Naufragios
La desesperación por sobrevivir a la noche me mantenía despierto, remando en el horror de aquellas aguas que me arrastraban al fin.
En el transcurrir de las horas la oscuridad se diluyó entre matices rosas que iluminaron los contornos de las olas, entonces, al frente emergió una pared, primero de sombra y luego de roca, a la que desesperadamente quise llegar. Si lo conseguía estaba salvado. Luego, el amanecer trajo la calma que la tormenta robó y, la brisa y la corriente me acercaban con poco esfuerzo a lo que parecía una playa. Sólo entonces sentí un cansancio infinito y la desolación ante la imposible vuelta atrás. Mi pasado había quedado atrapado en el barco que ahora yacía en el fondo. Al menos, seguía vivo sin saber si era el único que sobrevivió al golpe de mar. Si no conseguía alcanzar tierra, después de un tiempo me darían también por muerto, igual que a mi obra. Mi vida como escritor acababa de comenzar, al fin me habían publicado y, ahora, todos mis manuscritos dormían para siempre el sueño de la nada.
Ajena a mí zozobra la barca avanzaba atraída por la isla fantasmal que surgía del agua y de la luz, de paredes negras y abruptas que tal vez me devorasen. Todo era tan confuso, tan triste, que sentí como las profundidades me ofrecían su abrazo; apenas unos instantes y descansaría en ellas formando parte de su mojado paisaje.
El vuelo, casi rasante, de un albatros silenció a las olas y me devolvió al presente. No me rendiría. Comencé a remar con todas mis fuerzas entre la vida y la muerte sin oír la llamada del agua, en busca del horizonte. Si salía de esta volvería a empezar, volvería a escribir con el recuerdo de lo ya hecho. Yo era escritor. «¡Escritor!» Grité a la vez que articulaba con fuerza los remos una y otra vez para alcanzar la orilla, hasta que… Me sentí incapaz de seguir remando y rompí a llorar.
Algo tocó mi hombro con la suavidad de una pluma, suficiente para hacerme salir del sopor del sueño y desvanecer la pesadilla. Levanté la cabeza del teclado y, con horror, contemplé la mancha negra de la pantalla apagada del ordenador que se había tragado mi relato.
Texto © María Cruz Vilar
(De mi libro de relatos: LA CARGA DE EL BOMBAY)
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