Okupa
Fue el gemido de la cancela tan oxidada y cerrada, que al irla abrir la mujer le broto una lágrima. Al entrar en la antesala y cruzar el umbral las paredes parecieron hablarla y ella creyó escuchar en los ecos el alma de los que habían habitado la casa. Esa era la herencia de sus padres, toda una vida luchando por el confort de la familia para que no les faltará de nada. Amor sin límites, sin horas de descanso. Los ruidos de otra época estaban ocultos entre los muros de las paredes, ya tan desconchadas, la humedad se había hecho presa entre las grietas de las habitaciones deshabitadas, los bichos y telarañas corrían a su antojo. Espejos rotos que parecían maldecir la estancia de quien en juventud corrió y río a sus anchas por toda la casa, siempre alegre como si no hubiera un mañana. La historia sigue su ciclo de la vida, sin ningún atisbo de los que habitaron aquella morada, sin huella los recuerdos quedaron ocultos entre las tinieblas de la casa. Hoy aquella OKUPA destrozo a su antojo todo lo que le vino en gana, no es la cómoda del siglo XVI que ya de ella no hay nada o la palancana de la bisabuela que quedó aparcada en aquel rincón en ruinas de la casa. Son los libros rotos, abiertos por cualquier página, que los aprovechó aquella mente oscura para calentar la casa. Colchones tirados sin miramiento alguno por pasillos, habitaciones y terrazas. Poco queda ya en esa vivienda de los dueños que la habitaban, al fin y al cabo esa inquilina no pago nada, ni luz, ni agua. Todo quedó gratis a su antojo hasta su desalojo, allí no queda nada. A lo material la hija no le da importancia, es a la memoria de lo vivido lo que a ella no le falla, y ve a esas niñas jugando en la corrala, junto aquellos tiestos ahora vacíos recordando el tiempo en los que su madre pasaba horas cuidándolos, y con mucho mimo los geranios brotaban, y el laurel se hizo fuerte junto aquel rosal de espinas haciendo oler toda la casa. Esos olores que invisibles hoy penetran resucitando la memoria con mucha nostalgia. Sólo se estremece cuando escucha las gotas de agua que se colaron desde el tejado a toda la casa, y es entonces cuando descubre, que ya no queda nada de aquella niña feliz que un día ya lejano estuvo correteando en esa morada
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