva Cruz (a) La Libertaria

María Silva Cruz, apodada María La Libertaria, nació al mediodía del 20 de abril de 1915 en Casas Viejas, en la provincia de Cádiz. Fue hija de María Cruz Jiménez y Juan Silva González y tuvo siete hermanos. Su abuelo, Francisco Cruz, era conocido como “Seisdedos” por tener ese número de dedos en manos y pies.

Su infancia se desarrolló en una familia que se dedicaba a hacer carbón, pero con esto no lograban subsistir, por lo que los que tenían edad de trabajar tenían que complementar los ingresos familiares con otras actividades. María trabajó en la siega de la cosecha y empleándose como criada.

Más que en el colegio, en el que solo se ocupaban de enseñarle el catecismo y las labores del hogar, María aprendió con su abuela Catalina Jiménez que le introdujo en las ideas libertarias. Durante la noche se sentaban en torno a una vela y la abuela le leía novelas como las que editaba la familia Montseny en la colección La Novela Ideal.

María Silva Cruz (a) La Libertaria

El apodo de “La libertaria”

Fue miembro del grupo de mujeres libertarias “Amor y Armonía” que era un grupo próximo a los jóvenes de las Juventudes Libertarias. Se reunían en el local sindical y paseaban juntas por la plaza principal de Casas Viejas. En la primavera de 1932 paseaban por la Alameda en compañía de Manuela Lago, su hermana Catalina y otras amigas. María llevaba al cuello un pañuelo rojo y negro. Por la plaza también estaba el guardia civil Manuel García Rodríguez. Al ver a María mostrando los colores de los revolucionarios lo interpretó como una provocación y, dirigiéndose a ella, le instó a que se quitase el pañuelo. María se negó. Fue entonces cuando el guardia civil se lo arrancó de un manotazo. María, sin pensárselo, le propinó una sonora bofetada. García, entonces, le amenazó diciéndole: ¡me las pagarás, libertaria! A partir de aquel momento comenzó a conocérsela con ese apodo y María, fue desde entonces, María la libertaria.

María la libertaria.

Sangre y fuego en Casas Viejas

Haciendo honor a su apodo, en la mañana del 11 de enero de 1933, tras la proclamación del comunismo libertario en el pueblo, paseó con otras compañeras libertarias por las calles con una bandera rojinegra y una pistola que le había entregado un vecino. Cuando las fuerzas fascistas entraron en el pueblo María tuvo que refugiarse en la casa de su abuelo, junto con otros ocho familiares. Se resguardaron en la pequeña habitación que había en la parte trasera de la choza, mientras oían como se les ametrallaba indiscriminadamente. Al cabo de un rato, incendiaron la choza y no tuvieron más remedio que abandonarla. La salida fue bajo una intensa lluvia de balas, donde fueron ametrallados sin compasión. Manuela Lago y Francisco García fueron abatidos, encontrando la muerte instantánea en esa tormenta de fuego, pero María y su primo Manuel García lograron escapar gracias a que, al salir, se tropezaron con la burra y cayeron al suelo. Las balas alcanzaron al animal, salvándoles la vida. Después se levantaron apresuradamente y se dirigieron a su casa. Llegó herida de bala en una pierna y con el pelo quemado y la ropa manchada de sangre. María, lo primero que hizo fue beberse dos vasos grandes de agua. Se resguardaron en la oscuridad, con su padre en la cama enfermo y sus hermanos pequeños llorando. Entretanto, la choza del abuelo se derrumbó presa del fuego.

Pero, como era de esperar, al amanecer llegó una patrulla que se llevó al padre para darle el paseo. Entonces, decidieron huir al campo, como única forma de salvar su vida. Allí permanecieron dos días y el sábado 14 volvieron al pueblo, a la casa de su abuela. Solo unas horas tardó la guardia civil en presentarse, deteniendo a María. Se la llevaron, bajo una lluvia incesante, hasta la administración de correos a esperar el coche que debía llevarlos a Medina para presentarse ante el juez. María Silva ingresó en la cárcel de Medina para responder de las noticias que iban apareciendo en la prensa sobre su actuación. Llegó mojada hasta los huesos, aterida de frío y con una fiebre galopante, aunque eso parece que no bastó para que la atendieran ni le dieran ningún medicamento. La situación se fue alargando y dio tiempo a que unos periodistas del Diario de Cádiz y ABC la entrevistasen, con lo que su figura fue adquiriendo un renombre de carácter épico, dado que los lectores se quedaron impresionados por los monstruosos actos de sangre y fuego que se iban conociendo. Las clases populares estaban cautivadas por su carácter revolucionario, llegando a ser el tema de numerosas canciones que el pueblo cantaba en las fiestas e, incluso, de escritores, periodistas y poetas que la veían como una auténtica heroína y a la que dedicaban sus letras de una forma ardiente. Ya era conocida como la nueva Mariana de Pineda. Mientras, la derecha, en su mundo paralelo, la tildaba de ácrata furibunda.

