…o, por inacción, permitir que un ser humano sea dañado
Sé que existen muchas personas que con el título ya saben de qué va el artículo de este mes (¿verdad, Ausen, Xavi y Mario, por ejemplo?). Este trozo de frase pertenece a las tres leyes de la robótica que más adelante detallaré y que hicieron que me enamorara hasta las trancas de los robots.
Sí, este mes le ha llegado el turno a Isaac Asimov, el ruso que emigró con su familia judía a EEUU (justo al barrio de Brooklyn, ese tan cinematográfico) con apenas tres años y de cuyo nacimiento se cumplió el centenario el pasado 2020, el año maldito. Ese hombre que alimentó su imaginación con los comics futuristas que se vendían (alquilaban o cogían en préstamo) en la tienda de chuches y dulces de sus padres. El mismo que decidió que era hora de espolear al resto del planeta para que la fantasía ampliara fronteras y así poder viajar con él por la galaxia. Ese que creó guerras galácticas alrededor de cuarenta años antes de que Lucas nos regalara las Star Wars y también robots prácticamente humanos mucho antes que Ridley Scott nos sumergiera en su fascinante distopía del año 2019 (Blade Runner) y su pareja de amantes cyborg (Roy y Pris). ¿Habría sido posible sin los robots positrónicos de Asimov -y sus leyes de la robótica- que en el androide arraigara ese casi sagrado respeto intrínseco por la vida, infinitamente superior a la de cualquier humano real que le rodea?
Y ya va siendo hora de centrarme en nuestro protagonista. Isaac Asimov nace en la ciudad de Petróvichi, muy cerca de la frontera de Bielorrusia, el 20 de enero de 1920. Como antes dije, se inicia en la lectura muy tempranamente con los tebeos de ciencia-ficción de la tienda de sus padres y estos deciden falsificarle la fecha de nacimiento para que pueda acceder a una escuela pública. Comienzan unos años de estudios que logran su precoz acceso a la universidad con sólo 15 años; allí se licencia en Químicas, Ciencias y Arte y se doctora en Filosofía. Y decide que se dedicará a la literatura, aunque sus padres querían que fuese médico.
Durante la 2ª Guerra Mundial trabaja en un laboratorio para la Marina estadounidense, casándose por primera vez en 1942. Cuando acaba la guerra sigue estudiando y se doctora en Bioquímica por la universidad de Columbia (1948), dedicándose a la enseñanza en la Medical School de la Universidad de Boston ocupando el puesto de profesor ayudante en Bioquímica durante nueve años. Durante esos años fue compaginando la docencia con la escritura hasta que esta última ganó la partida.

Fue un autor muy prolífico y un gran divulgador científico e histórico. Pero han sido sus cuentos y novelas futuristas (estas son mejores que aquellos) los que le han aupado al olimpo de la ciencia-ficción; tanto que forma junto a Arthur C. Clarke y Robert Heinlein, el llamado Big Three de este género en el siglo XX. Se le puede considerar el más tecnológico del trío pues poseía la visión del mundo futuro y de nuevas formas de organización social basadas siempre en premisas de carácter científico (más o menos futuristas) y en los avances tecnológicos correspondientes; ciencia que después de 50/70 años en algunos detalles ha quedado desfasada (hiperespacio, por ejemplo) pero que no impide ni molesta la lectura de sus libros. Se le reconoce el equilibro que consigue entre el estilo, la imaginación literaria y el mundo tecnológico y científico. Logra implicar al lector en un crescendo provocador sin apenas acción y basado en diálogos de un cierto tinte filosófico sobre el ser humano y su futuro.
Isaac Asimov fue un humanista y un racionalista, que se enfrentó a las supersticiones y a las creencias infundadas; sin embargo, también fue un mujeriego impenitente al que hoy día seguramente lo calificaríamos como acosador. En 1977, Asimov sufrió un ataque cardíaco, y a finales de 1983, se le practicó una cirugía cardiovascular de un triple baipás coronario. Durante la operación, se le realizó una transfusión de sangre que resultó estar contaminada con el virus VIH. Los médicos insistieron en silenciarlo por la exclusión social de estos enfermos en aquellos años. Muere el 6 de abril de 1992 y el parte médico hablaba de fallo renal, hepático y cardiaco. En 2002 su segunda mujer y viuda publicó su biografía, en donde se contaba la verdad.
Podría enumerar los premios, homenajes y la enorme cantidad de libros escritos (alrededor de 500) por Asimov, pero prefiero dedicar el espacio que me queda a otros aspectos que me interesan más. Envidio a quienes aún no se han asomado a su mundo, que aún no ha leído nada ni del ciclo de Trántor ni de los robots ni del Imperio Galáctico ni de la psicohistoria de Hari Seldon.
Me topé con Asimov en las ferias de Girona a mediados de los ochenta -aproximadamente-; yo era una lectora voraz que no se podía permitir comprar todo lo que necesitaba leer. Tiraba de la biblioteca de la Caixa (en calle Migdia), con una adorable y culta bibliotecaria que surtía mis ganas de lectura, pero me gustaba comprar y atesorarlos en mi casa. En la plaza de la Independencia durante la feria había paradas con libros de segunda mano (o tercera, o cuarta o quizás rescatado de un contenedor de basuras) y allí me topé nada menos que con la cuarta entrega de la Fundación –Los límites de la Fundación-. Sé que no es la mejor manera para comenzar en el Imperio Galáctico, pero así ocurrió. No sé si haber empezado por el principio habría aumentado aún más mi interés por Asimov, que en poco tiempo derivó en pasión. Todas sus novelas de ciencia-ficción conforman una historia mayor y global que se desarrolla en muy diversas épocas de la historia futura. Existen varias maneras de leerlas, siendo las más comunes: siguiendo la cronología en que las escribió (la primera vez conviene seguir esta línea pues creo que proporciona un espectacular in crescendo de tramas cada vez más sofisticadas y grandes sorpresas) o la cronología real de cada historia (en la Guía para escoger libros de Isaac Asimov de Alejandro de Valentín están casi perfectamente enumerados, pues se ha olvidado de Segunda Fundación que es la que cierra la trilogía original).
Yo recomendaría comenzar con I robot, es la base de todo lo que llega después; una colección de cuentos sobre los primeros tiempos de los robots (aunque Asimov no inventó el término robot sí que acuñó el término de robótica), y unos cuantos de ellos son espléndidos e inmejorables. También encontrarás a la auténtica Susan Calvin y podrás compararla con la de la película de Will Smith (ligeramente inspirada en los relatos de Asimov, pero de una manufactura impecable y ciertamente entretenida).

