Origen de la Orden del Císter

Cualquiera que haya leído alguno de mis anteriores artículos se habrá dado cuenta de que la historia es una de mis debilidades a la hora de elegir un tema.

Dado que hace unos años tuve la oportunidad de recorrer las comarcas catalanas de Conca del Barberà y Alt Camp en la provincia de Tarragona y de Urgell en la de Lleida, me gustaría que los artículos de este mes y del siguiente estuvieran dedicados a describir de una manera muy sucinta la evolución de una de las órdenes monásticas más importantes surgidas durante la Edad Media: La Orden del Císter. Nos centraremos en la huella y el legado cultural que con el paso de los siglos ha dejado en estas tierras y, cuya máxima expresión, son los monasterios cistercienses de Poblet, Santes Creus y Vallbona de les Monges.

Si nos remontamos al siglo VI, Benito de Nursia (480-547) funda la Orden de San Benito (Benedictinos), de carácter religioso y con un estilo de vida monacal. El día a día de sus seguidores se regirá por unas normas que Benito redactó para los monjes y que se encuentran recogidas en la Regula Sancti Benedicti, conocida como “La Regla de San Benito” o “La Santa Regla”. Esta norma ha servido como ideario en la mayoría de los monasterios fundados en la Edad Media.

A su muerte, ya se habían fundado catorce monasterios de monjes benedictinos en las localidades italianas de Subiaco, Cassino y Terracina y uno de monjas en Piumarola.

La Regla de San Benito (Benito de Nursia fue canonizado en el año 1220) propone un método de vida a seguir por los monjes basado en la pobreza y la castidad. Establece la obligación de orar juntos ocho veces al día y promueve un sistema de trabajo autárquico,  donde la finalidad es que cada comunidad sea autosuficiente. El principio que más identifica a esta Orden, aunque realmente no está recogido en su Regla, es “ora et labora” (reza y trabaja).

A lo largo de toda la Edad Media (siglos V–XV), las órdenes monásticas religiosas vivieron momentos de esplendor y períodos de decadencia. Las reformas en su seno fueron constantes y siempre estuvieron auspiciadas por la relajación de los monjes en la práctica de las reglas inicialmente marcadas, el apego a los bienes terrenales o la intromisión de la clase política de cada época en la vida monacal.

Este proceso de reformas provocó que, en el año 909, la Iglesia Católica se marcara el firme propósito de transformar las órdenes ya existentes, tomando como referencia el modelo de vida monástica que, cuatro siglos antes, Benito de Nursia había impuesto con su Regla.

Este proyecto reformista llevó a Guillermo el Piadoso (Duque de Aquitania) a donar unos terrenos en la localidad francesa de Cluny el 11 de septiembre de 910 para la creación de un monasterio. A este nuevo cenobio se le concedería el “privilegio de exención”, por lo que se vería libre de la influencia de los poderes feudales y además se le sumaría la potestad de incluir bajo su jurisdicción los monasterios que se acogieran a sus reglas.

La regla seguida por los monjes de Cluny (Cluniacenses) fue adoptada en el occidente europeo por una serie de monasterios que con el paso de los años se fueron creando, así como por algunos de los ya existentes.

La aportación de la Orden de Cluny a la economía, política, cultura y arquitectura fue muy relevante. Cultivaban grandes extensiones de terreno alrededor de los monasterios. En el aspecto cultural, la Orden destacó por su intensa labor de copia de manuscritos de textos antiguos y arquitectónicamente fue la que, a través de su extensa red de monasterios, potenció el estilo Románico.

Los obispos, cardenales y papas de esta orden tales como Gregorio VII, Urbano II o Pascual II tuvieron una aportación muy destacada en la vida religiosa de sus épocas.

Sin embargo, la relajación de la vida espiritual y el gran poder que había adquirido esta orden se volvieron en su contra. A finales del siglo XII comenzaron a notarse unos nuevos aires de reforma con la intención de volver a las iniciales y estrictas normas de la Regla de San Benito.