Federica Montseny escribió sobre ella: «Tal como es, llena de poesía y tragedia, penetra en la inmortalidad. Es la encarnación y el símbolo del martirio de España. Mariana de Pineda representa un momento de la conciencia y de la vida española. María Silva es la voz, la carne sangrante de un pueblo crucificado».​

Mientras, en su celda María buscaba zafarse del juez que buscaba insistentemente su condena. Se le censuraron las cartas y, en vista de como se iban sucediendo los acontecimientos, se le prohibió, también, recibir prensa. Pero como ella declaró posteriormente, su mayor sufrimiento moral fue el hecho de que el jefe de la cárcel le prometiese diariamente trabajo para cuando saliese a cambio de besos.

El juez no tuvo más remedio que concederle la libertad, pero solo por lunas horas, pues María volvió a ser detenida y trasladada a la Prisión Provincial en Cádiz en donde permaneció hasta finales de febrero incomunicada, acusada de atacar a un guardia civil, con resultado de muerte.

Pero el segundo juez, acosado por la opinión pública muy afecta a María que la había elevado a categoría de mito, hizo saber que de las diligencias que había practicado no se podía deducir ningún indicio de que María hubiera agredido, insultado o realizado actos o demostraciones ofensivas de obra o palabra contra la Guardia Civil. Por ello solicitaba su puesta en libertad. María salió de la cárcel con los ojos empañados por la muerte de diez familiares.


De camino a Madrid

El agobiante ambiente que reinaba en Casas Viejas hizo que la familia de María se trasladase a Cádiz y, después, a Paterna. María se trasladó a Madrid donde vivió varios meses con su compañero, Miguel Pérez Cordón. María intervino en el mitin que la CNT celebró a fines de noviembre en el cine Europa. El local se llenó en su totalidad hasta el punto que los asistentes invadieron, también, los aledaños de la calle Bravo Murillo. Cuando se anunció que iba a intervenir María, el público guardó un respetuoso silencio. Visiblemente emocionada, María comenzó su disertación ante un auditorio multitudinario. Los altavoces aumentaron sus palabras: “Compañeros y compañeras, pueblo de Madrid que en estos momentos escucha la voz emocionada de una superviviente de la tragedia que conmovió a España y al mundo entero; pueblo que muestra su rebeldía, su ansia de superación y de terminar con todos los traidores, con todos los vagos profesionales que le han esclavizado…” Y, en ese momento, María se rompió de emoción y comenzó a llorar, sin poder continuar. En su mano temblaba la hoja de papel en el que estaba escrito su discurso. Los aplausos inundaron el aire de la sala y el presidente del mitin le pidió el papel y lo siguió leyendo.

Semanas más tarde, volverían a Paterna, donde María dio a luz.

María la libertaria junto a su compañero Miguel Pérez Cordón

Y llegó la guerra

Cuando las tropas entraron en Paterna, Miguel tuvo que partir y María se marchó a casa de los padres de Miguel, con su hijo. Pero el 19 de agosto detuvieron a María, entregando a su hijo a una familia de los sublevados.

Nadie sabe con exactitud ni el día ni el lugar donde María fue asesinada. Ni siquiera que ocurrió con su cadáver. La muerte de “La Libertaria” se difundió rápidamente. Hicieron desaparecer su cuerpo, pero el mito continúa, rojo y negro, cada atardecer.

Poco después de su muerte, la poeta Luisa Sánchez Saornil le dedicó un romance:

María Silva Cruz, La libertaria

Látigos hienden la noche.
-Corazón mío, es el viento…
Y María Silva canta:
“Duerme… nanita… arrapiezo.”
Puños de gigante baten
La puerta del aposento,
Y la noche entra de pronto,
Negra de horror y misterio.
-Ráfagas de fuego arrancan
Desgarrones de silencio-.
¡Ay, María Silva Cruz,
Carne dolida del pueblo
Rugió brutal el destino.
¡Al fin, María Silva ! ¡Fuego!
¡Ay ! ¡María Silva Cruz!
(“Libertaria”, por tu abuelo)
Carne de tu misma carne,
¡Te vengará el pueblo íbero!


© Felipe Espílez Murciano

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