Mi jardín

Apenas unos metros encerrados entre muros, abiertos a la inmensidad. Aislado del mundo.

Apenas penetra el sol, suficiente para que se arrebate la naturaleza.

Hay un abeto que fue árbol de Navidad; un magnolio que se viste de novia por primavera después de que las camelias reposan tras el estallido de fucsias; orgullosos durillos, verde-noche, engalanados con tocados blancos y simétricos como copos de nieve; rododendros apretados y sombríos que sólo muestran alegría una vez al año, cuando regalan su espléndida y exuberante flor; protegidos del frío esperan los geranios anhelantes de sobrevivir al invierno; en las paredes hiedras corredoras, y debajo quietos pensamientos. Cuando fuera despuntan los almendros, prímulas y violetas lo pintan como un cuaderno infantil.

El aire se concentra, embriagado y embriagante cuando florecen las rosas.

Y en un rincón, a un pájaro de piedra se le escapan los trinos del tic-tac-toc de las gotas de agua sobre la fuente.


Texto y fotografía © María Cruz Vilar

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