No confíes en nadie. Parte 1
El 21 de diciembre de 1981 nació en el Hospital Ramón Serrano Suñer, de una fría ciudad castellana, una adorable criatura que años más tarde, al igual que sus coetáneos, sería bautizado por la imbecilidad de internet como millenial. Sus atribulados padres pertenecientes a la clase media-baja española de los 80, viendo aquel insidioso brillo en los ojos del recién nacido, decidieron bautizarle con el más que apropiado nombre de Conspirio, Conspirio García Sánchez.
Durante sus primeros meses de vida, Conspirio ya prometía. El pequeño mamaba del seno materno como si su vida directa dependiera de ello, y cuando su madre le separaba la boca del pezón, Conspirio se enfadaba, lloraba y pensaba que le habían apartado del sustento porque en realidad su madre le repudiaba y no le amaba, no porque el maná lácteo se hubiera agotado o su progenitora necesitara un descanso, no.
Rápidamente aprendió a caminar, pero solo para alejarse con celeridad de toda la gente de la que sospechaba que pudiera provocarle algún daño, esto es, todo el mundo. Aprendió a hablar algo más tarde de lo habitual. Sus padres, preocupados, llevaron a su hijo a un psicopedagogo, solo para enterarse de que la criatura llevaba años con capacidad de habla, pero no quería emitir vocablo alguno por si acaso alguien usaba sus palabras en su contra.
Mientras su infancia se desarrollaba, veía con su padre Expediente X, la mayor serie de conspiraciones de la historia y aquel fue el punto de inflexión en la formación de su carácter, un carácter que basó durante el resto de su vida en una premisa primordial: no confíes en nadie.
El agente Mulder, mucho más paranoico incluso que el padre de Conspirio, veía conspiraciones gubernamentales hasta en la ensalada César. Nada ocurría por casualidad, todo era parte siempre de un complot de los estratos controladores de la sociedad. Alienígenas, secretos del gobierno embutidos en naves gigantescas en los campos de maíz de Iowa, experimentos extrasensoriales con seres humanos, hombres y mujeres capaces de hacerle explotar la cabeza a su vecino con solo una mala mirada… Todo, absolutamente todo obedecía a entidades superiores que experimentaban con la humanidad como si se tratara de su tablero de juegos de mesa.
¿La Guerra del Golfo? No, no, no era por petróleo u oro, ni siquiera por liberar Kuwait de la represión iraquí. La realidad era mucho más impactante… Cuentan las leyendas predicadas por muchachos corpulentos que viven en caravanas, con gorras de MUFON y un alto nivel de colesterol, que los kuwaitíes habían encontrado por fin la fuente de la eterna juventud, que en realidad se trataba del caldo primigenio sembrado por los alienígenas cuando visitaron a la humanidad. Por supuesto, Estados Unidos quería un poco de esa sopa para crear un supersoldado, o algo.
¿La Guerra Fría? Aquí nadie se peleaba con nadie. Todos vivían muy felices. Gorbachov y Reagan bebían vodka hasta reventar, e incluso convidaban a Thatcher a alguna de sus bacanales soviéticas en el Kremlin. Las tensiones y las crisis de los misiles no eran más que fachadas para entretener a la población mientras en secreto ellos se iban repartiendo el mundo. Pero claro, luego llegó el desastre de Chernóbil y todo se fue a la mierda, desastre, por cierto, que fue provocado por alguien, yo qué sé quién. Pero los muchachos de triglicéridos altos aseguran que no fue un mero accidente.
De esta manera, la naturaleza de nuestro querido Conspirio evolucionó hasta conformar un hombre que no creía a nada ni a nadie. No creía incluso a los que creía que creía. Él siempre se preguntaba: lo que sale en Expediente X está demasiado bien elaborado como para ser mentira, ¿no? Tiene que ser verdad, el mundo y todo lo que ocurre está orquestado a propósito. Chris Carter sabe algo que los demás no sabemos.
A principios de los años 90, Conspirio y sus padres se mudaron a Bilbao por motivos laborales. El traslado fue un auténtico quebradero de cabeza para el muchacho, que ya estaba asentado en su pequeña ciudad castellana y disfrutaba sobremanera encerrado en su habitación pintando figuras de los Elfos Silvanos de Warhammer y leyendo revistas de divulgación pseudocientífica.
Pero la verdad es que en el País Vasco, en los 90, Conspirio hizo delicias de su hobby favorito gracias a la presencia de la banda terrorista ETA. Evidentemente nada es lo que parecía. Los rumores decían que ETA estaba financiada por la IRA, e incluso obtenía jugosos beneficios por parte del propio gobierno español para justificar la creación de miles de puestos de trabajo a modo de convocatorias para Policía Nacional. Y así unos se alimentaban de otros. Pero la verdad subyacente en todo esto, la realidad suprema que nadie quería ver porque los atentados de ETA eran demasiado sanguinarios como para mirar a otro lado, era que cerca de Aránzazu la ETA había protagonizado el evento más importante de la historia de España, y quizá del mundo. Alex de la Iglesia lo sabía, por eso rodó allí las primeras escenas de su magnífica “El Día de la Bestia”, o algo. Nadie quería ver la verdad… pero ahí estaba… las pruebas eran irrefutables, ETA había contactado con alienígenas.
Pero la vida de nuestro amado Conspirio no había hecho más que empezar. Él aún no lo sabía, pero durante la década de los 90 estaba a punto de llegar a los hogares la herramienta más importante de la civilización para aquellos que ejercen de desinformadores a jornada completa: INTERNET.