Micaela
Sí. A Micaela la intentó sacar del Hotel Inglaterra por la parte de atrás. Dicen que con complicidad del tuerto Álvarez, el conserje que cuidaba la entrada. Baleó al hombre que estaba sobre ella, en la habitación veinticinco, cinco tiros de revólver. Nadie se dio cuenta porque el volumen de los estéreos estaba a tope; sonaban al mismo tiempo “Agúzate”, “Polvo de los Caminos” y “La esquina del movimiento”. Dicen los que saben que el flaco Rodrigo esperó el crescendo de las trompetas. Rodrigo sí que sabía de música, para darse cuenta que sonaban trompetas y que ahí era. Algunos dicen que había comprado a los DJ, que justo a la hora que el entraba por el Inglaterra ellos debían poner a sonar esas canciones. Pero también es cierto que la gente inventa. El punto es que ahí donde en una canción sonaba más duro la trompeta, en la otra también sucedía lo mismo, y ahí fue, Rodrigo llenó al hombre con los cinco tiros. Yo los escuché, sí. No dije nada porque ahí en la Calle Quince no se puede hablar de todo lo que se escucha o se ve. Uno se lleva eso callado para la casa, para uno mismo. Yo los escuché y en ese momento miré a Luis y a Fabio, el prestamista. Ellos me miraron igual, pero Fabio no entendía, porque el viejo estaba ya casi sordo. Luis sabía, sí, así como yo, que es bien callar. Lo que no yo no sabía era que se trataba del flaco Rodrigo, y que además estaban relacionado con el tema de Micaela. A Micaela muchos le coquetean. Micaela era hermosa y la que mejor bailaba aquí en la Quince. Una niña entrada a menos, ya señora. El otro día apostaba con el prestamista cuánto iba a durar la belleza de la Micaela. Porque la de Marta se había ido rápido. Se había esfumado, como decía el flaco Rodrigo. Es que este trabajo hace envejecer más rápido. La primera señal es la mirada triste de las nenas. Pero en cambio Micaela siempre mantenía con ese brillo en los ojos. Pobre Rodrigo, quién no iba a hacer semejantes cosas por una muchacha así. Yo hubiera hecho lo mismo. El caso es que a Micaela no se le notaba la entrada en la edad, o como decía Rodrigo cuando llegaba borracho, nadie sabía que ya le había llegado la noche a la niña. Sí, apenas le disparó al hombre, Micaela quedó paralizada, pero tan pronto Rodrigo le quitó al tipo de encima, volvió en sí y la llevo como pudo hacia la parte de atrás del hotel, gracias al Tuerto. Quien iba a imaginar eso, ni siquiera el mismo Fabio que era más cercano a Rodrigo. Rodrigo, ratón de biblioteca, porque era bibliotecario municipal, pero al mismo tiempo lector voraz, como decía él mismo. Aquí llegaba el flaco a hablarnos de economía, y de geografía. Se ubicaba cuando pasaban los camioneros por acá, que esto es puerto de cuanto barco pase por acá, decía también el bibliotecario –para no ser redundante, que Rodrigo decía que no repitiéramos tanto lo mismo al hablar. Nadie siquiera pensaba que algún día pudiera el flaco siquiera sostener una navaja en las manos pequeñas de holgazán. Pero tomó a Micaela y por la parte de atrás del hotel, mientras se terminaban las canciones se intentaron escapar. Yo de Rodrigo hubiera salido por la puerta de enfrente, con Micaela, y la frente en alto. Si era necesario dando bala por toda parte. Hubiera sido más glorioso para mí. Aunque las señoras de los fritos al siguiente día hablaban del flaco como el más admirado caballero, de honor y valor. No sé qué cálculos había hecho Rodrigo, que llegó a la ventana del cuarto piso del Hotel Inglaterra, en la parte posterior –para no redundar otra vez con las mismas palabras, usted comprende- y se iban a lanzar al tejado del casino que da a la calle dieciséis. No sé quién llamó a la policía, ni cómo se dio cuenta. El Tuerto se desesperó y no articulaba palabras. Menos mal nadie le preguntó nada, o sino no se hubiera alcanzado a escapar. Rodrigo, hombre, flaco, cómo fuiste a perder la lucidez –palabra que me enseñó él mismo. Cuando llegó el F2 y entró a las malas por la puerta que hacía apenas media hora había estado cuidando el Tuerto, el flaco y Micaela estaban descolgando una soga improvisada con sábanas, para llegar al casino. Y nunca supimos qué había allá, si alguien los esperaba o si –como mucho han dicho- pensaban tomar el túnel subterráneo para llegar a la Cueva del Humo. Pero antes de que pudieran si quiera intentar resbalarse por la cuerda, les llegó el F2, a hacerles disparos. Rodrigo tenía el saco lleno de balas como si fueran monedas. Tenía el revólver cargado. El flaco sabía a qué iba. Dicen que primero le dispararon a él. La música no se había detenido, la música seguía, porque ya no se sabía qué pasaba. Ni la ley mandó a quitar la música. Micaela tomó el revólver, y con la mano temblando, vació el tambor contra los agentes del F2, por el flanco izquierdo de la pared del pasillo del Hotel Inglaterra. Así digo que fue, la pobre con la mano temblando; ninguno del F2 salió con algún rasguño. Lloramos, Fabio, Luis y yo, cuando los vimos salir sin mantas que los cubrieran, desgonzados en las camillas, con huecos en el pecho y la cabeza. En el estéreo de volumen más alto sonaba un tango.
© Cruz Medina
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