Pérdidas

Hoy por fin he visto las fotografías de mi casa, tal y como la dejó el último inquilino. Falta un armario de cuatro puertas que la antigua propietaria dejó en el que había sido su dormitorio,  algo que consideré como un regalo maravilloso que no dudé en aceptar. Falta el sofá cama del cuarto donde hacíamos la vida mi madre y yo, en la planta baja. Faltan dos colchones y los cabezales de taracea de las camas que habíamos comprado con tanta ilusión porque procedían de una casa del Pirineo y tenían más de doscientos años de antigüedad… Faltan las preciosas cortinas que mi madre cosió para adornar la luz que entra a raudales por las ventanas de las habitaciones.

El inquilino se fue, dejando una deuda de más de tres meses sin pagar. Me enfadó, pero no hice nada contra él, lo di por bueno. Pensé que cuando uno tiene una mala racha y vienen mal dadas, bastante tiene con lo que la vida le ha echado encima, y decidí aceptar la pérdida como una parte del karma que a todos nos toca asumir en uno u otro momento. Acepté la pérdida como he aceptado otras pérdidas que a lo largo de los años me ha tocado asumir. Creí que me había conformado con la aceptación, que no me volvería a acordar.

Pero esta mañana he visto las fotos. He recordado los huecos donde solían estar cada uno de los muebles, las faldas que ya no visten la mesa camilla, los colchones de las camas,  que han desaparecido de la imagen… He recordado todo lo que esos muebles llevaban asociado. Y han empezado a caer mis lágrimas. Sin freno, sin que fuese capaz de contenerlas. No entendía cómo esa persona, después de haber vivido varios meses sin pagarme el alquiler, ha sido capaz de robar mis muebles, mis cosas, una pequeña -pero importante- parte de mis recuerdos. Supongo que se los ha llevado a una casa sin amueblar. Es decir, que me los ha robado porque los necesitaba. Que tal vez los necesitaba más que yo. Sin embargo, es injusto. Nunca hay una razón para robar si tienes una familia que se preocupa por ti. Y él la tiene.

¿Qué haría yo si tuviese que pasar penurias? Posiblemente, acudiría a Cáritas o a Cruz Roja, convencida de que recibiría ayuda hasta que llegasen tiempos mejores, hasta que lo pudiese superar. Nunca me llevaría algo que no es mío, algo que no me pertenece. Me enseñaron a respetar la propiedad ajena. Me enseñaron a no envidiar a nadie, aunque tuviese mucho más que yo. A mantener la esperanza en la tristeza, en el dolor o en la adversidad.

 “De todo se sale”, decía mi madre. Sí, de todo se sale. El asunto es cómo se sale y si somos capaces de mantener, aunque vengan mal dadas, lo único que nos hace realmente humanos: eso que algunos llaman dignidad.

Texto e imagen © Blanca Langa

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