Páginas
Mónica enciende la lámpara de la mesa de noche y toma el libro que compró esa mañana en una librería de viejo. Léelo cuando estés sola, dice la dedicatoria fechada varias décadas atrás. Así que podría leerlo en cualquier momento, piensa Mónica. Hace mucho tiempo que está sola. Hay otras prioridades, se justifica al tiempo que se encoge de hombros. Se sirve una copa de vino y se mete a la cama. Pasa las hojas y encuentra el primer capítulo. Lee las primeras páginas y no puede evitar el impulso de lanzar el libro. Está asustada. Las páginas describen lo que ha hecho esa mañana, detalle a detalle. El personaje incluso lleva su mismo nombre. Toma nuevamente el libro y busca el colofón. Descubre que fue impreso hace cuarenta años. Regresa las páginas. En ese momento, el personaje también ha descifrado que su vida está contenida en una novela. La Mónica de la historia se levanta de la cama, con el libro en las manos y se dirige a la ventana. Sin que haya podido evitarlo, Mónica ha hecho exactamente lo mismo. Ahora está frente a la ventana. Lanza el libro sobre la cama sin darse la vuelta. El libro cae sobre el lomo. Mónica levanta la hoja de la ventana. El viento que entra en la habitación agita las páginas del libro. Mónica cierra los ojos y al abrirlos está sentada frente a la barra de un bar. Mira a su alrededor. Todos llevan ropas anticuadas y el decorado del bar le recuerda la escena de un filme de época. Un hombre se acerca y le ofrece un trago. Es un hombre apuesto que irradia seguridad en sí mismo. ¿Por qué no?, se escucha responderle. El hombre ordena los tragos, sin preguntarle qué desea beber. Ella sonríe. Cree que todo se trata de un sueño y lo mejor es dejarse llevar. Un par de horas después, el hombre la conduce a su habitación. Vive en un elegante edificio de apartamentos a unas cuadras del bar. Han llegado caminando y durante el trayecto, él le ha dicho su nombre. Humberto. Paulina, ha mentido ella. Es solo un sueño, se ha repetido antes de mentir. Ahora puede ser quien ella desee ser. En la habitación, Humberto le acaricia los hombros, mientras baja los tirantes de su vestido. Luego la toma por la cintura y la atrae hacia sí. Mónica cierra los ojos, previendo el beso. Espera unos segundos sin que suceda nada. Abre los ojos y en lugar de ver a Humberto, hay un hombre calvo y obeso que la señala con vehemencia. Será mejor que confiese, le dice el hombre. Mónica baja la mirada y se percata de que está esposada. Sus huellas están en el arma y el forense ha descubierto restos de pólvora en sus manos. Es un sueño extraño, piensa, pero es solamente un sueño. Quiero un abogado, dice, recordando que, aunque se trate de un sueño, eso es lo que debe pedir. El hombre resopla enfadado y sale de la habitación. Mónica echa la cabeza hacia atrás y vuelve a cerrar los ojos. Si está en lo correcto, cuando los abra, estará en otro lugar. Mueve los párpados lentamente, anticipando que cuando los abra por completo volverá a estar acostada sobre su cama. Sigue sentada. Ahora hay un par de docenas de personas frente a ella. Quiere moverse, pero descubre con alarma que está inmovilizada. Mónica Fernández, dice alguien a su costado, el Estado la ha condenado a morir en la silla eléctrica, ¿tiene algo qué decir antes de que se ejecute la pena? Mónica abre la boca, sin embargo, no puede articular una sola palabra. Aunque se trate de un sueño está aterrorizada. Solo debo cerrar los ojos, se conforta, solo debo cerrar los ojos. Un dolor implacable le recorre el cuerpo como un río de lava. Siente que la sangre hierve dentro de sus venas. Abre los ojos y mira los rostros horrorizados de la concurrencia. El suplicio no se detiene. Ya no importa cuántas veces abra y cierre los ojos. El sufrimiento se mezcla con el miedo al descubrir que está atrapada, quizás para siempre, en la atroz agonía de ese instante.
En la habitación de Mónica, la hoja ha caído, cerrando la ventana. Ya no hay ninguna corriente de aire que agite las páginas del libro que ha quedado abierto justo en la escena de la ejecución.
© Kalton Bruhl
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