En el año 1098, Roberto de Molesmes (abad del monasterio Cluniacense de Molesmes en la Borgoña francesa) junto a un grupo de monjes de la abadía, decide apartarse del deterioro que había experimentado la Orden de Cluny y se desplazan al bosque de Cîteaux (de donde proviene el nombre de Císter) con la intención de regresar a las primitivas esencias del ascetismo más radical y, de esta manera, sentar las bases de lo que sería la Orden del Císter.

Escudo

En este nuevo intento de renovación, Roberto de Molesmes junto a Alberico y Esteban de Harding fundarían “La abadía de Císter”, conocida como Novum Monasterium para diferenciarlo del Monasterio de Molesmes. Tanto Alberico como Esteban ostentarían el cargo de abad en el nuevo monasterio.

Alberico, abad de Císter desde 1099, consiguió del Papa Pascual II el reconocimiento oficial de la Orden. Una de las decisiones más relevantes que tomó fue la de cambiar el hábito negro de los monjes de Cluny por otro de lana, lo que les valió a los cistercienses el apodo de “monjes blancos”.

Esteban mantuvo una buena relación con los señores feudales de la época, consiguiendo de ellos gran cantidad de tierras que garantizaban la subsistencia de las abadías de la Orden. Fundó una serie de abadías como La Ferté, Pontigny, Morimond y Claraval. La creación de una veintena de monasterios en los siguientes años le llevó a la necesidad de promulgar la “Carta de Caridad”, considerada como el texto fundacional donde se recogen las normas por las que se regirán todas las comunidades de la Orden. Entre otras consideraciones, la Carta de Caridad regulaba las relaciones entre las abadías madre y sus filiales, abadías hija, otorgando una gran autonomía a cada monasterio.

Junto a una treintena de compañeros, la llegada a la abadía de Cister de Bernardo de Fontaine da un impulso decisivo a la Orden. En 1115 es nombrado abad de la abadía de Claraval y, gracias a su gran actividad, esta no tardará en extenderse formando otras nuevas como Trois-Fontaines, Fontenay y Foigny.

Conocido como Bernardo de Claraval, se convierte en una persona muy considerada por la Iglesia Católica durante la Edad Media, defendiendo la pobreza y austeridad de los cistercienses frente al lujo y la opulencia de los cluniacenses. Mediante su gran influencia, logró que Bernardo Paganelli (miembro de la Orden) fuese nombrado Papa con el nombre de Eugenio III.

A su muerte en 1153, la Orden contaba con más de trescientos cincuenta monasterios, siendo fundados por Claraval más de la mitad de los mismos. La expansión del Císter continúa en países como Inglaterra, Italia, Alemania y España y, es a partir del año 1200, cuando comienza la proliferación de monasterios femeninos como el de Tart en Francia.

El proceso de fundación de una nueva comunidad dentro del Císter se producía de dos formas. La primera de ellas es conocida como “ex novo”: mediante una donación de tierras y bienes por parte de reyes y nobles a una comunidad ya constituida (abadía madre), se construía un nuevo monasterio (abadía hija), para lo cual se desplazaban una docena de monjes de la abadía madre con el objetivo de iniciar su construcción. La segunda sería la “adhesión”: cuando una comunidad ya formada solicitaba su inclusión en la Orden del Císter, la abadía madre enviaba un monje para comprobar que dicha comunidad cumplía con los principios por los que se regía la Orden, asegurándose de que disponía de los terrenos y medios de supervivencia necesarios. Estos terrenos debían ser fértiles, ya que la agricultura y la ganadería serían la base para el desarrollo del nuevo monasterio.

En primer lugar se construiría la iglesia. A continuación, se edificaría el claustro para, posteriormente, levantar las dependencias propias de los monjes: la sala capitular, el dormitorio, el locutorio, la cocina, el refectorio, la enfermería, la botica y el calefactorio.

La vida diaria de los monjes estaba marcada por el “ora et labora”. En el locutorio se distribuían las tareas de cada día y en la sala capitular se leían los capítulos de la Regla. Los dormitorios eran salas diáfanas comunes donde los monjes dormían juntos. La comida era frugal, basada en pan, fruta, vino, pescado y legumbres. Ese momento del día se llevaba a cabo en silencio en el refectorio del monasterio mientras otro monje leía.

