Primer beso
Se nubló de repente cuando salimos del Amanda Bar. Si seguía así, el verano iba a ser un fastidio, igual que cuando cumplí los diez años y me regalaron aquella bicicleta roja con la que me pasaba el día de guardia esperando a que saliera el sol, y en cuanto salía me lanzaba por el paseo del rio. Entonces mis amigos me proponían de todo con tal de que les dejara dar una vuelta. Qué verano. Era la reina de la pandilla. Lástima que lloviera tanto.
Empezó a chispear y nos quedamos bajo el toldo de rayas azules y blancas a comer pipas. Al cabo de un rato, el suficiente para alfombrar de cascaras el suelo, se despejaron las nubes y el sol de julio brilló rabioso. Alguien propuso ir al pinar, al otro lado del pueblo.
De ese verano no podía pasar. Me había quedado la última, y mientras ellas no dejaban de hablar de sus experiencias, yo disimulaba, me hacía la desentendida, evitando la conversación a base de marcar distancia quedándome al final del grupo, sola, con tal de eludir la pregunta: «¿Y tú? ¿Cuándo fue la primera vez?» Lo peor era que no podía confesarme con ninguna de aquellas a las que hasta entonces había considerado mis mejores amigas. Se reirían. Claro que… podía mentir, pero ¿se puede mentir sobre una emoción no sentida? Seguro que se hubieran dado cuenta y se reirían aún más. Terminarían amargándome las vacaciones. Sólo se trataba de un beso, un sólo beso que seguro no conseguiría de él, entre otras cosas porque era el chico más deseado de aquel verano, aunque no hacía caso a ninguna en especial, y por eso ellas intentaban atraerlo dándole celos con el primero que se ponía a tiro aunque no les gustase. Eran unas lanzadas. La consecuencia de aquello es que se estaban haciendo expertas en besos, entre otras cosas, mientras que yo había cumplido los quince sin saber a qué sabe otra boca, No, yo no estaba dispuesta a caer en lo mismo que ellas. Yo, sólo lo haría por amor, y si él me ignoraba no me quedaba otra que aguantarme. Qué podía hacer si sólo con verlo me temblaban las piernas y cuando estaba cerca no era capaz de decir una palabra. Lo peor es que se daba cuenta, se reía, y a veces creo que le gustaba ponerme nerviosa rozándome al pasar.
Al llegar al pinar se acabaron los paquetes de pipas y decidieron volver a por un helado. Por suerte, ni él ni yo teníamos dinero. Y de repente, aunque no me lo podía creer, nos habíamos quedado solos. Lástima que durase tan poco esa sensación de estar en soledad bajo los pinos. Duró lo que tardaron en ir y venir al Amanda, pero antes, me senté sobre una piedra y me recosté en el tronco de un pino. El suelo estaba un poco húmedo aunque me dio igual cuando él se sentó junto a mí, muy cerca. Me confesó que sí tenía dinero, pero que no le apetecía ir, que prefería quedarse. También dijo que estaba seguro de que le traerían un helado, y se echó a reír. Casi me mareo de emoción cuando se acercó hasta rozarme con el hombro y empezó a acariciarme el pelo, después la cara y, me giró la cabeza hasta estar frente a frente. Creí soñar. Aquello no podía estarme pasando. Y morir, cuando mojó mis labios con su lengua invitándome a abrir los míos y a sentir su calor. Cuántas veces había imaginado aquello, y cuántas veces pensé que no lo resistiría, sin embargo todo resultó muy diferente. Dejé que él hiciera y luego participé con todo mi entusiasmo. Lástima que los otros tardasen tan poco en regresar. Cuando llegaron, se puso de pie. Entre risas, mis amigas le dieron un cornete de vainilla y chocolate, de los grandes.
Antes de acabar aquel verano ellas me confesaron que el helado fue el trofeo por cumplir la apuesta que tramaron a mis espaldas. A día de hoy no saben que aquello para mí fue un regalo; que aquel sabor a chicle Bazooca me hizo adicta a los besos.
Él no me volvió a besar, pero después de aquello decidí que había más labios, más bocas que probar. Y al terminar las vacaciones no me importó nada enterarme del precio de aquel primer beso. Me dio igual. Para entonces, yo ya era experta en sabores.
Texto y fotografía © María Cruz Vilar
(De mi libro de relatos: DESAFINADO)
soplaralcierzo.com