Continuad con las novelas de robots (Bóvedas de acero -1954-, El sol desnudo -1957-, Los robots del amanecer -1983- y Robots e Imperio -1985-) y a partir de ahí sentiros a vuestro libre albedrío con la Fundación. Si llegáis a enamoraros de R. Daneel Olivaw y de R. Giskard Reventlov, por favor avisadme pues más seremos en este extraño grupo de fans.
Asimov describe al cerebro positrónico como una malla de platino e iridio donde los impulsos cerebrales, equivalentes a las comunicaciones neuronales, se realizan mediante un flujo de positrones; y en el interior de ese cerebro el escritor insertó sus tres famosas leyes de la robótica:
1ª Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.
2ªUn robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la primera Ley.
3ª Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la primera o segunda Leyes.
Manual de robótica, 56.ª edición, año 2058.

En Robots e Imperio introduce una ley superior: Ley 0. Un robot no puede causar daño a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daño.
Hay un par de novelas más que no se pueden enclavar en ninguno de los ciclos pero que quizás sean las más interesantes. El fin de la eternidad (1953), situada en el futuro más cercano y sin cuyo final nada hubiese existido después; la leí demasiado pronto, no entendí ni jota y me pareció aburrida y sin sentido. Creo que ha llegado el momento de intentarlo otra vez.
La otra es Los propios dioses (1972), quizás mi favorita entre todas las de Asimov. Está dividida en tres partes (Ante la estupidez / hasta los mismos dioses / luchan en vano), siendo la segunda lo mejor que escribió -él se sentía orgulloso de ella-. A Asimov le criticaban porque no mostraba vida extraterrestre en su imperio galáctico ni manejaba bien las relaciones entre humanos, así como la total ausencia de sexo en sus novelas. Pues se acabó la carencia; en un puñado de páginas nos engancha con seres de otro universo y con sexo explícito, pero… será mejor que la leáis.
Podría seguir hablando de sus historias, esas que vuelvo a leer cada x años, pero es hora de ir acabando. En el cajón se me han quedado múltiples ramificaciones sobre la actualidad de la robótica y la ética, pero me lo guardo para otra ocasión.
Espero que os haya interesado ya que a mí me fascina. Finalmente os dejo este vídeo de los robots de Boston Dynamics, donde se observa los adelantos de la robótica.

Hay aún tema para montar otros artículos, ya les llegará su hora. Nos vemos a principios de agosto. Mucho cuidado con el sol, los calores y la variante Delta, os necesito ahí enfrente.
Fuentes y Referencias: Hipertextual, Xataka (Santiago Sánchez-Magallón), A hombros de gigantes, Blog de Alejandro de Valentín, AT Sistemas (Rodrigo Díaz López), BBC, Biografías y Vida, El País (David Marcial Pérez, Juan Luís Cebrián, Álvaro P. Ruiz Elvira, Ricardo de Querol, Javier Sampedro), Granada Hoy (Francisco González García), La Vanguardia (Gonzalo Toca Rey), National Geographic Historia (Josep Gavaldà), Qué Leer, SINC (Sergio Ferrer), Wikipedia, Twitter