Pompas de jabón

Aquí no sopla el cierzo, ese viento que con sólo nombrarlo me lleva a Aragón y evoca en mí el recuerdo de un paisaje que hice mío al descubrirlo, y traté de atrapar en relatos, como si fuera posible describir con palabras el deslumbramiento con que a veces nos sorprende la naturaleza. Al menos lo intenté en Soplar al cierzo, donde paisaje y paisanaje ven pasar la vida insertados por ese viento que levanta tejas y abre puertas y ventanas selladas con nostalgia, vulnerables al vaivén de su abrazo y del paso del tiempo. Aquí no sopla el cierzo, pero sí el levante, igual de enigmático y envolvente, y portador de historias, de vida. Desde aquí, al sur del Sur, me presento a los lectores de Encima de la niebla en un día, ahora soleado, pero cambiante como corresponde al Estrecho, presentación resumida en un relato Pompas de jabón, tan cierto e irreal como puede serlo la Literatura.


Pompas de jabón

Creí que Dios me juzgaba desde todos los rincones, pero no desde los espacios abiertos. Creí que el Paraíso estaba encima de las nubes y, en un día celeste, con un telescopio lo descubriría. Creí que los Reyes Magos llegarían por el arenal de la granja. Creí que la abuela ocultaba un tesoro en el baúl, y en una noche de lluvia un pirata, con pata de palo, vendría a reclamarlo. Creí en las hadas y en el príncipe azul. Y que un rey tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha de día, un rebaño de elefantes y un gran manto de tisú. Creí que el viento hablaba, que la niebla podía tragarme y la oscuridad hacerme desaparecer. Creí en los paisajes exuberantes del centro de la Tierra, en el hombre de las nieves, en la inmensidad del mar y en Neptuno. Y en un barco fantasma que siempre oteaba Estambul. Creí en otro mundo al otro lado del espejo, y que los sueños eran otras vidas. Creí que el tiempo era oro escondido en un calendario infinito siempre por venir. Creí que los niños muertos eran ángeles, y que los muertos vuelven al mundo para hablar con los vivos del más acá. Creí en la amistad. Y en los extraterrestres. Y que la Luna era una mujer de mil caras que enamoraba a los poetas y se bañaba en el mar. Creí que las estrellas eran diosas guerreras. Creí en las sirenas, aunque nunca escuché su canto. Creí que muchos poemas estaban escritos sólo para mí. Creí que nunca fui inocente.

Creí que sería escritora.

© María Cruz Vilar

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