Mi particular mosaico de otoño
Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve, sobre los chopos medio deshojados…
-Balada de otoño, Joan Manuel Serrat-
Ya estamos en otoño (en el hemisferio norte, en el sur es primavera), incluso parece que -por fin- también meteorológicamente, y todo el mundo lo sabe; es lo que se suele llamar una verdad de perogrullo, es decir, que casi suena a necedad el simple hecho de señalarla. Pero espero que me perdonéis si os cuento que necesito subrayarlo porque voy a hablar sobre él. Y justo aquí ya se me presenta el primer reto: ¿seré capaz de contar algo nuevo que ignoréis o se os haya pasado desapercibido? Y si no lo logro, ¿podré captar entonces vuestra atención lo suficiente para que os atrape mi narración y no la abandonéis al segundo o tercer párrafo? Ya están lanzados los dados y es hora de comenzar mi canción de entusiasmo y fascinación hacia el otoño.

La Tierra, lo mismo que el resto de planetas del sistema solar, gira alrededor del sol y lo hacen aproximadamente a la altura del ecuador del sol; es lo que llamamos plano orbital. El eje de rotación de nuestro planeta tiene una inclinación de 23’5º respecto a dicho plano, lo que produce que dicho eje vaya apuntando en diferentes direcciones durante su traslación. Hay dos momentos en el año en que no apunta hacia el sol y precisamente en ellos se producen los equinoccios (igual noche). Ocurre en los meses de marzo y septiembre (primavera y otoño, respectivamente) y teóricamente en esos días hay 12 horas de luz y 12 horas de oscuridad, aunque en realidad esa igualdad (equilux) suele suceder unos pocos días después del equinoccio de otoño (y unos pocos días antes del de primavera). Además, son las únicas ocasiones donde el sol sale justo por el este y se pone por el oeste. Respecto a las fechas cuando ocurre, estas suelen oscilar entre el día 21 y el 23 (porque la Tierra aproximadamente tarda 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos en realizar su traslación alrededor del Sol), incluso puede ser excepcionalmente el día 24 por ajustes al calendario gregoriano (como pasó en 1931 y ocurrirá en 2303). Por cierto, el otoño tiene una duración de 89 días y 21 horas y este año ha comenzado el 23 de septiembre a las 8:50. Y le llamamos otoño astronómico porque, evidentemente, nos basamos en hechos que dependen de la astronomía.
Otros planetas del sistema solar también tienen estaciones y equinoccios, aunque a escalas mucho más extremas. Por ejemplo, Urano, cuyo eje de rotación tiene una inclinación de 90º, tiene estaciones de unos 42 años y los equinoccios de Saturno ocurren cada 15 años (el Sol brilla justo sobre sus anillos, llenándolos de sombras y desvelando su estructura tridimensional).
Y siguiendo con esta ciencia hablaremos ahora de la luna. La luna llena más cercana al equinoccio se llama luna de la cosecha, pues en la antigüedad se aprovechaba su luminosidad para recolectar durante las horas nocturnas y así acabar las labores antes de que se estropearan por las lluvias y las heladas. Y a la segunda luna llena, luna del cazador, ya que se supone que en esta época los animales están cebados de cara a los fríos. Son las dos únicas lunas que toman nombre basados en hechos astronómicos. También es interesante comentar que en los países nórdicos comienza la época de las auroras boreales y que en esta estación tienen lugar tres lluvias de estrellas bastante importantes (las Dracónidas -entre el 6 y el 10 de octubre, las Leónidas -entre el 15 y el 21 de noviembre- y las Gemínidas -entre el 7 y el 17 de diciembre-).
Por otra parte, encontraremos menciones sobre el otoño meteorológico que se rige por la inercia de la atmósfera y tiene lugar (en el hemisferio norte) durante los meses de septiembre, octubre y noviembre. Aunque en este siglo los cambios en el clima y en la atmósfera causados por el calentamiento global han producido alteraciones en los patrones estacionarios, especialmente en la transición entre el verano y el otoño. Pero en meteorología continúa utilizándose este formato para facilitar el estudio de las series climáticas. Y hablando de clima, es típico de esta estación los llamados veranillos (destacan los de san Miguel a finales de septiembre y san Martín a mediados de noviembre) que son periodos de varios días con temperaturas muy altas para la época. Este año en el de san Miguel han sido especialmente elevadas, más propias de finales de agosto y marcando récords en los registro históricos.