La oración está muy presente en la vida de los monjes. Las ocho oraciones que realizan se conocen como: maitines (antes del amanecer), laudes (al amanecer), prima (con la salida del sol), tercia (sobre las 9 horas), sexta (al mediodía), nona (a las 15 horas), vísperas (tras la puesta del sol) y completas (antes del descanso nocturno).

Tras el gran apogeo que vivió la Orden durante los siglos XII y XIII, llegó un rápido declive. El extraordinario desarrollo económico del que gozó desde un principio no estaba en consonancia con las estrictas normas de pobreza que La Santa Regla o la Carta de Caridad promulgaban, lo cual repercutió en una notable disminución del número de vocaciones.

La Guerra de los Cien Años (1337-1453) y el Gran Cisma de Occidente (1378-1417) fueron los causantes de que la Orden se viera inmersa en una profunda crisis económica y surgieran continuas divergencias en su propio seno.

Durante los siglos XVI y XVII, la Contrarreforma (respuesta de la Iglesia Católica a la Reforma Protestante) provocó que dentro de la Orden se produjeran numerosas modificaciones a nivel organizativo. Se impulsó un noviciado común para unificar los criterios de la Regla que debían respetar los monjes y, de esta manera, contrarrestar la falta de vocaciones.

La Reforma Protestante (Martín Lutero) y Anglicana (Enrique VIII) fueron las responsables de que la Orden desapareciese de países como Alemania o Inglaterra

En Francia, fruto de una serie de conflictos sobre la aceptación o el rechazo del ascetismo de los monjes, nació en 1664 la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia (O.C.S.O), conocida como Orden de la Trapa. Esta escisión de la Orden del Císter permanece como una rama reformada de la Orden, hasta que en 1893 el Papa León XIII le concede su independencia del Císter. La nueva orden se basa en la Carta de Libertad y en las tradiciones cistercienses tal y como las interpretaba su fundador, el abad Armand-Jean le Bouthillier de Rancé.

La Revolución Francesa (siglo XVIII) declara la libertad religiosa, provocando que muchos países de Europa tomen el ejemplo de Francia a la hora de confiscar y poner a la venta todos los bienes religiosos del país. Esta decisión tiene como consecuencia la desaparición de la Orden en más países.

Posteriormente, la Desamortización de Mendizábal en 1835 acaba con los monasterios y tierras de la Orden en España. Diversas propiedades pertenecientes al Estado, ayuntamiento, clero y órdenes militares son declaradas en venta.

Es a partir del siglo XIX cuando los monjes comienzan a rehacer sus estatutos, anteponiendo los principios religiosos a cualquier pretensión política o económica que en los últimos siglos había llevado a la Orden a un gran deterioro.

La renovación y expansión continúa a principios del siglo XX, pero el inicio de la Primera y la Segunda Guerra Mundial propició que las comunidades en países como Checoslovaquia, Polonia y Hungría fueran secularizadas o tuvieran un estricto control por parte del estado.

En la actualidad, la Orden del Císter se rige por una Constitución, la cual considera a la Orden como un conjunto de Congregaciones dirigidas por un Capítulo General y bajo la presidencia de un Abad General

La Orden del Císter tiene en España dos congregaciones: la de San Bernardo de Castilla (fundada el 24 de octubre de 1425 y restaurada el 8 de diciembre de 1994) y la de la Corona de Aragón (fundada el 19 de abril de 1616 y restaurada el 16 de julio de 1987).

Según datos estadísticos de la propia Orden, a fecha del 2015, la Congregación de Castilla contaba con 13 monasterios femeninos en los que estaban censadas 174 monjas.

La Congregación de la Corona de Aragón la forman dos monasterios de monjes (Poblet y Solius) con un total de 35 monjes y otros dos femeninos (Vallbona de les Monges y Valldoncella) con 18 monjas.

Como continuación, el próximo mes haremos un recorrido por la historia de los tres monasterios que ubicados en las comarcas catalanas comentadas al principio de este artículo, constituyen la denominada Ruta del Císter.


© Enrique Moreno

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