Pequeñeces
Oír el timbre al final de la madrugada y saber que es un amigo tarambana que quiere tomar acompañado la última y no la policía, ni el lechero que Churchill decía.
Abrir el buzón con la intuición de que pudiera albergar una carta de amor escondida entre las facturas y los papeluchos de colores que anuncian pizzas de queso analógico.
Tener una copa en la mesa y, sencillamente, no haber perdido aún la capacidad de disfrutarla por haber visto demasiados telediarios.
Agradecer a Dios que su existencia no sea evidente, pero sí la del Duero y sus bodegas.
Vivir.