La palabra otoño deriva del latín autumnus (llegada de la plenitud del año) y siendo la estación que se encuentra entre el verano y el invierno, se puede comprender que los romanos utilizasen ese término ya que era el momento de recoger para proveerse ante los fríos venideros. Podemos observar que en diferentes idiomas la denominación de la estación siempre gira alrededor de la idea de que el buen tiempo se acaba y nos vamos adentrando hacia el invierno: autumn (Inglaterra), the fall (lacaída, EEUU), ruduo (rojizo, Lituania), tardor (demora en latín, Cataluña), udazken (final, euskera), seronda (tardío, Asturias), agüerro (agotado, Aragón)… Es más, en español no comenzamos a usar este nombre hasta alrededor de 1500, anteriormente se la llamaba simplemente cosecha. También es interesante saber que, en los países anglosajones del norte, el otoño comenzaba el día de Lammas (de origen celta, el día de la cosecha y que coincidía con el 1 de agosto) y acababa en Halloween (31 de octubre), lo mismo que las tradiciones de la cultura gaélica en Irlanda; de hecho, en irlandés, septiembre se conoce como Meán Fómhair (mitad del otoño) y octubre como Deireadh Fómhair (final del otoño).
Ya podemos observar que desde la antigüedad se ha identificado esta estación como la de la preparación a la vida invernal. Las horas de sol van disminuyendo cada día y las temperaturas también descienden. Todos estos cambios de clima también los perciben los animales y el otoño en nuestros bosques, montes y campos se caracteriza por una actividad intensa. Es el momento de atiborrarse (por ejemplo, algunos cambian su dieta de frutos rojos por bellotas y castañas) con el fin de acumular grasa y energía: unos para poder resistir la hibernación (osos, erizos, ranas, murciélagos, marmotas…), las aves para ser capaces de enfrentarse a las largas migraciones de cientos y hasta miles de km hacia tierras más cálidas en el sur (estorninos, cigüeñas, golondrinas, vencejos, aviones, garzas, águilas calzadas, autillos, milanos, tórtolas europeas…) y los cérvidos porque comienza su época de celo y las disputas entra machos (la berrea de los ciervos y la ronca de los gamos) para preñar a las hembras que parirán cuando las temperaturas empiecen a subir en primavera.
Sí, el tiempo ya está cambiando, ya están llegando los petirrojos, colirrojos, carboneros y herrerillos que hibernarán en mi jardín.

Los humanos también somos seres vivos y, por tanto, no somos ajenos a estos cambios estacionales, aunque la complejidad de nuestro cerebro hace que sean bastante diferentes a todo lo que acabamos de ver. Ni emigramos ni hibernamos ante la llegada del frío, pero nuestro organismo se adapta al otoño alterando en cierta manera a nuestro metabolismo; este depende de multitud de factores (genética, sexo, edad, costumbres…) y es muy complejo en su funcionamiento, pero podemos generalizar que con la llegada de esta estación se frena tanto en la producción de células como en la síntesis de proteínas o la regeneración de tejidos. Seguramente habréis notado que, por ejemplo, las uñas y el cabello crecen más lentamente; por cierto, la creencia popular de que en esta época se cae más el cabello podría estar relacionada tanto con la estación como con factores hormonales o el acortamiento de los días, pero también se ha observado que este hecho también ocurre en primavera, ganando peso la teoría de los cambios estacionales.
Con el descenso de las horas de luz solar y de las temperaturas decrece la producción de serotonina (la llamada hormona de la felicidad) y aumenta la de melatonina (la hormona del sueño -por cierto, me apunto que un mes de estos habría de investigar sobre las hormonas-), un cóctel explosivo que acentúa un cansancio generalizado. También se hace más lento el sistema inmunitario y el descenso de las temperaturas debilita la primera línea de defensa de la nariz, creciendo las infecciones respiratorias y las gastrointestinales; no enfermamos por el hecho de que haga frío sino porque con él se eleva la presencia de virus y bacterias, especialmente de los rinovirus.; los interiores poco ventilados también favorecen la acción de dichos patógenos. Otra incidencia del otoño es el aumento de los dolores articulares ya que por el frío se produce un ligero estrechamiento de los vasos sanguíneos, afectando a la circulación del líquido sinovial, un fluido algo viscoso y transparente que se encuentra en las articulaciones y que reduce el rozamiento entre los cartílagos y otros tejidos cuando los huesos se mueven; es por ello por lo que las articulaciones se vuelven más rígidas y duelen.
Y ahora ha llegado el momento de hablar del hecho más llamativamente visual de esta estación: el cambio de color de las hojas de los árboles.

La naturaleza no actúa arbitrariamente, todos sus sucesos tienen un por qué y el tema del cambio de color de las hojas no ocurre para procurarnos placer, no. Las hojas contienen pigmentos de diferentes tipo, unos para absorber la luz y así conseguir energía mediante la fotosíntesis y otros para protegerse de la radiación solar. Porque la luz no tiene siempre el mismo color ni la misma intensidad, no es la misma la que recibe una hoja en la copa de un árbol que la que está en el interior de un sotobosque o crece en una ciudad llena de contaminación. Así mismo si quieren aprovechar al máximo esa luz las hojas deben tener herramientas diferentes unas de otras, es decir, tienen distinto color y diferentes pigmentos.
Suelen ser verdes todo el año porque contienen clorofila en sus células vegetales (cloroplastos), el pigmento que les permite realizar la fotosíntesis (proceso por el cual fabrican azúcares a partir del dióxido de carbono del aire y las sales minerales disueltas en el suelo) y que les permite crecer, mantenerse y encima liberar oxígeno al medio ambiente. Pero la producción de clorofila necesita de temperaturas cálidas y mucha luz solar, por eso cuando ambas disminuyen dicho pigmento deja de producirse y las hojas pierden su color verde.
Es el momento en que los otros pigmentos comienzan a destacar; ya estaban, pero la clorofila los tenía disimulados. Entre ellos están los carotenoides y los flavonoides, que también se degradan con el frío y la disminución de luz, pero mucho más lentamente que la clorofila. Los carotenoides son los que producen en las hojas los tonos rojizos, amarillos y anaranjados, así como el naranja de las zanahorias (betacaroteno), el amarillo de la yema del huevo (luteína) o el rojo de los tomates (licopeno), por ejemplo. Estos carotenoides absorben el exceso de energía luminosa (que dañarían el sistema fotosintético) disipándola en forma de calor. Por otra parte, nos encontramos a los flavonoides, que producen en las hojas colores rojos, morados y azulados; ayudan al metabolismo de las plantas dando resistencia al mecanismo de fotoxidación de la luz ultravioleta del sol, en el transporte de ciertas hormonas (como las auxinas, reguladoras del crecimiento celular) y en la defensa ante los animales herbívoros. Existe otro grupo de pigmentos, las antocianinas (también acentúan los colores morados y azulados) que son exclusivos del otoño y que suelen aparecer cuando las hojas ya tienen un exceso de azúcares vegetales. Posiblemente ayuden a reducir el punto de congelación de la hojas, permitiendo que no caigan demasiado pronto y así el árbol puede proveerse de nutrientes durante más tiempo. También actúan como filtros solares absorbiendo la luz ultravioleta y atrayendo a los insectos polinizadores.
Después de cambiar los colores en otoño las hojas caen mediante un procedimiento muy controlado por la propia planta. Esa caída -la abscisión– comienza formándose una capa de células -en el punto dónde el peciolo se une al tallo- durante la primavera, llamada capa o zona de abscisión; cuando los días se acortan en otoño esa capa comienza a obstruir los vasos circulatorios de la hoja, poco a poco, hasta que esta se desprende sin dejar una herida abierta en el tronco. A medida que las hojas caen, la planta entra en letargo, ahorrando energía hasta la siguiente primavera. Es una medida de autoprotección porque, aunque las hojas con colores otoñales sean muy alegres y hermosas, para la planta serían un problema si no cayesen.
¿Y qué pasa con las plantas de hoja perennes (hoy en día también se les suele llamar de hojas persistentes, ya que sí mudan sus hojas, pero poco a poco y muchas veces, a lo largo de varios años)? Pues algo tan interesante como que esas hojas están recubiertas de una especie de cera que les protege de los fríos y, además, sus tejidos contienen sustancias anticongelantes. Frenan su crecimiento, pero no tienen necesidad de desprenderse de todo su follaje.
Estoy acabando, creo que he logrado dar un breve repaso a todos los acontecimientos y avatares que ocurren y dan forma al otoño. Me queda mencionar que existen muchas festividades alrededor del mundo que arrancan de esas tradiciones y costumbres antiguas nacidas en los tiempos de cosecha y de preparación a la llegada de los fríos. Las más famosas que encontraremos son: el 31 de octubre, Halloween, originada en los países anglosajones (aunque en los últimos años se ha puesto de moda en muchísimos otros países del mundo), el 1 y 2 de noviembre es el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos (España) y el Día de los Muertos en México, el 4º jueves de noviembre es el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving Day, en EEUU y Canadá).
También encontramos frutos que son típicos de esta estación como membrillos, caquis, calabazas, castañas, boniatos y batatas, granadas y por supuesto, las muy apreciadas y codiciadas setas. Pero para saber más de estas últimas te convido a que leas mi otra sección Como, luego existo, allí hablaré sobre ellas largo y tendido.
Y hasta aquí llegué en este mes. Muchas gracias por estar ahí delante, nos vemos el mes que viene.
A mí nunca me ha parecido el otoño una estación triste. Las hojas secas y los días cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más bien en una espera de porvenir.
– Patrick Modiano, Premio Nobel de Literatura de 2014 –
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